A Debbie Reynolds le pasa como a Doris Day o Julie Andrews. No es guay para los guays. No como pudieran serlo Bette Davis, Joan Crawford, Greta Garbo, Carole Lombard o incluso Ava Gardner. Pero si has protagonizado Cantando bajo la lluvia (y si has montado el decorado o barrido el set) tienes el guay escrito en la frente para la eternidad. El domingo, el Sindicado de Actores estadounidenses premió a Reynolds, de 82 años, por su trayectoria. El galardón se lo entregó Carrie Fisher, su hija. En el patio de butacas, Meryl Streep la jaleaba como una posesa. Sólo faltaba Shirley McLaine para hacer la cosa meta-meta (en Postales desde el filo, Streep interpretaba a Carrie, y McLaine, a Debbie).
La madre de la princesa Leia es una ‘leiayenda’ de Hollywood. Puede que cinematográficamente lo sea menor, pero no como figura de ese mundo que ya no existe. Cuando Angelina Jolie se lía con Brad Pitt, hubo quien vio un remake de Elizabeth Taylor liándose con Eddie Fisher y quitando el marido a Debbie Reynolds. Pero Debbie y Elizabeth eran amigas, con lo cual su historia es todavía más grande. Eran amigas desde que iban juntas a esa especie de instituto que tenía la Metro, cuando la Taylor era ya una estrella. Tras la muerte de esta, la madre de Carrie sólo tuvo buenas palabras: "Era la estrella más esplendorosa y sexual de nuestra generación. Nadie podía igualarla en belleza y sexualidad. Gustaba a las mujeres y era adorada por los hombres. Era un símbolo del superestrellato".
Siempre fueron amigas, excepto ese momento en que no lo fueron (ese momento en que la Taylor cogió lo que no era suyo, como siempre ha recordado Reynolds). De hecho, la de los ojos violeta dejó joyas a la otra en su testamento. Pero su historia es muy divertida. Y las dos se tomaron a risa hasta los odios. En ‘Elizabeth Takes Off’, el libro que Elizabeth Taylor publicó en 1987, la actriz contó un truco para adelgazar de Debbie Reynolds que ella misma le agradecía. Le habían contado que Debbie Reynolds tenía en la puerta del frigorífico una foto de Elizabeth Taylor gorda como un hipopótamo. Le servía para recordar lo que le podía pasar si abría la puerta. Taylor escribió: "Pensé que, bueno, si funcionaba a Debbie, quizá me sirviera a mí. Puse una foto horrorosa mía y cada vez que iba a la nevera mi yo seboso me recordaba lo que me podía pasar si rompía la dieta. Fue estupendo para disuadirme de los atracones. Si crees que una foto mía como Miss Lard (señora manteca de cerdo) puede inspirarte, adelante. No tengo objeción a que la pongas en el frigorífico. Tienes un montón para elegir". Es Elizabeth Taylor riéndose de sí misma igual que Elsa Maxwell cuando un crítico la llamó en una crítica teatral de ‘La rana’ "ballena joven que hubiera escorado". Claro, que Elizabeth Taylor con el tamaño de un castillo hinchable era más guapa de lo que Elsa Maxwell hubiera sido jamás delgada.
Ese mundo de Elsa Maxwell, Liz Taylor y Debbie Reynolds ya no existe. Debbie Reynolds, guay o no (pero viva), sirve para recordarlo.