Rocío Carrasco abandonó el chalé madrileño donde vivía con su madre y Ortega Cano, su padrastro; allí gozaba de toda clase de comodidades, para embarcarse en una peligrosa aventura: en un modesto piso de la localidad barcelonesa de Argentona, donde estaba destinado el que creía era el gran amor de su vida, por el que tanto había arriesgado a sus recién cumplidos dieciocho años. Era una casa en la que iba a convivir con Antonio David Flores, pero en la que también había otras habitaciones para tres compañeros de la Guardia Civil. Por mucha intimidad que la pareja buscara, la presencia de ese trío no le sería ajena a Rocío Carrasco. Ahora bien: palos a gusto, no duelen, como rezaba un viejo refrán, así es que el futuro inmediato de la hija de la artista chipionera se presentaba para ella llena de ilusiones, abrazada todas las noches en la cama junto a su enamorado.
No tenía Rocío que hacer faena de limpieza alguna en aquella casa. Para comer tampoco debía esforzarse mucho. Pasadas unas semanas, no obstante su radiante felicidad primeriza, aquel ambiente llegó a oprimirle: estaba ociosa, no tenía que trabajar, con ningún objetivo a la vista que no fuera esperar a que Antonio David regresase del cuartel para sentir su cuerpo ardiente junto al suyo. Tampoco le apetecía allí reanudar sus estudios, los que había abandonado en su precipitada huida.
Entre tanto, Rocío Jurado atravesaba la peor época de su vida, si exceptuamos la de cuando se separó de Pedro Carrasco. No tenía noticias de su hija: se desesperaba. Los reporteros de la prensa cardíaca trataron de entrevistarla para conocer detalles de marcha desairada de Rocío Carrasco a Argentona, pero la cantante les daba largas. Quienes trabajaban con sus cámaras fotográficas por libre, los pertinaces paparazzis, iban al aeropuerto de Barajas cuando la Jurado se iba o llegaba de algún viaje. Ella los evitaba, pero en una ocasión, acompañada de su segundo marido, trató de dar un puñetazo a uno de ellos, en tanto Ortega Cano la defendía entre gritos, empujones y amenazas impropias de un torero de su categoría. Tampoco Rocío se había comportado nunca con esos malos modos, por mucho que le asistiera el derecho a no ser acosada. Siempre fue, digamos, cómplice de los informadores, dándoles toda clase de facilidades. Menos en esa época, año 1995. Luego era fácil colegir que la determinación de su hija había causado en la cantante tal desdicha que le era imposible controlar si algún informador la importunaba. Esos nervios, ese malhumor, acusando a los fotógrafos de carroñeros era algo insólito en el proceder de la siempre simpática y bien educada Rocío.
Me atreví a solicitarle una entrevista, la concerté con su hermano Amador y me desplacé hasta Alicante, adonde llegué al mediodía. En el hotel donde se hospedaba la cantante traté, inútilmente, de que me recibiera. Lo conseguí seis horas después, tras bastante insistencia. Me invitó entonces a entrar en su suite, pero no al compañero fotógrafo que venía conmigo. La noté nerviosa, violenta conmigo, cuando desde 1964, cuando la conocí, nunca se mostró esquiva, en tantos encuentros periodísticos que tuvimos, tantas fiestas, reuniones en su casa... Ni con otros colegas, repito. Era evidente que la suerte de su hija centraba todos sus pensamientos y sospechaba que yo iba a preguntarle por ésta. Fue referirme a ella y ser sorprendido al punto por su reacción desmedida, casi a punto del insulto. "¿Por qué se están publicando cosas absurdas como esa de que yo me he peleado con mi hija porque se haya ido con su novio y piense casarse? Eso no es verdad, porque nos adoramos; tiene dieciocho años, es mayor de edad y puede casarse cuando quiera, con quien quiera y donde quiera". Tomó la artista aliento y prosiguió, ya poco a poco más calmada. A fin y al cabo yo no iba en plan de guerra, ni pretendía ofenderla: debía comprender el motivo de mi trabajo. "Hay gente que por lo visto desea morbo a costa nuestra, como si esta historia de la posible boda de mi hija fuera un culebrón". Nuestra era la razón al sospechar que estaba muy airada por separarse de Ro, pero la cantante no quería admitirlo.
