Alfonso Eduardo en el recuerdo a mes y medio de su muerte
Alfonso Eduardo Pérez Orozco, un grande de la radio, falleció el pasado 7 de enero tras muchos años retirado de la profesión.
Ignorar una noticia, acceder a ella tiempo después de producirse, supone para el periodista una comprensible desazón. A todos nos ha pasado. Como a mí cuando de modo circunstancial me entero de que el pasado 7 de enero falleció un grande de la radio y la televisión, Alfonso Eduardo Pérez Orozco. Llevaba algunos años retirado de la profesión y últimamente había perdido casi totalmente la memoria y, víctima de una enfermedad degenerativa, permanecía en una residencia, perdidos los recuerdos, ajeno a cuanto le rodeaba. Di cuenta en Chic de tan penosa situación del querido amigo y compañero, el 29 de agosto de 2020. Y ahora, más vale tarde que nunca, le brindo este pequeño recuerdo.
Había nacido en Montellano, provincia de Sevilla, en 1940. Formó parte de una generación en la que se encontraban Felipe González y Alfonso Guerra, entre otros, de los que fue amigo. Interesado por la música pop, Alfonso Eduardo hizo popular un programa, Es grande ser joven, en los micrófonos de Radio Vida. Ya en Madrid, mediados los años 60, continuó en otras cadenas sus colaboraciones musicales, que le granjearon una notoria popularidad. Que aumentó significativamente en Radio Nacional de España, con Estudio 15-18 y en Televisión Española, Segunda Cadena, cuando junto al recordado Alfonso Sánchez presentaban Revista de Cine. Conocedor de la lengua inglesa, Alfonso Eduardo pudo mantener entrevistas directas con las más grandes celebridades de la pantalla que nos visitaban, muy especialmente durante el Festival de Cine de San Sebastián. Dados sus contactos con la industria cinematográfica él mismo formó parte de los impulsores del Festival de Cine de Sevilla, que empezó dirigiendo, y del Festival de Cine Ecológico del Puerto de la Cruz (Tenerife).
Alfonso Eduardo sumaba a esos conocimientos musicales y cinematográficos especialidades muy concretas por el flamenco y el jazz. Se significó por ello alentando la Bienal Flamenca sevillana. Sin duda alguna fue uno de los personajes que más impulsó la cultura andaluza junto también a su hermano José María, catedrático de Lengua y Literatura.
Era de carácter pausado, suave ironía, con quien era fácil sentirse amigo. No le conocimos filias y fobias con nadie: se llevaba bien con todo aquel que lo conociera. Su lenguaje era culto con un ligero acento andaluz que le añadía un especial encanto a su natural bonhomía. Los amigos le gastábamos bromas acerca de su soltería. Mantenía una íntima amistad con quien nos presentó desde el primer día como su secretaria, alta, rubia, tan agradable como él. Era habitual que en las revistas rosas se publicara a menudo que ambos seguían juntos pero sin dar señales de boda. De aquello hace ya varios decenios. En el nuevo siglo, su presencia se eclipsó, y sólo lo veíamos muy de vez en cuando. En mi caso, cuando asistió a la presentación de algunos de mis libros. Siempre sencillo, con una franca sonrisa en sus labios. He sentido en el alma su desaparición. Tardíamente, por lo que me disculpo, le dedico mi más sentido adiós. Fue un maestro, un grande de la comunicación.
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