Se cumplen cien años del nacimiento de Luis García Berlanga, uno de los más grandes genios del cine, nacido en Valencia el 12 de junio de 1921. Se conocen sus películas, pero la gente sabe poco del hombre, de su vida privada. Era muy familiar. Padre de cuatro hijos, que hubo de enterrar a dos en circunstancias dramáticas. Aún así, nunca le abandonó ese humor a veces corrosivo, pero tierno también, que destila su filmografía en general.
Luis terminó en Madrid dedicado al cine, tras desterrar la idea de estudiar Arquitectura. Eran los primeros años 50, cuando se enamoró de María Jesús Manrique de Aragón coincidiendo como espectadores en un partido de rugby en la Ciudad Universitaria: "Ella me dio carrete y lo demás fue bastante sencillo". Se casaron en 1954. Una boda que él reflejaría años después en una de las secuencias de El verdugo. El novio le pidió al párroco que le facilitara una ceremonia sencilla, barata. Y cuando fueron a la iglesia para casarse, advirtieron que poco antes se había celebrado una ceremonia de campanillas. Conforme Luís y Maria Jesús entraban en el templo unos monaguillos iban retirando la alfombra, los adornos, apagaban las velas, desaparecían las guirnaldas ante el altar y cesaba la música.
El joven matrimonio Berlanga vivió con ciertas apreturas en el domicilio de soltero del novio, en el barrio madrileño de Chamberí. Pero a Luis Berlanga le favoreció de pronto la fortuna, como heredero junto a sus hermanos de una finca de su fallecido padre, lo que le reportó una elevada cantidad, tres millones y medio de pesetas, con la que pudo adquirir un espléndido chalé en la urbanización de Somosaguas, entonces a las afueras de la capital, donde no vivía aún nadie, salvo Luís Miguel Dominguín y Lucia Bosé, y el padre del piloto Carlos Sainz. Un buen negocio porque en la actualidad esa amplisima vivienda está valorada en varios millones de euros. Allí Luis García Berlanga fundó su familia. De sus cuatro retoños, sobrevive la mitad: el primogénito José Luís, dedicado al cine, que regenta un restaurante especializado en arroces frente al parque del Retiro, y el benjamín, Fernando, apasionado de la radio, con quien coincidí como colaborador de un programa en Radio Nacional de España del que él era productor, y luego dirigió unas emisoras en la sierra madrileña. Los dos restantes, Jorge y Carlos, fueron iconos de la movida madrileña; el primero escritor, letrista de canciones y el segundo compositor y miembro del conjunto Los Pegamoides, de Alaska y Dinarama, autor de canciones para Miguel Bosé y otros ídolos del pop. Jorge y Carlos Berlanga desaparecieron pronto, a temprana edad, en aquella época de excesos, que sumieron a Luis en una confusa, dolorosa situación de qué es lo que estaba sucediendo con los jóvenes. El primero de los citados se fue en 2010 y el segundo ocho años antes. Berlanga confesaba tener un miedo pavoroso al dolor y desde luego a la muerte. Para vencer esa última obsesión echaba mano de un imposible: "No me moriré nunca". Lo decía, por ser supersticioso, acariciando un trocito de madera o en su ausencia, una cerilla.
Luis García Berlanga confesaba ser un viejo verde. "Lo era ya a los catorce años. Me siguen gustando las jovencitas, aunque ya sólo para mirarlas", decía a una edad provecta. Le encantaban, es cierto, las mujeres, definiéndolas como seres superiores, pero desconfiaba de ellas; acabarían sus temores al casarse. María Jesús, su mujer, estuvo a su lado desde que se casaron. Ella viajaba con él a festivales, a rodajes, incluso. Una mujer de carácter que estaba pendiente de su marido, al que por cierto le entregaba mensualmente cincuenta mil pesetas, de los años 70, una cantidad de dinero para sus gastos: era la administradora de la familia.