La siguiente pregunta que le hice la encrespó de nuevo: ¿Has sido buena madre con ella, le has dado buena educación, has estado a su lado lo suficiente? "¿Crees que lo que preguntas tiene que ver con todo lo que falsamente se está diciendo sobre mi hija y yo?", volvió a la obsesión que la martirizaba. Continuó: "Creo que he sido una buena madre. Y a su vez me siento muy contenta de cómo es mi Rocío: una señorita monísima y con unos sentimientos fantásticos". Hablamos luego de su vida y me confió que pensaba retirarse pronto. Sin duda los problemas que le había creado su hija despertaron en ella ese deseo, que no cumpliría. Un susto le proporcionó la joven semanas más tarde de mi entrevista cuando fue avisada de que había sufrido un serio accidente de moto. Se desplazó urgentemente a Barcelona donde Ro estaba ingresada y felizmente ya operada a pesar de que tuvo que estar unos meses llevando muletas. En ese viaje, necesariamente Rocío Jurado hubo de enfrentarse cara a cara con Antonio David Flores, "al que no tragaba". Y regresó a Madrid más tranquila, aunque sabiendo que Rocío Carrasco ya se había independizado uniéndose con aquel guardia civil malagueño.
Rocío Carrasco percibió, pocos meses más tarde de su convivencia en Argentona, ciertos movimientos de Antonio David Flores a los que en principió no dio mucha importancia: que era muy faldero y se perdía por alguna vecina, la novia de un compañero, o una profesora a la que vio muy cerquita una del otro. Pelillos a la mar, celos de enamorados. Aquello lo olvidó Rociíto tras un viaje a tierras colombianas. A su regreso pasaron por Televisión Española: eran noticia en varios programas ante la proximidad de su boda, aún sin fecha fijada. Recogí algunas de sus declaraciones. Comentaba que si no estuviera loca por su novio no habría superado las estrecheces en la casa donde vivía con él y otros tres guardias. Puesto que Antonio David ganaba un modesto sueldo como guardia civil ella quería desfilar como modelo para aportar su granito de arena cuando hubieran formado definitivamente su hogar. Ya con trece años había desfilado por una pasarela y le gustó la experiencia. La verdad es que Rocío Carrasco, de alguna manera, puesto que cantar no era lo suyo, trataba también de acaparar la atención de los fotógrafos, a los que tanto veía alrededor de su popular mamá. Vanidosilla… Pero un acontecimiento iba a cambiar su futuro, dejando de lado su pensamiento de ganar algún dinero para que su vida junto a David fuera más confortable: esperaba un hijo, con dieciocho años, falta de experiencia en la vida, consecuencia de su tozudo enamoramiento.
Embarazada de tres meses Rocío Carrasco afrontó con su novio la buena nueva. Hubo reunión de la pareja en presencia de Rocío Jurado. Y prepararon la boda, a toda pastilla, urgentemente, para evitar un escándalo en la prensa rosa, que se celebró el 31 de marzo de 1996. La novia, ya quedó dicho con dieciocho años; el novio, con dos más. Tuvo lugar en la finca Yerbabuena, adquirida por José Ortega Cano a su colega Espartaco. Novios y padrinos desfilaron en calesa. Rocío Jurado, madrina del evento, estallaba de felicidad. Se había ya convencido de que su hija amaba a aquel guardia civil, al que no tuvo más remedio que abrazarlo, como si fuera un hijo suyo. Un yerno no deseado, pero… tendría que tragar quina. En octubre nació la niña, a la que impusieron el nombre de la abuela materna: la tercera Rocío del clan. Y en buena armonía, meses más tarde en viaje sufragado por Rocío Jurado, junto a Ortega Cano, invitaron a Rocío y a Antonio David a una estancia en Nueva York. Como una segunda luna de miel. Cara. Nunca el flamante marido hubiera podido sufragarla con su exiguo sueldo. No se habían producido todavía sombras de divergencias entre yerno y suegra, ni entre los recién casados. El joven matrimonio tendría después un varón al que llamarían con el nombre del padre, David. Eso, pareció asentar aún más la felicidad de la pareja, compartida por madre y padrastro. Pedro Carrasco asimismo participaba de ello, pues quería con locura a su hija, aunque él se había ya buscado la vida casándose con una rubia peluquera, con la que nunca Ro simpatizó mucho, dicho sea de paso.
