La desgracia de Diana de Gales, la princesa que murió sin encontrar el amor
Se cumplen 24 años de la trágica muerte de Diana de Gales. Su recuerdo se resiste a desaparecer.
El 31 de agosto de 1997 Diana de Gales murió trágicamente. Desde entonces, cada aniversario es recordado en medio mundo. Lo será también en este final de mes. Varios acontecimientos han avivado aún más su recuerdo. Uno de ellos el monumento erigido en su memoria, inaugurado por sus hijos, los duques de Sussex y Cambridge en el pasado mes de junio. Para esta ocasión, ambos olvidaron sus rencillas. Entre tanto, amén de varias decenas de libros publicados sobre la princesa y un sinfín de reportajes periodísticos, nuevos documentales se emiten en las más importantes cadenas televisivas. Netflix continúa manteniendo su serie The Crown, con capítulos emotivos significando que Lady Di, como fue conocida y ella así quería ser llamada, es el personaje que más audiencia concita por encima incluso de la reina Isabel.
Carlos de Inglaterra y Diana Spencer contrajeron matrimonio hace ahora justamente cuarenta años en agosto de 1981 en la catedral londinense de San Pablo. Fastuosa ceremonia que siguieron por televisión millones de personas. Parecían muy enamorados. Llegó el día que ella seguía sintiendo pasión por su marido, pero sin ser correspondida. Y se enteró de que a sus espaldas, el heredero de la Corona británica la engañaba con una novia del pasado, Camila Parker, con quien no había podido legalizar su unión al estar casada. Se atribuye a Carlos esta frase dirigida a su esposa: "Tengo todo el derecho como Príncipe de Gales a tener una amante como hicieron mis antepasados". El cinismo e irresponsabilidad marcaron la conducta del marido de Diana, quien ya separada pronunció en una entrevista para la BBC esta lacónica pero expresiva confesión: "En mi matrimonio éramos tres". Carlos de Inglaterra maltrató a Diana de Gales mientras se revolcaba a menudo en la cama con la hoy duquesa de Cornualles. Pero ¿por qué se casó entonces con Diana Spencer? Es la pregunta que cualquiera podría plantearse. Parece como más plausible que Carlos fuera conminado, en cierto sentido, por la reina Isabel II, para que, dada la edad de él, pensando en la sucesión de la Corona, pasara por la vicaría y darle descendencia a la familia. Todo eso a costa de engañar a una encantadora joven que, creyendo estar enamorada pasó a ser una patética princesa, desgraciada, insegura, depresiva por la conducta impropia y maquiavélica de un esposo amoral. Si esa especulación acerca del consejo de la Reina fue cierta podríamos decir que Diana Spencer fue un conejillo de Indias.
Quiso Diana con locura a sus hijos Guillermo y Enrique. Los educó. De una manera menos rígida de lo que era habitual en la Corte inglesa. Y cuando ya divorciada pensó en su futuro, Lady Di se dejó llevar por sus sentimientos. Perteneciente al signo de Cáncer, voluble, imaginativa, muy romántica quiso desquitarse de su amargo pasado con su irresponsable marido, buscando fuera de palacio al hombre que pudiera hacerla feliz. Pero no lo encontró, a pesar de sus vanos intentos con determinados tipos de muy distinta condición social. Esa actitud le supuso ser muy criticada aunque en el debe y haber de su vida quede registrado lo mucho que ayudó a personas sin hogar, a enfermos de sida, a trabajar con más de cien organizaciones benéficas, a luchar para que se erradicaran las minas terrestres… Fue muy dichosa cuando conoció a Teresa de Calcuta y se ofreció a ayudarla cuanto pudiera.
