La filmografía de Bárbara Rey se nutre de una treintena de títulos, la mayoría de los cuáles están fechados en los años de la llamada "apertura", algunos de ellos calificados por la censura con el calificativo "S", a caballo entre el erotismo y la pornografía, al menos siguiendo el criterio de la época. Tres de ellos tenían explícitas escenas de lesbianismo. Quizás el filme más sonado fue Me siento extraña, por la repercusión que tuvo, al emparejarse nada menos que con Rocío Dúrcal, actriz hasta entonces conocida del gran público por haber desarrollado su carrera con películas de contenido blanco, para adolescentes y otras posteriores en las que nunca hubo que desnudarse.
El rodaje de Me siento extraña transcurrió en el año 1977 y fue dirigido por Enrique Martí Maqueda, profesional con experiencia en televisión pero no en el cine. El argumento se centraba en dos mujeres que atravesaban una época de soledad. Una era la que interpretaba Rocío, dispuesta a dejar a su esposo al sentirse incomprendida. La otra, una "vedette" incorporada por Bárbara, quien al conocer a aquélla decide consolarla. En la cama. Entre ambas se desarrollará una relación amorosa, de fuerte contenido erótico.
Para Bárbara Rey no existió problema alguno acostarse con Rocío Dúrcal delante de una cámara de cine. Decía esto: "Mereció la pena por la cantidad de lesbianas que me felicitaron al estrenarse la película, y, sin tener yo esa tendencia sexual, de alguna manera me impliqué en su causa. Tampoco era la primera vez que rodaba escenas lésbicas: ya lo hice junto a Esperanza Roy en Carne apaleada, unos meses antes". Luego, añadía esto: "Después de cuarenta años de Dictadura, España necesitaba liberarse".
Siempre tan liberal, la murciana de Totana María (Marita) García García, entonces con veintisiete años, sostenía que rodar en los albores de la democracia española una película que mostrara los desnudos de dos mujeres amándose contribuiría a acabar con los tabúes sexuales existentes hasta esas fechas en nuestro país en una sociedad retrógrada e hipócrita.
El rodaje de Me siento extraña transcurrió sin problemas porque el director decidió dejar para el final las escenas de marras. Bien sabían Rocío y Bárbara, conocedoras del guión, que llegado ese momento no podrían evitar una lógica tensión. Hablaron mucho, con anterioridad a su filmación, sobre dichas secuencias, acordando que si el director o el cámara se excedían en su pretensión de apurar sus gestos y movimientos con ideas morbosas, se negarían en redondo. En el equipo técnico había cruce de miradas, cuchicheos, sabiendo que en el plató tendrían a dos estrellas tan conocidas dispuestas a abrazarse y a rozar voluptuosamente sus cuerpos. Llegado el momento, con los profesionales justos en el "set", sin mirones ni fotógrafos furtivos, Bárbara Rey y Rocío Dúrcal cumplieron con lo pactado. Cuando se estrenó Me siento extraña, vapuleada por la crítica como un engendro y hasta de película pornográfica, Bárbara recordaba que en una rueda de prensa fue insultada con gruesos epítetos. Aún hoy, transcurridos treinta y tantos años de su estreno, todavía hay quien recuerda aquel escándalo y trata de contemplarla de nuevo, ya sea en alguna copia casera o si da con ella en YouTube.
Pero no serían esas dos citadas películas las únicas en las que Bárbara Rey mantuvo relaciones lésbicas. Hubo una tercera, que rodó al año siguiente, en 1978, a las órdenes de un realizador español que vivía fuera de nuestro país, José Ramón Larraz. Se tituló El periscopio y mostraba a nuestra rubia compatriota murciana acariciando el cuerpo de Laura Gemser, aquella provocativa "Emmanuelle negra".
Acostumbrada a mostrar su anatomía, sus larguísimas piernas, en las revistas al uso, la filmografía de Bárbara Rey contiene múltiples secuencias eróticas, en una serie de cintas de las que enumeramos sólo unas pocas: Mi adúltero esposo, Virilidad a la española, La viuda andaluza (quizás una de sus mejores interpretaciones) donde se despelotaba junto a Paco Algora, con quien de nuevo se encamaba; compartiendo desnudos junto a María José Cantudo en una libertina historia de los siglos XIV y XV, Las delicias de los verdes años.
"Yo fui siempre una mujer muy atrevida, adelantada en el tiempo", se autodefinía Bárbara Rey. Con su historial, no sería prudente contradecirla. Ahora está viviendo, como sabrán, un difícil periodo tras confesar a bombo y platillo, como si fuera el secreto del siglo, su adición ludópata. En mi ingenuidad, creí en los anuncios previos que hicieron sobre su presencia en Telecinco que eso que iba a desvelar era otra cosa: sus amores reales, por ejemplo. Pero, no. Tras pasar por caja por enésima vez, en estos tiempos en los que parece que no encuentra ningún trabajo. Si sólo por contarnos lo de la otra noche se ha visto generosamente recompensada, ella que no tiene nada de tonta, no será difícil que la veamos nuevamente dentro de poco. Para revelar, por ejemplo, que ya va menos al casino o al bingo, o que lo ha dejado. A cambio siempre de un bonito talón bancario, naturalmente. No sé por qué pero me viene ahora mismo a la memoria el título de una antigua revista musical que estrenó Queta Claver: "¡A vivir del cuento!" Hace muy bien y está en su perfecto derecho mientras haya quien pague y gente que disfrute escuchándola.