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Concierto 25 aniversario

La revolución flamenca de Miguel Poveda

El hijo de unos emigrantes murcianos se ha convertido hoy en el más popular de los cantaores flamencos.

El hijo de unos emigrantes murcianos se ha convertido hoy en el más popular de los cantaores flamencos.
Miguel Poveda | Cordon Press

Hoy por hoy, Miguel Poveda es el cantaor más seguido por la juventud española. No es una cuestión baladí. Después del mitificado Camarón de la Isla pocos han tenido tan amplia sucesión de seguidores, si entresacamos el nombre también señero de José Mercé. ¿Y a qué se debe su popularidad, al margen de su indiscutida voz? Sin lugar a dudas a que, sin renunciar al cante jondo que tan bien conoce y practica, ha incluido en su repertorio coplas populares del pasado, aquellas que firmaran los más grandes del género: Quintero, León, Quiroga, Perelló, Mostazo, Solano, Ochaíta, Valverde, Montorio, Cabello, Freire, Gordillo . En fin: las canciones que en los años 50 y 60 del pasado siglo sonaban a todas horas en la radio de cretona a través de las voces de Estrellita Castro, Imperio Argentina, Concha Piquer, Juanita Reina, Miguel de Molina, Lola Flores, Manolo Caracol, Rafael Farina.

Eran esas Coplas del querer, como figuraban tituladas en los dos discos grabados por Miguel Poveda: Rocío, Ojos verdes, La bien pagá, Los tientos del cariño, Vamos a dejarlo así, Compañera y soberana, Embrujao por tu querer. Coplas que Miguel escuchaba en boca de su madre, natural de Puertollano, y que también encantaban a su progenitor, oriundo de Lorca. En busca de trabajo, éstos tuvieron que emigrar a Cataluña. Y en Badalona vino al mundo Miguel Ángel Poveda León el 13 de febrero de 1973. Catalán por tanto, hijo de charnegos. Al que le apasionaba el cante flamenco desde niño, de manera que frecuentó en su adolescencia las peñas flamencas de una región aún no sacudida por las presiones antiespañolas de los nacionalistas que odian todo lo que suena a España, sus costumbres más acendradas: los toros, el flamenco, la copla (amén de otras cuestiones, claro). Y en 1988, Miguel Poveda tuvo su primera actuación, digamos profesional, en la Peña Flamenca de Badalona. Y poco a poco, estudiando a fondo los ancestros del cante jondo, pudo lograr el premio que le supuso su trampolín al estrellato en ese género: cuando en 1993 se alzó con la Lámpara Minera en el Festival de La Unión (Murcia). Los flamencólogos lo ungieron como la nueva voz sonora de ese arte antiguo, milenario, cuyos orígenes todavía no han sido cifrados, entre doctas y variadas versiones. Cante grande de un pasado legendario, de gitanos hindúes, probablemente, que arribaron a la España de los Reyes Católicos.

Y Miguel Poveda siguió el itinerario de los festivales flamencos. Hasta que quiso ampliar su repertorio y su parroquia. Y así, tras ensayos, pruebas satisfactorias en actuaciones públicas, (por ejemplo, en 1998 cantaba La Salvaora, por tanguillo y zambra), dio en 2009 en grabar esas coplas del ayer sentimental, las de la España de la postguerra y años posteriores, que le depararon una extraordinaria popularidad. Vendió ochenta mil copias del doble Cd antes citado, Las coplas del querer. Y a raíz de ello sus contratos se multiplicaron. Y su caché. No hacía otra cosa –sin traicionar sus raíces flamencas- que tomar unas canciones populares y darles tratamiento de bulerías, rumbas y otros sones aflamencados; ritmos que adoptaron mucho tiempo atrás cantaores de tronío: Canalejas de Puerto Real (grabó Triniá y ¡Ay, Maricruz! por bulerías); Manuel Vallejo (registró en disco las zambras María de la O y Manolo Reyes); Manolo Caracol, Pepe Marchena, Pepe Pinto, La Niña de los Peines, La Niña de la Puebla, Juanito Valderrama, El Príncipe Gitano y tantos y tantos. Antonio Chacón afeó un día –finales de los años 20- a Angelillo que cantara "esos cuplés para damiselas". Y el escritor y crítico de flamenco Fernando Quiñones no le perdonó nunca a Valderrama poco menos que "abaratara su arte" cuando interpretaba El emigrante. Exigencias de intolerantes puristas.

Porque a Miguel Poveda no le importa engrandecer la copla con su arte. Y todos ganamos, empezando por él mismo. Críticas de "los flamencólicos" (en acepción de Raimundo Amador) como las del sevillano Manuel Bohórquez, que "lo pone a parir" y dice que no le llega a los talones, en profundidad, a Caracol. Miguel no se deja influir por nadie. ¿O es que los públicos de medio mundo que lo han escuchado son sordos, carecen de sensibilidad y desconocen los mimbres de su arte? Porque Miguel Poveda ha entusiasmado en el Teatro Real de Madrid, el Carnegie Hall y el Lincoln Center de Nueva York, el Liceo barcelonés, el sevillano Teatro de la Maestranza. Ha cantado en Viena, en Buenos Aires. Este próximo 21 de junio le espera una cita importante: la Monumental de las Ventas madrileña. Le acompañarán varios artistas amigos. En su concierto "25 aniversario". Un cuarto de siglo que lleva en candelero este grandísimo artista; por otra parte un tipo cercano, sencillo y afectuoso al que la popularidad no le ha arrebatado una gran verdad de la vida: que uno no es más que nadie. Y él sabe pisar el escenario, igual que las calles, sin olvidar de dónde viene. De una humilde familia que ha sufrido lo suyo. Bien se merece Miguel Poveda disfrutar de su triunfo, que nadie le ha regalado.

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