Cuando Concha Velasco ganó millones, los perdió y estuvo al borde del suicidio
Concha Velasco acaba de retirarse del cine. A sus 82 años puede presumir de una enorme trayectoria de seis décadas.
Llega Concha Velasco a los ochenta y dos años este lunes 29 de noviembre tras una intensa carrera artística: algo más de seis décadas, sin desmayo, en el baile, el cine, los escenarios teatrales, la televisión e incluso la música. Un todoterreno, que se dice en el mundo del espectáculo. Agitada ha sido asimismo su vida personal. Al comienzo de este otoño anunció su retirada: así se lo aconsejaron sus dos hijos, prometiéndole que podría intervenir en alguna actividad que no pusiera en peligro su salud. Es una actriz adorada por los españoles, que la quieren de igual modo que los periodistas siempre hemos encontrado en ella a una mujer sincera, simpática, amable. Respeto nos ha producido siempre, amén de admiración. Por eso nos entristece que en los últimos tiempos soporte físicamente dolencias, que en público esconde para sí. Y hurgando en su pasado, quedan las huellas de tantas decepciones como ha sobrellevado con ejemplar dignidad. Una mujer valiente, una actriz formidable, que ya es historia.
Ha sido una luchadora. Paco Marsó, su marido, de acuerdo con ella, arriesgó mucho en una serie de espectáculos protagonizados por Concha. Algunos supusieron al matrimonio pérdidas económicas importantes, como La Truhana, en 1992, donde afrontaron una deuda de 265.000 euros. Peor les fue con ¡Hello, Dolly! en 2001; fiasco que los llevó casi a arruinarse. Se daba la circunstancia de que el público llenaba los teatros pero aún así ni siquiera el taquillaje superaba los cuantiosos gastos del montaje y las nóminas de su numeroso elenco. Y ahí estaba la vallisoletana, trabajando sin desmayo en la televisión, aceptando "spots" publicitarios, para enjugar parte de lo perdido; incluso hubo de vender su confortable piso del barrio madrileño de Sanchinarro, al igual que tiempo atrás también se vio obligada a deshacerse del chalé en la privilegiada zona de La Moraleja, que yo conocí, donde Concha se encontraba feliz.
Con aquellas aventuras teatrales, que le proporcionaron excelentes críticas, tuvo que arrastrar varios años, incluso ya viuda de Paco Marsó, una deuda con el Fisco. El pago del IVA entre los años 1996 , 1997 y 1998. Tenía un plan de pensiones por importe de 50.000 euros, al que hubo de acceder, rescatándolo ante aquel negro panorama económico. Sacó la actriz siempre fuerzas de su tambaleante patrimonio. Si lloró, jamás lo hizo en público, ante el que siempre mostró su rostro más amable, inalterable su cómplice sonrisa con todo el mundo, dando siempre la cara ante tanta adversidad.
Los últimos años fueron de angustia contenida. Satisfaciendo puntualmente cuanto debía. Y sin dejar de trabajar. Esa lucha acaso le haya pasado factura físicamente, arrastrando una artrosis de cadera que disimuló cada vez que, erguida, se subía a un escenario o comparecía ante los televidentes. Sufriendo por dentro, aguantando el tipo; valiente, responsable siempre. ¿Cómo no se puede querer a un personaje como ella? En sus desplazamientos he sabido que a veces ha de servirse de una silla de ruedas. Procura que no haya un fotógrafo que pueda captarla así. Merece que ninguno, por muy periodístico que ello resulte, no obtenga imagen alguna.
Jamás, asegura, pasó por ninguna clínica para someterse a operación facial alguna. Tiene el rostro de una mujer de su edad, sin afeites ni retoques. Nunca ha renunciado por ello a su innata coquetería: luciendo modelos que iban a su bien y constante renovado armario, rebosante de vestidos y zapatos a juego, numerosos. Le hubiera gustado tener más hijos. Pero su vida sentimental siempre se vio alterada por imprevistos de sus parejas. Ha dicho que su amor imposible fue Manolo Escobar. Nunca negó que otro fue Fernando Arribas, con quien no pudo casarse. Lo que no invalida que asegurara haber querido con toda el alma a Paco Marsó, que nunca le fue fiel y además fue culpable de gran parte de las desdichas del matrimonio.
Con todo ese infierno que hubo de padecer durante años, quiso suicidarse, tomó unas pastillas y estando en casa esperando el destino final que había decidido, se colocó frente al televisor encendido siguiendo un programa animado por Andréu Buenafuente. En un determinado momento vomitó cuando había ingerido, lo que le salvó de una muerte segura. Pero ¿cómo una mujer de su carácter, que en todo momento superó todas sus desgracias, pudo llevarla a aquella acción?
Ella ha resumido su existencia así: "He sido amante, esposa, doliente, feliz, generosa, amiga… He derrochado amor. Me arruinaron, me quisieron, me engañaron y engañé yo… He amado, eso puedo decirlo bien alto. He querido ciegamente y sin condiciones, en todos los estados y en todas las condiciones, apasionadamente, locamente, con ferocidad".
Concluía Concha su libro autobiográfico El éxito se paga con esta convicción acerca de una vida llena de momentos divertidos y otros dramáticos: "Me he reído, he llorado y he sentido pena de mí. ¿Me queda tiempo para ser feliz?"
Ganó mucho dinero. Lo perdió en gran parte. Para verse obligada en los últimos tiempos a residir en un piso de alquiler. Sus hijos, Manuel y Paco, siempre la protegieron y ahora vive en casa de uno de ellos. Protegida siempre. Merece que el destino le sea del todo favorable, con toda justicia para que pueda ser feliz, como se preguntaba. Lo merece esta colosal actriz y admirable mujer.
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