Tu verbo lechuguino se empacha de barroco.
Tus sílabas se vencen cual ecos al albur.
Tus lágrimas chorrean igual que un orinoco
si palma algún gorila de América del Sur.
Reposan escondidas tus lóbregas facturas,
preñadas de seis dígitos (tal vez con decimal).
Y encima, con mal gesto, te enfadas y sulfuras
si algún gacetillero te las menciona y tal.
Escondes, igualmente, tus viejas opiniones
(que no son tan antiguas, pues datan de anteayer),
en las que defendías tiranos bermellones
que por aquel entonces te daban de comer.
Escondes tu inequívoca querencia bolchevique
tras la palabrería del puro charlatán.
Condenas de castuza a aquel que te critique,
y luces de erudito, cuando eres un gañán.
Y sales en las fotos poniendo posturitas.
La mano en la barbilla. La boca en petisú.
Con aire de filósofo de gafas redonditas
al que le encantaría posar para Interviú.