A falta de que se consume la final y el joven Mateo se proclame vencedor, ya podemos decir que la segunda temporada de Masterchef ha sido la decepción más sonada de la actual temporada televisiva, al menos en lo que se refiere a los productos que las cadenas ofrecen en horario estelar. Las excelentes cifras de audiencia que el concurso ha arrojado semana tras semana no desmienten este desengaño. Lo que demuestran es que el formato es tan bueno que incluso un error brutal de casting como el protagonizado por los productores en esta segunda edición no es suficiente para acabar con el favor de los fieles, que, miércoles tras miércoles, han mostrado su preferencia por un excelente producto de entretenimiento familiar.
El principal problema de esta edición, que a punto ha estado de dar al traste con el invento, es, como ya ha quedado dicho, la pifia monumental de los responsables del casting, más interesados en componer un elenco de personajes de perfil televisivo con independencia de su destreza culinaria, que es, en realidad, lo que se debería haber perseguido en primer lugar. Podríamos señalar a la señora septuagenaria, completamente desorientada a causa de la edad, que nadie (ni ella misma) entendía qué narices pintaba en ese programa, pero no será necesario porque en la mente de todos los seguidores del programa están los casos de friquismo exacerbado con que los productores han pretendido forzar la máquina hasta casi hacerla reventar. En el caso del concursante Gonzalo, casi de forma literal, con su decisión de abandonar el programa en el ecuador ante la imposibilidad de disimular por más tiempo su absoluta incapacidad para participar en un concurso de estas características.
Salvo tres concursantes realmente amantes de los fogones, uno de los cuales, Emil, además ha sido eliminado a las puertas de la final, el resto estaba ahí como podía haber estado en Gran Hermano, porque, más que labrarse una carrera en el mundo de la cocina, de lo que se trataba era de salir en la tele y luego "ya se verá". Hemos vivido episodios de auténtica vergüenza ajena, porque, además de mostrar su incapacidad, los concursantes se propusieron dar espectáculo con una absoluta falta de respeto a los jueces del programa. Uno de ellos, proclive a los episodios histéricos, dijo en la semifinal que se la soplaba la opinión del jurado, resumiendo así de manera perfecta la tónica general de los supuestos aspirantes a integrar las cocinas de los grandes restaurantes de España, donde las opiniones del chef, soplar, lo que se dice soplar, no se la soplan a nadie, salvo que el soplador quiera verse en la puñetera calle de inmediato.
Los responsables de reclutar a los concursantes de esta edición han estado a esto de acabar con el programa para varias temporadas, porque un fracaso rotundo como el que han estado bordeando no se olvida fácilmente, y menos aún en la cadena estatal, objeto de críticas mucho más sañudas que las privadas por motivos tan obvios como justificados. Ahora bien, si se empeñan lo conseguirán y hundirán un formato exitoso en todos los países donde se ha llevado, hazaña que hasta ahora sólo estaba reservada a los genios de Antena 3.