Hay fechas en un candelario del dolor que John Travolta no puede olvidar. El pasado 12 de julio volvió a llorar amargamente, en silencio, recordando la muerte de su esposa, Kelly Preston, hace un año, víctima de un cáncer de mama. Llevaban veintinueve años casados, siendo padres de tres hijos. El primogénito, Jett, padecía la enfermedad de Kawasaki y falleció en enero de 2009, a los dieciséis años, tras golpearse en una bañera. Pero no fueron esas dos las únicas desgracias del ídolo de Fiebre del sábado noche: el 27 de marzo de 1977 su novia, Diana Hyland, también se fue de este mundo, a causa también de un cáncer. El destino ha golpeado así a John Travolta, que muestra su entereza cuidando de la educación de dos de sus hijos.
A los sesenta y siete años, nacido en New Jersey, puede decirse que John Travolta es un mito del cine desde que fue protagonista de dos películas, la antes citada Fiebre del sábado noche, de 1977 y Grease, rodada al año siguiente. El baile frenético que Travolta desarrolló en ambas lo convirtió en un ídolo juvenil. Para prepararse, no dudó en familiarizarse con el mundo de las discotecas, además de recibir lecciones de danza moderna. Anteriormente, había protagonizado también Carrie, dirigida por Brian de Palma, en 1976, el mismo año que El chico de la burbuja de plástico donde compartió cartelera con Diana Hyland. Los dieciocho años que les separaban, ella mayor, no fueron inconveniente para que se hicieran novios y vivieran menos de un año de romántica y apasionada relación, hasta que la muerte de ella dejó en John un duro golpe en su corazón herido.
Cuando John Travolta vino a España en 1980 me habló de esa desgracia y también de la desaparición de su madre, asimismo a causa de otro cáncer: "Sueño todas las noches con esas dos personas tan importantes en mi vida. Estas circunstancias no puedes olvidarlas nunca, aunque trato de vencer los pensamientos, alejarme de esos recuerdos, pero finalmente vuelven a mi memoria".
Encontré entonces a un John Travolta algo infantil y él mismo, al comentárselo, estuvo de acuerdo: "Sí, es verdad que puedo resultar algo niño. A ratos perdidos me divierto fabricando aviones de juguete. Sueño a menudo con aviones". Esa afición por ellos le venía de cuando contaba cuatro o cinco años y en su casa de Nueva Jersey contemplaba el vuelo a baja altura de los aviones que despegaban del aeropuerto de La Guardia, en Nueva York. A seiscientos metros de altura, casi rozando los techos de su vivienda. Cuando millonario pudo disponer del suficiente dinero fue adquiriendo aparatos, una flota de cinco aeroplanos, entre ellos un "Boeing 707", que ha pilotado con suma pericia, desde que obtuvo el permiso correspondiente tras los cursos de rigor. Un placer le supone trasladarse con alguno de ellos desde su casa de Miami a la de Los Ángeles. Su afán coleccionista le ha llevado también a adquirir varios automóviles de potente cilindrada.
Después de mi entrevista con él en Madrid tres años después volví a encontrármelo en el aeropuerto de Biárritz, adonde llegó en compañía de su padre, Salvatore, un italiano que emigró a los Estados Unidos. Viajó en uno de sus aviones. Lo seguí hasta San Sebastián. Al día siguiente me concedió otra entrevista. Llegó para promocionar su película Staying alive. También tuvo que exhibir su condición de bailarín, con cierto esfuerzo, ensayando catorce horas diarias, sometido a un severo régimen alimenticio. "A mí me gusta actuar como mi personaje, Tony Manero. Los dos somos muy creativos", me dijo. ¿Y cantar?, le pregunté. "Esa faceta es secundaria en mi carrera". Para entonces me pareció que John Travolta había ganado en madurez, estaba más seguro de sí mismo. Me interesé de cómo era su vida entonces: "Yo tengo el corazón gitano. He de cambiar de sitio constantemente. Siempre tengo las maletas a punto para irme a cualquier parte".
¿Llegaste a sufrir alguna crisis a costa de las desgracias sufridas?. Me respondió: "Claro. He visto muy de cerca a la muerte". Y lo que es el destino: aún le esperaban dos tragedias. La del invierno de 2009 cuando murió su hijo mayor Jett y la del verano de hace un año, en plena pandemia, de su esposa, la rubia, guapa y encantadora Kelly Preston, a la que estaba tan unido y enamorado. Los dos, miembros de la Iglesia de Cienciología. Se habían conocido durante unas pruebas para la película Los expertos, en 1987, que juntos protagonizaron.
Hubo un parón en la carrera cinematográfica de John Travolta, que pudo remontar gracias a que Quentin Tarantino le proporcionó uno de los papeles destacados de Pulp fiction, donde encarnó a un matón mafioso. En adelante fue combinando hasta el presente filmes de acción con otros de comedia. No siempre la crítica ha sido benévolo con él, pues ha recibido comentarios muy duros sobre algunos de sus trabajos. Le hagan o no mella está convencido de que sus películas son comerciales y llegan a muchos espectadores. Eso es lo que le importa pues además de ser protagonista, incluso director, produce la gran parte de sus últimos filmes.
En febrero último participó en un anuncio junto a su hija Ella que se emitió durante la retransmisión de la Super Bowl. Eso significa una audiencia espectacular. Padre e hija recrearon una antigua coreografía de danza, la de Grease. Emotivo fue que otras imágenes fueran la de John con su esposa, bailando con sus miradas frente a frente, las últimas que públicamente pudieron verse, pocos meses antes de la muerte de Kelly.
Un turbio asunto ha rodeado la vida privada de John Travolta tiempo atrás a cuenta de su presunta homosexualidad. Dos masajistas, cada uno separadamente y un ex-piloto, lo demandaron acusándolo de agresiones sexuales y lesiones físicas. Pero esas demandas fueron desestimadas al no probarse las acusaciones. No obstante, es una sospecha que ha venido ensombreciendo la carrera de atlético galán y bailarín de John Travolta, que ya tiene bastante con soportar su pasado de tragedias familiares.