Berlanga había sido crítico cinematográfico en una revista valenciana, escribió asimismo un guión que nunca llegó a rodarse. En cambio sí que llegó a buen puerto el que firmó junto a Juan Antonio Bardem, que en 1951 se convirtió en la película Esa pareja feliz. Bardem y Berlanga se habían conocido en la antedicha Escuela, fueron socios de una productora, Altamira, convirtiéndose en directores al alimón de dicho filme. Atravesaron ciertas dificultades económicas, que salvaron gracias a una insospechada aparición, la de un "mirlo blanco" como se dice en el argot farandulero , que aportó trescientas mil pesetas, como agradecimiento a que un componente de la productora le había salvado la vida cuando estaba ahogándose en una playa. Parecía un "gag" de cualquier película posterior de Berlanga, quien acabó discutiendo con Bardem por un equívoco: "Éramos tan distintos que llegamos a alcanzar una perfecta compenetración creativa, a bofetadas por supuesto". Esto último sucedería en 1953 mientras rodaban la que iba a ser una de las más emblemáticas películas de ambos, aunque Berlanga fue quien recogió el fruto final: ¡Bienvenido, míster Marshall!. Seleccionada para el Festival de Cannes, Berlanga y parte de su equipo terminaron allí en una comisaría, acusados por quien presidía el jurado aquel año, el actor Edward G. Robinson, de insultar a los norteamericanos. Se apoyaba en que en un plano final de la cinta se contemplaban unas banderitas con las barras y estrellas arrastradas por las aguas de un riachuelo, y también por haber hecho circular como material de promoción unos billetes simulando ser dólares con las efigies de Pepe Isbert, Manolo Morán y Lolita Sevilla, protagonistas de la película.
El siguiente filme berlanguiano, ¡Novio a la vista!, de 1954 iba a tener como actriz a Brigitte Bardot, aún casi una perfecta desconocida a la que Luís había visto en unas fotos de la revista Elle. Pero la productora impuso a quien era también otra novata, Josette Arnó. Ya ven: de ésta no se supo más nada y B.B., al poco tiempo, era la más "sexy" del cine europeo. Calabuch se estrenó en 1956.
Los jueves, milagro, de 1957, partía de una historia real que contaban unas tías de Berlanga: el suceso que acaeció en un pueblecito con las supuestas apariciones de un santo, lo que produjo la avalancha de curiosos al lugar con el consiguiente beneficio para algunos propietarios. El guión pasó por censura, hubo de retocarse varias veces, en lo que intervino febrilmente un tal padre Garau, al punto de rectificar nada menos que doscientas páginas del guión primitivo de Berlanga. Éste, una vez repuesto de un monumental cabreo, propuso que dicho sacerdote figurara en los títulos de crédito como guionista y se le pagara como tal.
Acababa la década de los 50, se dio a conocer un cortometraje de Berlanga, Se vende un tranvía. Divertida historia de cómo unos pillos engañan a un rico paleto que llega a Madrid y le colocan por un montón de billetes un tranvía ante el que se había extasiado el pueblerino y pensaba llevárselo a su feudo.
Plácido está fechada en 1961. Otro de los títulos felices de Berlanga. Iba a titularse en un principio "Siente un pobre a su mesa", pero no se lo permitieron los censores en aquella España tan católica de la época. Se cambiaron los exteriores, que en vez de Cuenca acabaron siendo los de Manresa. Tampoco Marcelo Mastroianni sería el protagonista. Ni Gila, que era el preferido de Berlanga, pero estaba actuando en una revista musical. Recordó éste haber visto en una sala de fiestas madrileña a un cómico catalán, Casto Sendra Barrufet, conocido como Cassen. Quien sería el elegido finalmente. Seleccionada para los Óscar, Plácido compitió entre las mejores películas extranjeras en Hollywood. No ganó, pero fue de antemano un reconocimiento para Berlanga y el cine español. El director junto al productor, Alfredo Matas, estuvieron en la Meca del Cine. Nada más aterrizar en Los Ángeles dos azafatas de la organización les dieron la bienvenida, acompañándolos durante toda su estancia. Eran… Jayne Mansfield y Angie Dickinson, futuras estrellas del Séptimo Arte. ¡Lo que presumieron del brazo de aquellas dos bellezas…!
El filme que está considerado como uno de los más sobresalientes de nuestro cine, El verdugo, lo rodó Berlanga con guión compartido con su colaborador ya desde Se vende un tranvía, Rafael Azcona, el más brillante en ese cometido. Se inspiraron en el suceso siguiente: la cocinera que mató a sus compañeras para convertirse en la única en servir a su señora. Al ir a ser ejecutada a garrote vil, el verdugo sufrió tales espasmos que hubo de ser conducido a empujones hasta donde hubo de cumplir con lo previsto por la justicia. El papel principal lo pensó Berlanga para López Vázquez y una vez más los productores impusieron al italiano Nino Manfredi; en compensación, José Luís interpretó un papel menor como sastre.
