Teresa Gimpera: sus tres amores y el hijo drogadicto que murió de sida
Teresa Gimpera publica ahora sus memorias. Más allá de su filmografía, su vida es igualmente digna de destacarse.
Teresa Gimpera escribe sus memorias. No es habitual entre las actrices españolas. Ella destacó en el cine del destape y también se precia de haber rodado algunas películas distintas, como El espíritu de la colmena, la sorprendente y galardonada cinta de Víctor Erice. Desde que en 1965 debutara en la pantalla con Fata Morgana hasta su despedida en 2017 con la creemos poco conocida Los del túnel, son exactamente ochenta y siete los filmes en los que ha tomado parte, y no los ciento cincuenta y cinco, cifra que exagera la propia Teresa en algunas entrevistas. No obstante, su filmografía, muy desigual en cuanto a importancia, es digna de destacarse, habitualmente en papeles de distinguida dama, elegante y desde luego atractiva, muy sensual. Su vida real nada ha tenido que ver con esos argumentos: un matrimonio fracasado, tres hijos, el menor fallecido en trágicas circunstancias; un intelectual aventurero y bohemio como amante y, finalmente, el gran amor de su vida al que convirtió en su segundo esposo, un actor norteamericano.
La autobiografía que viene redactando Teresa Gimpera la está pergeñando en la soledad de un apartamento situado en la parte alta de Barcelona, perteneciente a una residencia de mayores. Como un confortable hotel con la ventaja de disponer médico, enfermera u otras necesidades a cualquier hora del día. Eso, a su edad de ochenta tres años y en estos tiempos, no ha de dudarse que le supone suficiente tranquilidad. Sus dos hijos tienen su vida y uno de ellos es quien le proporcionó tal alojamiento, donde ya la actriz retirada goza de la independencia elegida por ella misma. No ha renunciado al amor y confiesa tener un amigo muy especial, encuadernador de profesión, que la visita con frecuencia.
Teresa nació en Igualada (Barcelona) en el seno de un matrimonio de clase media, maestros de escuela. La madre es quien se ocupó de proporcionarle cultura general e idiomas. Era lo normal entonces cuando los varones sí podían cursar estudios superiores, relegando a las chicas a eso que se llamaban "sus labores". No todas, por supuesto, pero sí una mayoría. Les decían: "Tú ocúpate de buscar un novio con posibles y que pueda sostener económicamente una casa, un hogar, unos hijos".
Teresa llamaba la atención por su figura. Un físico que llamaba la atención por la calle. El novio con el que llegó al altar se llamaba Octavio Sarsanedas y trabajaba en el departamento de publicidad de la editorial Seix Barral. Antes de casarse, lo acostumbrado en una familia católica era seguir unos cursillos prematrimoniales, con lecciones que impartían un sacerdote, naturalmente, un abogado (cuyo papel nos parece fuera más bien trivial) y un ginecólogo, que dada la moral de la época, Teresa dice que no se atrevía a detallar mucho la función sexual de la mujer, y lo hacía mostrándole unos dibujitos. Las madres de aquellas un poco ingenuas novias las ponían al corriente de lo que les esperaba, sobre todo la noche nupcial, si eran vírgenes.
Tuvieron tres hijos, Marc, Job y Joan. Y a los veintiún años, siendo madre de familia, se convirtió en modelo fotográfica sin haberlo nunca pretendido. Un amigo de su marido se lo propuso, para los anuncios de una marca de cerveza. Y aquellas primeras fotos fueron el inicio de su espectacular carrera, pues otros excelentes artistas de la cámara, como Oriol Maspons y Leopoldo Pomés, la tuvieron como musa para varias campañas publicitarias. Apareció en varios "spots" televisivos, el primero anunciando un producto de limpieza, Vim. Su siguiente paso se lo proporcionó el asturiano Gonzalo Suárez, guionista de una película que iba a dirigir Vicente Aranda, que ya mencionamos: Fata Morgana. Un papel que Teresa Gimpera define como "a su medida", que le proporcionó cierta notoriedad y una buena remuneración. Al fin y al cabo ella siempre pensaba más que nada en cuidar de sus hijos, y mucho menos en alcanzar el estrellato, cosa que, sin pretenderlo, le ocurriría finalizando la década de los 60 y en las dos posteriores. Recibió una propuesta desde Los Ángeles, hizo unas pruebas en Hollywood para Alfred Hitchcock, pero resultaron fallidas. Su viaje apenas duró cuarenta y ocho horas. Hitchcock la despachó así: "Muchas gracias, señorita y buen viaje". Regresó a Barcelona algo decepcionada, pero la productora Universal le envió un cheque por importe de ciento cincuenta mil pesetas, con lo que se consideró muy bien imdemnizada, si así puede decirse. Intervino en una coproducción internacional, Las petroleras, que se rodó en Marbella, con Brigitte Bardot y Claudia Cardinale de protagonistas. Y también disfrutó en Italia en un concurso medio amañado resultando elegida Lady Europa (y no Miss Europa como escribía en 2020 un redactor de La Vanguardia). Fue presentadora de un lejano Festival de la Canción de Benidorm. Rodaba peliculas a menudo. Hasta que se cansó: "A los cuarenta años ya no quería más enseñar el culo". Así es que dejó de ser una de las musas del destape y se tomó más en serio su profesión, con alguna distancia, sin tantos sobresaltos y actividad.
