Carolina de Mónaco fue en su juventud la princesa díscola que trajo de cabeza muchas veces a sus padres, sobre todo a la princesa Grace a causa de sus veleidades sentimentales. Desde luego, su hermana menor, Estefanía, le ganaría luego en esas mismas peripecias amorosas. El caso es que Carolina se salió con la suya al casarse con Philippe Junot frente a la oposición de sus progenitores. Se divorció pronto, encontrando al verdadero amor de su vida, Stefano Casiraghi, que murió en accidente a los siete años de casados. Y en su tercera boda con Ernesto de Hannover no ha podido ser más desgraciada. Diez años después de casados, en 2009 se separaron. Ninguno de los dos ha solicitado el divorcio. Siguen legalmente siendo marido y mujer, aunque no se vean. ¿Por qué no han roto definitivamente su vínculo?
Carolina asombraba con su belleza en las páginas de las revistas del corazón allá por los años 70. Sus padres, príncipes de Mónaco, confiaban que se convirtiera en esposa de algún miembro de la realeza europea. Ya en la época juvenil de la princesa imperaban otras costumbres. Por otra parte, ni Raniero ni Grace habían sido un ejemplo en cuanto a sus respectivas biografías sentimentales, que no vamos a remover aquí. Tuvieron que someterse al deseo de Carolina de contraer matrimonio con el play-boy Philippe Junot, reconocido como aspirante a cazafortunas. Carolina estaba loca por él. Se casaron en 1978 separándose en 1980. Desde el Principado monegasco se intentó cerca del Vaticano que la Iglesia diera por anulada esa boda. Lo que no consiguieron tras no pocas gestiones a todos los niveles hasta 1992.
Para entonces, Carolina ya se había desquitado de su ruptura con Junot viviendo una romántica experiencia con su amigo de la infancia Roberto Rossellini, el hijo del gran director e Ingrid Bergman. Después conoció a otro atractivo italiano, empresario de éxito, Stéfano Casiraghi, con el que se casó en 1983, siendo padres de tres hijos. Carolina vivió sus mejores años, los más felices, hasta que el destino le deparó una inesperada desgracia: Stéfano, participante en una competición encontró la muerte a bordo de una embarcación que pilotaba. Viuda, tardó en encontrar quien la consolara, hasta que apareció el actor Vincent Lindon, menos agraciado dicho sea de paso que sus anteriores amores, con el que se fue a vivir a un lugar campestre alejado del Principado. Fue sólo un romance poco duradero, que no dejó huellas aparentes en la poco afortunada princesa en el amor.
Transcurrieron unos años en los que Carolina de Mónaco no protagonizaba noticia sentimental alguna, hasta que un día supimos que se había enamorado de un antiguo amigo de la infancia, el príncipe austriaco Ernesto Augusto de Hannover, que había tarifado con su esposa, Chantal Hochuli, de la que se divorció en 1992.
Durante un tiempo, tras celebrar su enlace el 23 de enero de 1999 en el palacio de Montecarlo, pareció que la pareja atravesaba un periodo de armonía. Tres años le llevaba él a Carolina. Ella se ocupaba de sus tres hijos habidos con Casiraghi y también cumplía con sus obligaciones oficiales. No sabemos en esta unión quién de los dos podía aportar más solvencia económica, pero Ernesto siempre fue hombre de muchas ínfulas que decía ser descendiente de muy rancias monarquías europeas, dueño de un fantástico castillo, en Marienburg.
Los primeros disgustos entre Carolina y Ernesto surgieron por la inmoderada afición de éste a beber más de la cuenta. Se dice siempre que hay quién sabe beber y quién no. Pues el marido de Carolina es de la cofradía de estos últimos. Podría escribirse un amplio volumen contando sus "hazañas" cuando por culpa de sus libaciones la emprende con el primero que encuentra. Y si entre manos tiene un arma, ni digamos. Así les pasó a unos reporteros, sobre quienes Ernesto explotó su ira en cierta ocasión. Y así en cuantos eventos ha estado con una botella entre sus manos. La pobre Carolina lo pasó fatal cuando invitado el matrimonio a los esponsales de Felipe VI y Letizia, Ernesto no asistió a la ceremonia, mientras "dormía la mona" en su habitación del hotel Ritz de Madrid, adonde llegó de madrugada con una borrachera de órdago, despertando a Carolina y a otros clientes. En los últimos años cada pocos meses se vienen publicando las detenciones de que es objeto por su repetido comportamiento, propio de un infeliz alcohólico. Lo malo es que el tipo es muy violento.
La última vez que armó un alboroto y terminó en un calabozo austríaco, en marzo pasado, un juez lo condenó a diez meses de reclusión, aunque le permitía libertad condicional si aceptaba rehabilitarse en una clínica. Prometió hacerlo pero a los pocos días ya se escapaba del centro para irse al primer bar que encontró abierto. Lo último que hemos sabido de Ernesto es que en el mes de julio viajó a Ibiza, donde sus cogorzas fueron sonadas como siempre. Corre el riesgo de que el juez que lo condenó pudiera imputarle un nuevo delito y con él la permanencia en la cárcel de tres años. Es un enfermo, alcoholizado, que con una considerable altura pesa ahora sólo cuarenta y tres kilos.
Ante un caso como el de este impresentable príncipe del As de Copas, uno se pregunta cómo es que Carolina de Mónaco no se divorcia de él, pues legalmente repetimos que continúan siendo matrimonio. No hay otra razón que un pacto que Carolina firmó con los hijos de Ernesto de Hannover de un anterior matrimonio de éste, por el que preservan estando casados el patrimonio del marido. Éste y Carolina tienen una hija, Alejandra, circunstancia que también ha de tenerse en cuenta en el caso. Ya en 2009, como indicábamos se separaron legalmente y no han vuelto a verse ni a tampoco a tener relaciones de ningún tipo, que se sepa. Y desde entonces no se conocen tampoco relaciones de la princesa con ningún varón. Desgraciada situación la suya desde luego.