"La boutique", de 1967, está considerado el único filme fallido de Berlanga, una coproducción hispano-argentina, que tampoco a él le satisfizo. "¡Vivan los novios!" es de 1971. La primera película que dirigió en color. En 1974 se exhibiria la más erótica de sus realizaciones, "Tamaño natural", historia de un dentista (Michel Píccoli) que harto de su esposa se recluye en su domicilio junto a una muñeca con la que "hace el amor". Mientras Berlanga iba pergeñando el argumento pasó año y medio en París, solo, en un apartamento, previo acuerdo con María Jesús, su mujer. ¿Qué hizo tanto tiempo allí, por sorprendente que parezca, sin aburrirse ni engañarla? Pues algo también propio del genial valenciano: adquirió una muñeca, encontrada en un almacén de maniquíes. Y "vivió" ese tiempo mencionado junto a ella, comprándole ropa íntima y metiéndola en su cama. "Intenté hacer "cosas" con ella, pero fracasé, al igual que me pasa con las mujeres reales".
La trilogía que comenzó en 1977 con La escopeta nacional es la que acercó a Berlanga a otras generaciones, que es lo que más recuerden, cinéfilos aparte, los espectadores más jóvenes. Allí, lo que quiso fue retratar el postfranquismo, cuando los socialistas alcanzaban el poder y surgía el miedo entre las clases más conservadoras. Anecdóticamente, Francis Franco, nieto del general, alquiló a la productora una de las fincas del abuelo para rodar precisamente una cacería, de las muchas que surgieron en el franquismo, asesorándolos en cuanto a vestimenta de los cazadores y muchos otros detalles. La idea de La escopeta nacional le vino a la mente a Berlanga al enterarse de que en una cacería, el ministro Fraga Iribarne, poco ducho en jornadas cinegéticas, disparó equivocadamente contra el trasero de Carmen, hija del Caudillo, a la que tuvieron que intervenirla quirúrgicamente, extrayéndole un buen número de perdigones.
Después, con gran éxito de crítica y taquilla también, y la afortunada presencia de nuevo de Luís Escobar en el personaje de marqués de Leguineche, se rodaron Patrimonio nacional (1980) y Nacional III, que en 1982 cerró el ciclo mencionado, resultando ser la menos ingeniosa de esas producciones. Y sirviéndose de un guión reescrito varias veces, que estuvo bastantes años durmiendo el sueño de los justos queriéndolo llevar a la pantalla pudo, al fin, en 1985, cumplir con su objetivo: La vaquilla. Ambientado en la guerra civil, en primera línea donde combatían los dos bandos. Las últimas películas del genial director serían: Moros y cristianos (1987) , Todos a la cárcel (1993) y en 1999 París-Tombuctú, con la que se despidió del cine. En la totalidad de su filmografía incluyó en algún momento de cada película el término "austrohúngaro", porque le traía suerte, referido claro está al extinguido imperio. Todo eso se le ocurrió cuando en ¡Bienvenido, míster Marshall! la maestra de Villar del Rio (Elvira Quintillá) contemplaba un mapa antiguo con aquellas viejas históricas fronteras.
La censura a la que se expuso Berlanga, de la que ya contábamos líneas atrás una anécdota, fue constante en los guiones que hubo de presentar obligadamente en el Ministerio de Cultura. Se daba la paradoja de que en el consejo censor había algunos críticos quienes luego, estrenadas esas películas censuradas por ellos mismos, se permitían poner ciertas objeciones.
Una decena de biografías sobre Luis García Berlanga, sobre él y su obra han sido publicadas, la última recientemente, de Miguel Ángel Villena. La más completa, que hemos consultado para este trabajo, nos parece ser, sin desmerecer las restantes, la del excelente escritor Antonio Gómez Rufo. En el diccionario de la Real Academia Española de la Lengua figura el vocablo "berlanguiano": "Dícese de un suceso, situación o circunstancia de gran confusión y alboroto en la que lo cotidiano parece extravagante y lo estrafalario parece común..."
Berlanga, del que Francisco Umbral decía que era quien mejor se mete los dedos en la nariz, falleció el 13 de noviembre de 2010. Sus películas, ya son historia de lo mejor de nuestro cine.