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Jaime Ostos y las varias veces que ha esquivado a la muerte

Jaime Ostos ha visto la muerte de cerca varias veces.

Jaime Ostos y Mari Ángeles Grajal. | Gtres

Hace unas semanas Jaime Ostos ha sido objeto de un homenaje ante las cámaras de televisión de Canal Sur. Los reporteros lo llevaron a la Maestranza sevillana, donde tantos triunfos cosechó en su vida activa de matador de toros. Y asimismo lo trasladaron a la aldea del Rocío. Este año ha cumplido 90 años. Los médicos que lo atendieron en agosto de 2019 diagnosticaron que nada podían hacer por él y que la muerte le acechaba de un día para otro. Pero su mujer, la neumóloga doctora María de los Ángeles Grajal, se lo llevó a casa y logró que saliera adelante de aquel negro pronóstico.

Jaime Ostos ha de llevar aún muletas (y no precisamente las de torear). Tuvo que servirse de una silla de ruedas tiempo atrás. Llegó a quedarse en cuarenta y cinco kilos, consecuencia del Covid-19 y de unos fortísimos dolores en la espalda. Siempre tuvo una voz aguda pero ahora se le ha agudizado, valga la redundancia. Se le ve aún débil; precisa ayuda para moverse. Pero no ha perdido el sentido del humor y sus ganas de vivir y llegar a centenario. Cuenta que su padre y su abuelo alcanzaron tan provecta edad.

Llevaron a Jaime a dos hospitales. Y tras dos operaciones y una larga estancia en manos de los médicos, llegó a escuchar un día el pesimista pronóstico de los facultativos que lo trataron: "De esta noche quizás no pase", le dijeron a la esposa del matador. Quien tomó la resolución de atenderlo en casa donde poco a poco, con los medicamentos que la doctora Grajal creyó oportunos, Jaime fue recuperando sus depauperadas fuerzas.

La faceta de pintor de Jaime Ostos | Archivo

"De no ser por ella yo no estaría aquí. A mí no me asusta la muerte: "la he visto" cara a cara varias veces después de sufrir veinticinco cornadas en mi vida de torero". La más grave de ellas le ocurrió en Tarazona de Aragón el 17 de julio de 1963. Un sacerdote le administró la extremaunción. El doctor Val Carreres, una eminencia, lo salvó. Tuvieron que trasfundirle diez litros de sangre. Pudo salir adelante y seguir toreando.

La primera de las diversas entrevistas que hice al torero fue en el Sanatorio de Toreros, ya desaparecido, en la calle de Bocángel, muy cerca de la Monumental de Las Ventas. Jaime se recuperaba de aquella terrible cornada. Su primera mujer, bellísima, la sevillana María Consuelo Alcalá, estaba presente en su habitación, velándolo día y noche. Se habían casado tres años antes, ella con solo diecinueve años. Tuvieron dos hijos, Gabriela y Jaime. Con tantos viajes por su profesión, Jaime Ostos pasaba poco tiempo en familia. Y María Consuelo acabó por cansarse, conociendo además que su marido la engañaba con frecuencia: siempre fue un consumado seductor hasta que, octogenario renunció ya a la fuerza a ir detrás de las primeras faldas que se le ponían a tiro. María Consuelo se despachó a gusto contando sus cuitas en un libro, además de aparecer en uno de esos programas del corazón donde se cuentan las miserias de quienes se prestan a ello, previo paso por caja. Los dos hijos de Jaime y María Consuelo reconocían que su padre era un golfo, pero lo querían. Gabriela convirtió a Jaime en abuelo y Jaime, que llevaba una vida disipada, entre caballos de raza y amistades peligrosas, se buscó la vida como pudo al lado de la millonaria Yolanda García López.

Jaime Ostos fue una figura de los ruedos en la década de los 60 y parte de los 70. Siguió toreando allí donde lo contrataban, en plazas ya de menos categoría, o en festivales, hasta 2003, cuando dijo adiós en su pueblo natal de Écija, porque su afición taurina nunca le abandonó. El escritor francés Jean Cau fue su más apasionado biógrafo. Y hasta rodó una película sobre su vida y la espantosa cogida antes mencionada, estrenada mediados los años 60.