Puede que por aquella vida algo desenfrenada su vida matrimonial se fue al traste. O quizás el desgaste. Aquello que le escribió Manuel Alejandro a Rocío Jurado: "Se nos rompió el amor de tanto usarlo" con algo desgraciadamente corriente entre muchas parejas: el marido le puso los cuernos. Y con el carácter de Teresa y todas sus razones a favor, quedó libre, aunque siempre se ocupó de sus hijos. Por cierto: enterada de quien era, llamemos su sustituta, se conocieron, llegaron a intercambiar confidencias sobre el hombre que habían compartido, como dos mujeres muy civilizadas. Eso sí, cuando Teresa se refería a la amante y luego esposa de su marido, la llamaba "concubina".
Teresa pasó a vivir unos años sin los anteriores condicionantes hogareños. Se reunía con un grupo de directores de cine, actores, escritores, pintores, arquitectos, gente creativa entre los que se encontraba Oriol Regás. Fueron amantes. Y algo más: con el concurso de Xavier Miserachs, montaron la discoteca "Bocaccio", centro de la noche barcelonesa, donde se reunía lo que dio en llamarse "la gauche divina". Un buen negocio, por otra parte, amén de su concepto cultural. En Madrid inauguraron otro local de igual nombre, aunque sin la proyección del catalán. Un tiempo de libertades, cuando aún se vivía el franquismo, pero que en "Bocaccio" Teresa Gimpera y sus socios procuraron gozar al máximo lejos de tabúes y prohibiciones. Ella reinaba en "Bocaccio" como una de las reinas de la que se conocía como Escuela de Barcelona, experimento cinematográfico que dirigía un grupo de directores vanguardistas, más preocupados por la estética, cierto surrealismo, en películas de escaso circuito comercial, en donde naufragó artísticamente más de uno, en aquellas improductivas inversiones. En esas noches, Teresa, procuraba superar un drama familiar que la atormentaba: su hijo Joan era drogadicto.
Once fueron los años que Teresa sobrellevó aquella angustiosa carga, la de una madre desesperada, sin saber qué hacer, en unos años donde no existía la suficiente información para enfrentarse al mundo de los drogadictos. Teresa Gimpera, ya roto su vínculo sentimental con Oriol Regás, encontró al hombre que le devolvió las ganas de amar y vivir, el actor norteamericano Craig Hill, al que conoció en Roma rodando una película. Éste se afincó en Cataluña, y formó con Teresa una pareja estable, casándose en 1990 tras convivir unos años. En esa periodo anterior al enlace, es cuando a la actriz le sucedió la mayor desgracia de su existencia: Joan, el menor de sus hijos, al que había ingresado en una clínica para desintoxicarse, moría a la edad de veintiocho años. En la masía donde lo cuidaban terminó contagiándose de sida, lo que lo llevó a la tumba. Teresa encontró el apoyo de Craig Hill en tan difíciles momentos. Ya prácticamente estaba retirada de los focos cuando había fundado una agencia de modelos, cuyas experiencias la condujeron mucho más tarde a publicar un libro también sobre belleza, Y se nota por fuera, en 1996, e incluso en Bagur, donde pasaban muchos fines de semana y los veranos instalaron un pequeño negocio de helados y bocadillos. Craig Hill estuvo siempre pendiente de Teresa. Formaban un matrimonio muy equilibrado y querido en su entorno de amigos. Hasta que en 2014 él falleció víctima del mal de Alzhéimer, después de un tiempo ausente de toda realidad, en silla de ruedas y cuidado en todo momento por Teresa.
Le costaría mucho a Teresa Gimpera superar aquella desaparición del hijo drogadicto y la desaparición de Craig Hill. Con Craig halló la tranquilidad que buscaba en la vida. Se había desengañado algo de esa popularidad fugaz que da el cine a las llamadas estrellas: "Rodé películas que no me gustaban sólo por ganar dinero para ayudar a mis hijos". Curiosamente, nunca tuvo un representante artístico. Ganó dinero, sí, pero ella refiere que no lo suficiente como para vivir sin problemas y ser rica. Hace recuento de algunas colegas con las que coincidió: "Sara Montiel, muy guapa pero analfabeta, y Carmen Sevilla, sentían celos de mí". En distintas ocasiones sufrió acoso sexual por parte de productores de cine o industriales que le proponían fabulosos contratos; quisieron llevarla a la cama con insinuaciones que Teresa captaba de inmediato. Y para lidiar con esos caballeros, más de una vez se enfrentaba a ellos: "¿Usted qué quiere de mí, que haga esos anuncios, o una película o … simplemente acostarse conmigo? Venga, vamos ahora mismo...". Y sus seductores, por lo común varones sesentones, se quedaban sin palabras.
No fue nunca una mujer pacata. Reconocía que en Barcelona, en los años 60 y 70 se vivía con mayor libertad, pongamos que en Madrid u otras importantes capitales. Más europea, se escribía entonces. Por ejemplo, se bañaba desnuda en el mar, desde luego atenta a la aparición de mirones, frecuentando en Bagur una playa nudista. Y si tuvo que aparecer con poca o casi ninguna ropa en algunas películas, reconoce que lo hizo por necesidades económicas, aunque tampoco le preocupara mucho. Hasta que dijo basta e hizo lo posible por salirse de aquel circuito comercial del cine de destape.
Ya fue abuela, luego bisabuela, todavía evidenciando su belleza, Teresa Gimpera ve pasar tranquilamente el tiempo mientras va hilvanando sus recuerdos. Los de una vida con luces y sombras, tristezas , alegrías, que transcribe al papel con el inevitable trasfondo melancólico de la vejez.
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