Después de tan dichosa llegada la vida de la pareja empezó a tambalearse. Antonio David hubo de dejar la Guardia Civil cuando sus jefes descubrieron que se había apropiado del importe de una multa a un turista extranjero, cincuenta mil pesetas, que administró a medias con un compañero. En tales circunstancias la vida del matrimonio en Argentona amenazaba problemas económicos irresolubles. Y Rocío Jurado, como una leona, salió en defensa sobre todo de su hija. En resumen: Rocío Carrasco y Antonio David Flores, con sus dos hijos, se trasladaron a Madrid para instalarse en el chalé de La Moraleja. Error craso: "El casado, casa quiere". Nunca, por lo general, ha funcionado bien que un matrimonio joven comparta su vida en presencia de suegros o allegados.
Fue allí donde la convivencia de los otrora apasionados tortolitos fue deteriorándose poco a poco. La presencia de la madre y el padrastro no arregló las desavenencias de Rocío y Antonio David. Éste, sentíase como en corral ajeno. Como era gallito, le abrumaba estar a menudo en presencia de la suegra, el torero, el hermano de la suegra, los hermanos de la suegra si venían a verla de vez en cuando… Gentes con las que "no se llevaba". De esa época, lo único que hizo feliz a Rocío Jurado fue la compañía de sus nietos, que mitigaban el trance doloroso que le ocasionaba aquel drama que se cernía en su propia casa, con su hija abocada a un más que posible desenlace triste en su matrimonio, de apenas tres años. Y eso que la cantante se había portado con su yerno como ni él mismo esperaba. Intervino para que tras apropiarse de aquella multa, a Antonio David no le cayera un severo castigo, para lo cuál hubo que recurrir a algún mando de la Benemérita. También Rocío Jurado hizo acopio de aguante cuando el yerno de marras la llamaba casi despectivamente Jurado, y no por su nombre de pila, como hacía todo el mundo. Hay familiaridades que rozan la falta de respeto. Y ésa, era una.
Las revistas del corazón publicaban todas las semana reportajes sobre el final que se cernía en aquel desgraciado matrimonio. Una docena de reporteros se turnaba con otros compañeros, día a día, para captar la salida de algún familiar del clan. Ni que decir que madre e hija procuraban quedarse dentro del chalé y si no tenían más remedio lo hacían escondidas en su coche. La tensión se palpaba en el hogar de Rocío y Ortega Cano. El diestro de Cartagena se preguntaba cómo se había metido en aquel avispero, que le era imposible controlar. Procuró siempre llevarse bien con su hijastra. Y ahora resulta que Rocío Carrasco ha declarado que aunque sabía que su madre estaba enamorada de José, no cree fuera una decisión acertada. La de casarse con él, quería decir. Luego ¿es que Rocío Carrasco sorprendió tormenta en aquel matrimonio, disensiones, alguna confesión de la madre maldiciendo haber celebrado esa boda? Misterio por ahora.
En 1999 se consumó lo que tanto se esperaba: separación de Rocío Carrasco Mohedano y Antonio David Flores. Rocío Jurado removió Roma con Santiago, nunca mejor dicho tratándose de curas, hasta lograr que el Tribunal Interdiocesano de Segunda Instancia de Sevilla considerara nula la unión matrimonial de aquellos. Pero desde que su exmarido dejó el chalé de La Moraleja la existencia para Rocío Carrasco fue un tormento. Los fines de semana él acudía con su coche a recoger a Rocío y a David, que devolvía los domingos al anochecer. Rocío Carrasco se pasaba días y noches llorando a lágrima viva. Y Rocío Jurado no sabía cómo consolarla.
Lo sucedido a partir de entonces fue una lucha de intereses. Era él quien ponía de vuelta y media a su exesposa, cobrando "una pasta" a cambio de sus mezquinas declaraciones a revistas y programas de televisión basura. La acusaba entre otras lindezas, de engañarlo, cuando él no se recataría nunca de aparecer del brazo de algunas amiguitas. Cierto es que Rocío Carrasco encontró en el joven Fidel Albiac el consuelo para la desolación que vivía. Acabaría conviviendo a su lado, hasta casarse hace un par de años. Fidel ha sabido ser lo más discreto posible, defendiéndola si era el caso, pero inmiscuyéndose lo justo.
