Salvados ha dado con un nuevo producto televisivo, consistente en meter a un líder político en un entorno hostil a ver cómo se desenvuelve. Es una especie de Gran Hermano en el que no hay premio en metálico ni muchas posibilidades de que los ganadores puedan vender su desnudo en Interviú, pero como experimento sociológico tiene su interés. En estos momentos en los que se avizora un cambio de paradigma gracias a la pablemidad, Salvados rinde un servicio a la democracia poniendo a los dirigentes políticos frente a frente con el pueblo soberano, a ver qué tal.
Oriol Junqueras inició esta peculiar serie de telerrealidad visitando a una familia sevillana, para intentar convencer a sus miembros de que la independencia de Cataluña es muy buena cosa también para todos los andaluces y andaluzas. Anoche vimos a Pedro Sánchez haciendo lo mismo con una familia de Barcelona que, casualmente, ha venido votando al PSOE en las últimas décadas y ya ha decidido que eso se acabó. En ambos casos el resultado ha sido una masacre de los dirigentes políticos a manos del pueblo, lo que demuestra básicamente tres cosas: que el pueblo ajusticia a los poderosos con el mismo entusiasmo con que antes los encumbra, que los líderes progresistas de "este país de países" no tienen ni media bofetada dialéctica y que La Sexta es el único canal de televisión que ha entendido que la política en estos momentos es un espectáculo gore que hay que tratar como tal.
A Sánchez lo vimos anoche pasar un duro trance, a pesar de sus intentos por disimular el espectáculo lamentable que estaba proporcionando a sus todavía votantes tirando de risas y simpatía. La familia de socialistas (algunos de cuyos miembros son todavía afiliados al partido) le echó en cara que el PSOE no hiciera cuando estuvo en el Gobierno lo que ahora promete, pero todavía más que intente parecerse al partido de Pablo Iglesias cuando es evidente que lo hace obligado por las encuestas y con el oscuro proyecto de pactar con el PP en cuanto surja la ocasión.
El problema para Pedro Sánchez es diabólico, porque cuando rectifica es tachado de traidor, y si intenta diferenciarse de pablemos apelando a cierta sensatez socialdemócrata lo consideran parte de la casta bipartidista con la que hay que acabar. Haga lo que haga, pierde votantes a mansalva. Si Sánchez no hubiera sido diputado en la última legislatura de ZP todavía tendría una excusa, pero el hecho de que votara a favor de medidas que ahora tacha de antisociales lo convierte en un traidor o en un cínico, los dos pecados más graves de la casta que la pandilla de la complu ha venido a erradicar.
Lo de anoche con Pedro Sánchez fue una masacre, que él mismo alimentó con sus titubeos y su reconocimiento implícito de que el PSOE actual es un desastre a punto de quedar amortizado para la política nacional. Tan desesperado estaba el secretario general de los socialistas que cuando Évole le propuso mantener un cara a cara con pablemos aceptó sin rechistar, siempre que sea en directo y con vistas a las próximas elecciones generales. A estas alturas debe ser el único que piensa que después de las próximas autonómicas va a seguir siendo candidato.