El 3 de junio de 1995 falleció Joaquín Prat, uno de los grandes de la radio y la televisión; persona entrañable, de trato cariñoso con todo el mundo. Su desaparición causó sorpresa. Apenas dos meses antes, el 6 de abril, en plena grabación de un programa de Televisión Española, se desvaneció de repente. Le diagnosticaron infarto de miocardio. Lo ingresaron en la madrileña clínica Puerta de Hierro, donde permanecería en coma hasta el último momento, en presencia de Marianne, su segunda esposa. La primera le hizo la vida imposible, como contaremos. Las cenizas del inolvidable locutor y presentador, según su deseo, fueron arrojadas al mar, en aguas mallorquinas.
Todos sus amigos lo llamábamos Ximo, diminutivo valenciano de su nombre de pila. Tengo un dato controvertido que no he podido verificar sobre si nació en 1929 o 1927. Eso sí: un 27 de abril, en Valencia. Su padre, según me contó, tenía una fábrica de cristales, luna y espejos, de los mejores de la provincia. Pero se le quebró el negocio. Y entonces, Ximo hubo de abandonar sus estudios de Derecho, colgando los libros en el penúltimo curso. Viaja a Madrid y se gana pobremente la vida como oficinista en la fábrica Standard. No tenía casi ni para pagarse la pensión. Se fue al extranjero, primero a Suiza, pero al no tener contrato de trabajo, a los seis meses lo expulsaron y entonces hubo de vagar por otros países centroeuropeos: "Las pasé canutas –me confesó Joaquín- pues tuve que fregar platos, vender helados, ejercer de recepcionista de un hotel… y hasta extraer nabos en el campo para poder ganarme la vida".
Todo ese peregrinaje a los veintitantos años curtió su carácter y le permitió aprender idiomas: francés, italiano y, sobre todo, inglés. Al año y medio se cansó, retornó a la capital del Turia, encontró trabajo de locutor en Radio Valencia, luego en Radio Madrid y así, en los primeros años 60 se fue forjando la que sería su carrera definitiva.
Por entonces se casó. Con una irlandesa, Anne McKiernan, con quien tuvo dos hijas, Anabel y Susan. Joaquín Prat siempre eludió en las entrevistas referirse a ese periodo de su vida: "Lo pasé muy mal, fue un infierno…". Es lo único que le arranqué. Pero por amigos comunes supe que aquella mujer le hacía la existencia imposible, con su puritanismo y sus costumbres. Optó por separarse. Cuando conoció a Marianne Sandborg, danesa de nacimiento pero residente con su familia en Mallorca durante varios años, todo cambió para él, satisfactoriamente. Así me lo reveló: "En 1970 viajé en avión a Bilbao y me fijé en una de las azafatas. A la vuelta a Madrid, la tripulación era la misma. Marianne estuvo muy simpática conmigo. Quedamos para salir y…". Como la irlandesa seguía poniéndole toda clase de pegas para la separación, Joaquín hubo de marcharse, primero a Santo Domingo, a divorciarse; luego a Dinamarca, el país de Marianne, para cumplir con una ceremonia nupcial y finalmente, el 25 de junio de 1984 –van a cumplirse ahora treinta y un veranos- pudieron celebrar su matrimonio civil en Madrid. Marianne hizo muy feliz a Joaquín. Es una mujer fantástica, que le dio cuatro hijos, el mayor de los cuáles ha seguido la profesión paterna.
Hemos de recordar, en el itinerario radiofónico y televisivo de Joaquín Prat, sus más celebrados trabajos, aunque resaltando que hubo de luchar duramente hasta que en la segunda mitad de los años 60 fuera reconocido poco a poco como una estrella del micrófono. Primero tuvo que pasarse varias temporadas leyendo guías comerciales; luego, siendo "locutor para todo". Le pidió una oportunidad a Alberto Oliveras, que presentaba con éxito el programa "Ustedes son formidables". Y así, despacito, fue abriéndose un hueco en una emisora donde José Luis Pécker era el número 1 y no era fácil ni desbancarlo ni competir con él. Radio Madrid Madrugada fue su trampolín al éxito. Formó una estupenda pareja con Carmen Pérez de Lama en Las mañanas de Radio Madrid: "Los radioyentes creían que estábamos casados". Del mismo modo que junto a Laura Valenzuela en Galas del Sábado, uno de los programas más populares de Televisión Española, aun cuando primeramente ya se dio a conocer en Un millón para el mejor. Y en posteriores temporadas, el espacio que consagró a Joaquín Prat aún se recuerda con agrado: El precio justo. Donde él "se inventó" aquel gesto ondulante con su mano derecha y la expresión "¡A jugaaarrr…!", que hizo fortuna: "Se me ocurrió al darme cuenta que en la mano izquierda sostenía el micrófono y con la otra podía hacer algún movimiento que sirviera de apoyo moral a los concursantes".
Dada la notoriedad de Joaquín Prat, que en posteriores contratos radiofónicos pasó por distintas cadenas, fue reclamado por el cine, interviniendo en varias películas, "siempre haciendo de mí mismo, es decir, de locutor", como también aceptó el ofrecimiento de grabar unas cuantas canciones románticas, cometido que, sinceramente, sólo significó para él una simple anécdota profesional. Por lo demás, quienes lo conocimos, compartiendo con él incluso alguna colaboración periodística, siempre lo recordaremos como una persona afable, bienhumorada, generosa y desde luego brillante en su faceta de inimitable presentador, lleno de gran humanidad. Lo que sin duda lo convertía en cómplice de millones de radioyentes y telespectadores.