Volcada en esa constante actividad de ayuda social Diana de Gales trató de olvidar su ayer maldito. No lo logró. Cayó en los brazos de un rico fabricante de ginebras, James Gilbey, que acabó traicionándola contando su experiencia amatoria con la princesa. Se fijó también en su apuesto instructor de equitación, James Hewitt, con quien creyó hallar la estabilidad sentimental. Menos tiempo pasó con otro frívolo caballero, Will Carlins, campeón de rugby, cuya presencia a su lado la hacía sentirse protegida. Oliver Hoare, marchante de galerías de arte, fue otro de sus íntimos , con derecho a roce. Posiblemente el más sincero de esos amantes fuera el doctor Hasnat Khan, de nacionalidad india. De piel aceitunada, carácter sencillo, modesto y entregado a su profesión. Lady Di y Hasnat mantenían encuentros secretos, bien en el palacio de Kensington, donde ella habitaba tras su separación y posterior divorcio, o en un sencillo apartamento del doctor. Los tabloides ingleses pronto descubrirían a la pareja. Se suscitó si era conveniente para los hijos de Diana que fuera a casarse con un médico de diferente cultura y raza. Porque la princesa pensó ciertamente en ser su esposa. Hasta se fue a la India a conocer a los parientes de Hasnat. Finalmente éste rompió la relación de manera amistosa, haciéndole comprender que él no era el adecuado para convertirse en su marido.
El último que sedujo a la princesa de Gales fue un play-boy millonario, egipcio, llamado Dodi al-Fayed. Natural de Alejandría, donde nació en 1956, era sobrino del traficante de armas Adrian Kashoggi. Nada interesado en los negocios, como era su padre, se convirtió en dueño de una productora de cine. Que entre otras películas financió Carros de fuego. Casado en 1987 con la modelo norteamericana Suzanne Grehard, se divorció pronto y con ayuda de su progenitor pudo pagar dos millones de dólares que acordó con un juez. La pasión de Dodi por las mujeres sólo tenía como competencia su afán en comprar lujosas residencias y aviones, que él mismo pilotaba. Era guapo, seductor a más no poder y se le vio junto a bellezas del cine, como Brooke Shields, Daryl Hannanh, Britt Ekland, u otras de distinto origen, como Estefanía de Mónaco y Tina Sinatra.
A Diana la conoció en 1987 con ocasión de disputar con su equipo un encuentro de polo contra el que comandaba Carlos de Inglaterra. Aquel primer encuentro fue protocolario. Ya divorciada la princesa es cuando Dodi la invitó con sus hijos a pasar unas vacaciones a bordo de su yate "Jonikal", con el que emprendieron la ruta de la Costa Azul. Un beso entre ambos captado por los paparazzi que perseguían a la pareja fue portada en los más importantes medios periodísticos. Así llegamos al final del mes de agosto de 1997 cuando tras varias travesías marítimas Dodi quiso deslumbrar a Diana llevándola al hotel Ritz de su propiedad, en París. No quería la princesa haberse desplazado a la capital francesa: hubiera salvado su vida. Prefería descansar unas jornadas en Londres. Pero Dodi la convenció. Y cuanto sucedió en la madrugada del 31 de agosto de aquel año ya es historia contada millones de veces. Los servicios médicos de urgencia llegaron de madrugada a donde se encontraba el Mercedes siniestrado. Durante dos horas, ya trasladada al hospital de la Pitié-Salpêtrière, los facultativos se emplearon a fondo para salvarla. Había perdido mucha sangre y sus heridas en el pecho eran muy graves. Sufrió un paro cardíaco. Eran las cuatro de la madrugada cuando dejó de existir.
La conmoción mundial fue grande. Despertado Carlos de Inglaterra en su lecho, dispuso que los príncipes Guillermo y Enrique fueran llevados al castillo de Balmoral, al cuidado de sus abuelos paternos, la Reina y el príncipe consorte. Carlos voló a París, se hizo cargo de los trámites pertinentes para regresar a Londres con el cuerpo sin vida de Diana. Pasaron unos días hasta que los hijos de la difunta fueron informados de la trágica muerte de su madre. Sería enterrada en la isla Oval, en el cementerio familiar rodeado del lago Althorp, donde tanto jugó la princesa siendo niña, que por ser una propiedad privada de la familia Spencer nadie podría acercarse hasta la tumba que no fuera alguno de sus familiares.
Era el final de una mujer de treinta y seis años cuya intensa vida estuvo llena de emociones contradictorias, que persiguió su felicidad sin poder atraparla.
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