A pesar de sus evidentes encantos físicos y su biografía llena de éxitos, millonaria, querida por millones de admiradores, Raffaella Carrá ha llegado al final de sus días siendo una recalcitrante solterona. "Nunca me casaré", repetía a los periodistas que se interesaban por su estado civil. Puede que su entorno familiar, la vida de sus padres, la llevaran a esa conclusión. Pero que tuvo amores, no hay dudas. Sólo que todas sus relaciones sentimentales terminaron sin culminarse ante el altar o un juez.
Raffaella María Roberta Pelloni nació el 18 de junio de 1943 en Bolonia. Con nueve años ya quería ser artista. Recibió clases de ballet clásico y en cuanto pudo paso a hacer papelitos en el cine y en los teatros de variedades. La televisión sería el medio que la proyectó en toda Europa y en Hispanoamérica. Hablaba y cantaba en varios idiomas.
Con la identidad antedicha no se encontraba muy conforme así es que un director cinematográfico, Dante Guardamagna, le sugirió el apellido artístico Carrá. Se le ocurrió recordando a un pintor, Carlos Carrá. La sensualidad de esta actriz-cantante le deparó un sinfín de pretendientes. Pero ella supo elegir desde que se sentía atraída, y no iba a echar por tierra lo conseguido en su carrera.
La lista de sus amantes es reducida. Con un nombre importante que quiso seducirla, pero ella no se dejó: Frank Sinatra. Rechazó un brillante que le ofrecía. En esa temporada que vivió en Hollywood alternó con Yul Brynner, galante y conquistador en todo momento. Muy dulce cuando le hablaba. Marlon Brando asimismo quiso ligársela. Y tampoco Raffaella perdió la cabeza por ninguno de ellos.
Ocho años estuvo unida a un jugador de la Juventus, el futbolista Gino Stachin. Cuando lo dejaron, Raffaella se emparejó con el cantante Little Tony, aquel romántico galán que popularizó "Cuore matto". Más adelante, los dos hombres que llegaron al corazón de esta cantante fueron compositores y coreógrafos, que crearon canciones exclusivas para ella. El primero fue Gianni Boncompagni, que dejó a su mujer y sus tres hijos para irse a vivir con Raffaella. Y el segundo, Sergio Japino, once años menor que ella. Japino ha sido su último amante, quien se ha ocupado de disponer los últimos deseos de Raffaella: ser incinerada y que sus restos fueran esparcidos en un lugar determinado. El caso es que la vida sentimental de Raffaella transcurrió siempre sin dar escándalo alguno. Fue una mujer feliz con su arte y con sus respectivos amores.