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El último paseíllo de Joaquín Bernadó, que estuvo casado con María Albaicín

Murió Joaquín Bernadó, el torero catalán más importante.

Murió Joaquín Bernadó, el torero catalán más importante.
Joaquín Bernadó | RTVE

Acaba de morir Joaquín Bernadó. Los críticos taurinos no han vacilado en coincidir que fue el torero catalán más importante. Contaba ochenta y seis años. El fallecimiento le ha sobrevenido en una residencia de la sierra madrileña. Estuvo casado con la bailaora María Albaicín, de la que se separó después de un apasionado matrimonio, con dos hijos. Él formó después una nueva familia.

Había nacido en Santa Coloma de Gramanet. Dejó sus estudios de Comercio al decidirse ser torero, afición que le surgió porque su padre lo llevaba todas las semanas a los festejos que tenían lugar en las dos plazas entonces existentes en la Ciudad Condal, la Monumental y la de Las Arenas. A Quimet, cuando se hizo novillero, lo motejaban como "El Noi de la Riereta". Compartió carteles con los también paisanos hermanos Corpas, Carlos y Paco. Y con el polifacético Mario Cabré, que se había enamorado de Ava Gardner cuando rodaron la película "Pandora". Sin ser correspondido, aunque viviera una noche de amor junto a ella. Lo cierto es que Joaquín Bernadó era ídolo de la afición taurina catalana y el avispado empresario Pedro Balañá (padre) lo emparejaba sábados y domingos con el onubense Antonio Borrero "Chamaco". Joaquín Bernadó llegó a torear doscientas cincuenta tardes en Barcelona, setenta y cinco en Madrid y doscientas en México, plazas en las que alcanzó faenas memorables, con su estilo clásico. Lo malo era que, con la espada, perdía muchos trofeos.

En los primeros años 60 se enamoró de la bailaora María Albaicín. El noviazgo, como registraron las revistas de la época, tenía ribetes apasionados. Y lo esperado era que se casaran, como así lo hicieron un día de octubre de 1962 en la ermita del Cristo del Caloco, cerca de la localidad segoviana de El Escorial, donde dicho sea de paso, pocos años atrás, se rodaron algunas escenas de la película de Pablito Calvo Marcelino, pan y vino. Si el diestro catalán gozaba de un indudable reconocimiento en las plazas, ella lo tenía en los tablaos flamencos, como el madrileño del Corral de la Morería adonde, embobado, iba todos los días que él podía a solazarse con el arte que María llevaba en sus venas gitanas. Nacida María de la Soledad García García, sólo contaba dieciocho años cuando se casó con Joaquín. Era hija de Rafael García Escudero, Rafael Albaicín en los carteles, que por su corta carrera en los ruedos se ganaba la vida como actor de reparto, en muchas coproducciones hipnoamericanas, como Rey de Reyes y Lawrence de Arabia. Se casó con Dolores García Mendy y a su boda asistieron su padrino Ignacio Zuloaga, José María de Cossío y Sebastián Miranda, entre otros invitados de postín. Su hija María, adoptó artísticamente el apellido Albaicín para el baile. Le venía de sus ancestros. Y del apellido Escudero de su abuela paterna, también su parentesco con el gran Vicente Escudero, maestro de la danza, que era su tío.

Pero Joaquín Bernadó, que era muy celoso como me confirmó su colega, el también matador de toros Luís Segura (que murió de infarto en el callejón de una plaza de toros), no quería que María Albaicín siguiera bailando. Tampoco le hacía gracia que ella apareciera en fiestas muy maquillada, luciendo su espectacular belleza, con ajustado y llamativos trajes. Y aunque se querían con locura, terminaron separándose. Los hijos hicieron piña con la madre y no quisieron saber ya nada de su progenitor. Joaquín Bernadó (hijo) trocó su apellido real por el sobrenombre de Albaicín para sus escritos sobre flamenco, toros y en particular, artistas calés. Y su hermana Jacaranda, muy simpática cuando la tratamos, se dedicó a pintar con notables resultados.

Años después de su fracturada unión matrimonial Joaquín Bernadó, que se cortó la coleta en la Monumental de las Ventas en 1990, rehizo su vida sentimental con otra mujer. Asentaron la familia en Canencia, localidad de la sierra madrileña. Un fin de semana me desplacé hasta allí, localizando al diestro en una modesta frutería de su propiedad. Me vendió un melón. Ver en ese pequeño negocio a un gran torero, causó en mí una rara sensación. Era evidente que pese a su larga trayectoria en los ruedos no tenía el patrimonio que su historial merecía. Pero allí estaba él, muy digno, ganándose la vida de aquella manera. Para mantener su indeclinable afición, en Telemadrid, Miguel Ángel Moncholi lo tuvo de asesor y comentarista en los festejos que retransmitían. Como asimismo ejerció de profesor en la Escuela de Tauromaquia de Madrid.

Fue un gran torero, de finísima estampa y destellos artísticos, creador de la bernardina, un pase emparentado con la manoletina. Sencillo, algo tímido, de trato afable.

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