La muerte de Pedro Carrasco le produjo a su hija un inesperado mazazo del destino, falleciendo en su dormitorio, víctima de un infarto en 2001. Pero aún estaba por venir su mayor desgracia, cuando en 2006 se fue de este mundo su madre, la gran Rocío Jurado, desaparición que conmocionó a España entera. El desenlace testamentario supuso una grieta en la familia, que a día de hoy no han superado. El legado de la cantante fue en su mayor parte para su hija. Beneficiarios serían, pero en mucha menor medida, los hijos que adoptó con Ortega Cano. A éste, que por sus éxitos en los ruedos le había sonreído la fortuna, no lo favoreció en nada material que pudiera hacerle falta. Y los dos hermanos de la fallecida con sus respectivos cónyuges obtuvieron un patrimonio que no le satisfizo, en particular, a Amador Mohedano el que de representante artístico de su hermana pasó a vivir algunas temporadas a costa de lo que le pagan algunas televisiones, deshecho su matrimonio, sin capacidad para continuar su antigua profesión. Y además no llevó satisfactoriamente sus gestiones con el Ayuntamiento de Chipiona relativas a instalar un museo en memoria de Rocío Jurado. Rocío Carrasco piensa algún día tomar las riendas de ese proyecto. Desde que se fue su madre para siempre, no sólo fue distanciándose de sus tíos. Amador y ella poco menos que se llevaron entonces como el perro y el gato hasta no hablarse.
Lo más triste de este culebrón de la familia Jurado es saber por qué Rocío Carrasco no pudo, no quiso o no supo controlar a sus dos hijos. Por mucho que su ex pudiera manipularlos, ella pasaba, al principio de su retorno a La Moraleja cinco de los siete días de la semana con los niños. ¿Cómo es posible que éstos terminaran viviendo todo el tiempo con el padre? Por mucho que ella denunciara el supuesto maltrato de su ex, cuesta creer que una madre no logre retener en su situación de separada a sus hijos. Y si David los manipuló hablándoles mal de la madre, ¿por qué está no reaccionó buscando la forma de hacerles ver que los quería y no era cierto cuanto su padre, supuestamente, les contaba? Preguntas, incógnitas que probablemente se harán muchos de los que tienen la paciencia de leerme. Que él viviera en Sevilla con su prole no es tampoco gran inconveniente para que Rocío desde Madrid los reuniera a su lado. Lamentar ahora esa durísima separación no deja a Rocío Carrasco en buen lugar, aun aceptando que Antonio David resultara ser un verdugo, como califica su supuesta crueldad.
Tal vez la inmadurez de Rocío Carrasco le haya pasado factura. Ella ha sido víctima de la pérdida de sus retoños, ya veinteañeros. No ha encontrado el momento adecuado para recuperarlos. Patéticas son las confesiones que viene realizando en Telecinco, manifestando ser una mujer maltratada, física y psíquicamente. "Yo soy la única culpable de cuanto me ha ocurrido", gimoteaba ante las cámaras acerca de su infeliz matrimonio, recordando cómo su madre ya le había advertido que no se fuera de casa tan joven. En cuanto a Antonio David Flores resulta obsceno que lleve veinte años lucrándose de la desgracia de quien fue su mujer. Eso no le hubiera ocurrido de no ser ésta hija de un personaje como fue Rocío Jurado. A cambio se ha embolsado alrededor de cinco millones de euros, según estiman algunos conocedores de esos contratos con Telecinco.
Por supuesto que Rocío Carrasco también se ha llevado un buen pico al aceptar contar en público, por vez primera, para los telespectadores de Telecinco, esas desgracias y amarguras que viene padeciendo. Confidencias como la de haber sido tratada clínicamente a partir de 2011 como resultado de un síndrome depresivo. Y lo más impactante: cuando el 5 de agosto de 2019 ingirió unas pastillas, decidida a quitarse la vida. La entrada en su habitación de Fidel Albiac resultó providencial, al ser ingresada en urgencias, sin que pudiera consumarse aquella fatal acción.
Sentimos lo que le ha sucedido. Pero esas confesiones, tardías, nos merecen más pena que otra cosa. Rocío Carrasco quizás pueda sentirse así liberada de sus desgracias. Mas no se olvide que una motivación importante para ello ha sido a cambio de dinero. Mucho dinero. ¿Doscientos mil euros por capítulo? Es la cifra que especulan algunos que ha percibido. Lo que nos parece un acierto es que Telecinco haya tomado la decisión de cancelar cualquier presencia en sus programas de Antonio David Flores. Nos hemos así evitado escuchar más acusaciones miserables de quien, tenga o no razones, ya se ha envilecido bastante. Politizado, por si fuera poco, este docudrama de diez entregas por las feministas más encendidas, hasta cronistas de la actualidad han llegado a calificarlo de pornográfico.