Si Jaime no quería nunca retirarse del toreo, tampoco abdicaba de sus conquistas femeninas, que son incontables. Con Lita Trujillo (Lía Milán) antigua actriz de Hollywood, convivió un montón de años en el chalé que ella tenía en usufructo al morir su marido, hijo del dictador dominicano general Trujillo, para ocuparse de sus dos hijos menores. En un sótano de aquella lujosa vivienda a las afueras de Madrid, lo sorprendí pintando, pues era un buen aficionado a los pinceles. Le llevé una cinta con su pasodoble grabado, que le había compuesto el maestro Quiroga, estrenado por Imperio de Triana, que no guardaba, del que tenía un vago recuerdo.

Con Lita Trujillo vivió impetuosas relaciones, como si ensayaran episodios de Richard Burton y Liz Taylor. Porque Jaime era un "donjuán" que le ponía los cuernos a cuantas mujeres se cruzaban en su vida. Una de ellas fue Aurora Díaz, que lo demandó por no haberse ocupado de la hija que tuvieron y que los jueces dieron por legítima al no presentarse el torero para someterse a las pruebas del ADN. A él le importó poco ese requerimiento judicial. Siguió con su vida de siempre y alternó su convivencia con Lita Trujillo y con el amor definitivo que iba a ser la doctora María de los Ángeles Grajal, con la que también tuvo pasajes propios de un culebrón.

Lita Trujillo | Archivo

Jaime Ostos frecuentaba la ganadería salmantina de los Pérez Tabernero. A su propietaria, Mercedes, la adoraba y en sus predios, participando en tentaderos, intimó con una de sus nueras. De la que Jaime se enamoró, aun sabiéndola casada con uno de los hijos de la anfitriona. Fue un reto para el matador astigitano pues logró conquistarla. Lo bueno del asunto es que a la zamorana doctora María de los Ángeles Grajal no le importó engañar a su marido, abandonarlo, para irse del brazo de Jaime Ostos. Arriesgada aventura a sabiendas que todo Salamanca se enteraría de la huída. La pusieron verde… y más. Pero el amor de la pareja salió adelante.

Jaime y María de los Ángeles, pasado un tiempo de amantes, pudieron ya casarse civilmente, con las nuevas leyes aprobadas en la Transición, el 6 de marzo de 1987 en San Lorenzo de El Escorial. Testigos: Rocío Jurado y Antonio Garrigues Walker. Enamoradísimos. Ella tenía veintitrés años menos que él. Fue una ceremonia íntima. Los reporteros del corazón pronto darían con la pareja, a la que persiguieron algún tiempo. Las revistas contaron las peripecias que atravesaron hasta llegar al matrimonio. Tuvieron un hijo, Jacobo. Instalados en Madrid, la doctora tenía su consulta y Jaime pasaba muchas horas en el hotel Wellington como contertulio. A mí me confesó que tenía un patrimonio suficiente, alguna finca en Sevilla, para mantener un hogar. La pareja asistía a menudo a todo tipo de actos sociales, lo que no impedía que María de los Ángeles cumpliera con sus obligaciones de médico. Y un día descubrió que Lita Trujillo le escribía cartas a Jaime recordándole los años que habían estado juntos y el amor y la pasión que ella no podía olvidar. No pudiendo consentir ese acoso de su antigua amante se separó de Jaime en marzo de 1989.

Viví siquiera superficialmente aquel periodo cuando la doctora se fue a pasar una temporada a Marbella con su hijo. Bastante revoltoso éste, que la tomó conmigo mientras entrevistaba a su madre, prodigándome patadas. María de los Ángeles tenía miedo de que apareciera Jaime. Y en efecto, éste se enteró de dónde estaba su todavía legalmente su mujer, a la que amenazó un tiempo. Ella se refugiaba en la persona de un abogado, quien al parecer estaba enamorado de la doctora o al menos aceptaba ese papel de acompañante en estrenos y fiestas. Jaime Ostos siguió con su obsesiva idea de reconquistar de nuevo a María de los Ángeles. Transcurrieron tres años. Hasta que la convenció de que debían casarse de nuevo. Lo que hicieron en 2014 en otra ceremonia íntima celebrada en Villaviciosa de Odón. Desde entonces no se han separado más.

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