Luis Miguel Dominguín y la última mujer del mayor donjuán de los toreros
La historia de Luis Miguel Dominguín y su última mujer.
En este mes de mayo marcado por la madrileña feria isidril evocamos la figura de Luis Miguel Dominguín con motivo de cumplirse veinticinco años de su muerte. Si en los ruedos mantuvo siempre una constante gallardía, fuera de ellos ostentó la leyenda del más mujeriego de los toreros, seductor de un montón de bellezas del cine y la vida social, hasta que en su madurez halló la mejor compañía femenina: fue su segunda esposa, discreta y entrega por entero a él, proporcionándole la estabilidad sentimental que necesitaba, y quien estuvo hasta los últimos momentos de vida de Luís Miguel sin apartarse de su lado. Se llamaba Rosario Primo de Rivera y Urquijo.
Sus apellidos indican sus ancestros: nieta del dictador, general Miguel Primo de Rivera; sobrina de José Antonio, fundador de Falange Española. Contaba Benjamín Bentura Remacha, excelente crítico taurino, en su ameno libro Amores y desamores toreros (inencontrable, pues su edición sólo fue de quinientos ejemplares) que Rosario estuvo relacionada con "una persona que murió cerca de San Sebastián, en un accidente de coche". El doctor Marañón la ayudaría en ese amargo trance, se hizo enfermera de la Cruz Roja, en el marginal barrio del Tío Raimundo, a las afueras de Madrid; cuidó a su madre llevando después una vida sin más historias amorosas. En 1973, asistiendo a un homenaje al conde de Teba, aristócrata de relieve de amplio historial como cazador, se reencontró con un antiguo conocido y buen amigo de su hermano, Miguel Primo de Rivera: Luis Miguel Dominguín.
Iniciaron entonces una discretísima e íntima amistad con una anécdota que el mencionado Benjamín Bentura apunta en la mentada obra. El diestro la invitó a viajar a Estados Unidos, donde él se recuperaba de una lesión y muy posiblemente a visitar una clínica de Houston cuando ya era consciente del cáncer de estómago que padecía. Luego sufrió otro de garganta. La cita era en Miami. Pero apenas estuvo allí unas pocas jornadas, advertida de la presencia de un curioso personaje llamado Diego Bardón, que había sido un novillero de escasísimo recorrido, dominado por el miedo, seguidor de Fernando Arrabal y otros creadores del "movimiento Pánico", que para ir malviviendo de vez en cuando escribía algún reportaje en Cambio 16. Su estancia en América obedecía a contar el estado de salud de Luis Miguel. Y Rosario Primo de Rivera le escuchó decir que era enviado especial de ¡Hola!, por lo que ésta puso pies en polvorosa, para evitar que su madre pudiera enterarse de aquel viaje para encontrarse con el torero, con su fama a cuesta de devorador de mujeres. Resulta para mí anecdótico este último relato, pues coincidí con Diego Bardón en su travesía aérea, aunque él se bajó a tierra en Miami, sin contarme por supuesto el motivo de su viaje, en tanto yo hacía transbordo rumbo a México, para otro fin profesional. Más tarde me enteraría que él iba para escribir sobre Dominguín y sus dolencias. En España era paciente en el servicio de oncología de la clínica de Navarra. Luis Miguel trató por todos los medios que su enfermedad no trascendiera.
Miguel Primo de Rivera no le perdonó a su hermana Rosario que se liara con Luís Miguel. Bien sabía aquel, otro seductor, que el torero no dejaba a ninguna dama sin acostarse con ella, para romper luego con cualquier pretexto. Así es que los dos hermanos estuvieron tres años sin hablarse, como nos ilustraba Bentura (así, con b). Pero en esta ocasión Dominguín iba en serio, aunque él viviera en su domicilio del madrileño barrio de El Viso, y ella en una zona de Chamberí. Convinieron en residir juntos en el piso de ella, en la calle del general Martínez Campos.La madre de Rosario ya estaba al tanto de esos amores, urgiéndola para que se casara pronto y por la Iglesia. Lo que nunca sería posible dado que Lucía Bosé, la esposa del torero aun estando separados, se negó siempre a romper con el vínculo matrimonial. Entonces, ya consolidada la relación, Luís Miguel y Rosario se fueron a vivir a "La Vírgen", la finca que el diestro tenía en el término municipal de Andújar, toda vez que aquel se deshizo de la plaza de toros de su propiedad, Vista Alegre, y la citada finca.Y ya el 10 de diciembre de 1988, después de seis años de convivencia, contrajeron matrimonio civil en los Juzgados madrileños de la calle de Pradillo, con asistencia de familiares de los novios, entre ellos los hijos del torero, Lucía, Miguel y Paola.
En abril de 1991 visité a la pareja en la mentada finca jiennense. Me invitaron a almorzar. Pude conocer en las tres horas que permanecí con ellos la exquisita y sencilla figura de la anfitriona. Rosario era alta, elegante, de ciertos rasgos angulosos, duros en su rostro, que nada tenían que ver con la dulzura con la que trataba a Luís Miguel. Era fácil constatar lo enamorados que estaban. Rosario me contó lo atenta que estaba siempre pendiente de su marido, y lo mucho que lamentaba la obsesiva conducta de Lucía Bosé para impedir que celebraran un enlace religioso. Tanto odio reunía la actriz italiana hacia su "ex" que nada más casarse LuIs Miguel con Rosario, quemó las diecisiete cabezas de toros que el diestro dejó en su antiguo hogar de Somosaguas, según me contó él, y suponía que los demás recuerdos de su vida de matador (vestidos de luces, otros avíos toreros, esculturas, medallas, premios, álbumes de fotos, recortes de prensa) habrían seguido el mismo camino. "Y esperó a hacerlo justo volví a casarme".
Los últimos años de vida de LuIs Miguel fueron tranquilos, pero también penosos, a causa de los dolores que padecía. Tristes momentos que debieron ser para él terribles, sabiendo ya desde hacía tiempo que no tenía solución. Una doncella lo encontró muerto, tirado en el suelo.
LuIs Miguel Dominguín falleció el 8 de mayo de 1996 en su chalé "El Arcón" sito en Sotogrande, término municipal gaditano de San Roque. Tenía sesenta y nueve años. Rosario le sobrevivió unos pocos más, hasta su muerte por causa también de un cáncer, a los sesenta y ocho, en marzo de 2006.
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