Hay vidas "de cine", o de "novela", como solía decirse, que superan argumentos ficticios de la pantalla o la literatura. Y una de ellas es la de una actriz norteamericana, Tippi Hedren, que cumplió noventa y un años este reciente 19 de enero. Resulta que en la década de los 70 resolvió vivir en una reserva rodeada de leones y tigres, con los que simpatizaba tanto que les preparaba comida, los acariciaba y recibía de aquellas fieras lametones y signos de correspondiente ¿afecto? Su amor hacia ellos los trasladó en una película, El gran rugido, que tardó ¡once años! en concluir. Aún en la actualidad, después de haber reunido asimismo sesenta gatos, aún se atreve a mantener en el lugar donde habita, Shambala, en EE.UU., trece leones. Pero ya no en la misma vivienda, sino en una reserva cercana. Sépase que esta extravagante señora es la madre de Melanie Griffith, por tanto ex-suegra de Antonio Banderas, protagonista, entre otras, de dos joyas del cine, Los pájaros y Marnie la ladrona, que dirigió Alfred Hitchcock.
Nada hacia presagiar para Nathalie (Tippi) Hedren que de joven eligiera su profesión de actriz. Nacida en el estado de Minnesota, era modelo y ocasionalmente intervino en un "spot" publicitario, anunciando una marca de bebida dietética. El famoso Alfred Hitchcock, tras contemplar la imagen de aquella belleza rubia, le hizo unas pruebas y no dudó en contratarla en 1963 para su película Los pájaros. Él elegía a féminas sofisticadas para sus películas y Tippi daba esa impresión física. Aquello causó una enorme ilusión a esta joven hija de padre sueco y madre noruega, a la que en la intimidad llamaban Tippi, que significa "cariño", en la lengua natal de su progenitor. Pero los buenos augurios que ella pensaba iba a reportarle aquel inesperado contrato, por el que debutó en la pantalla, se trocaron en sufrimientos, al punto que al final del rodaje hubo de recurrir a la ayuda de un psiquiatra. ¿Qué ocurrió?
La historia central de Los pájaros sucedía en un paraje casi deshabitado donde residía un matrimonio, encarnado por Rod Taylor y Tippi Hedren. Una bandada de pájaros llegaría a atemorizarlos cuando atacaba a la pareja, cercando su vivienda. Creyó Tippi, al firmar el contrato, que esas escenas iban a rodarse con pájaros mecánicos, utilizando toda suerte de trucos, habituales en el cine. Hitchcock recurrió a ellos, ciertamente, pero asimismo a animales de verdad, cuervos, gaviotas, peligrosas palomas incluso. El celebrado realizador británico encerraba algunos días a su novata estrella en una habitación ("set" de la película) y dejaba penetrar en ella a docenas de esos pájaros reales, que revoloteaban peligrosamente alrededor de Tippi, sumiéndola en una atroz pesadilla, reflejada en su rostro, en sus gestos y movimientos de defensa. Hitchcock sonreía feliz, al haber obtenido de la incipiente actriz el verismo que precisaba en tales secuencias. No permitió que en ellas interviniera ninguna doble de su protagonista. Un martirio para ésta, que había días que terminaba ensangrentada, en medio de un montón de excrementos de aquellas limañas. Al punto que en determinada jornada, por repetir algunas secuencias, padeció un derrame de retira. No haremos muy extenso ese infierno vivido por la Hedren, quien acabó Los pájaros absolutamente traumatizada. La pregunta es: ¿qué razones motivaron a Hitchcock, aparte de su obsesión por lograr la mayor sensación de peligro reflejada en sus dos actores, preferentemente Tippi, para que se ensañara con ella de tan angustiosa manera? La explicación es que se había enamorado de ella, trató de forzarla, y al no conseguir lo que deseaba, no dudó en hacerle el rodaje lo más duro posible. Su comportamiento no era nuevo. Era un redomado machista que parecía sentir placer con el dolor ajeno, de aquellas mujeres que no aceptaban copular con él.
Alfred Hitchcock, cuyo talento cinematográfico nadie ha puesto en duda, máximo creador de argumentos de "suspense" en la pantalla, resultó ser un obsesivo y enfermizo personaje que trataba de seducir a cuantas actrices pudiera, asunto que en esa época, entre los años, 50, 60 y 70 nunca llegó a ser conocido por cuantos admiradores contemplaban sus magníficas películas. Tampoco las revistas cinematográficas se hacían eco de ello. ¿Por qué? Los estudios protegían a sus estrellas y los cronistas no deseaban incomodarlas, a cambio de las exclusivas que les brindaban. Le atraían preferentemente las rubias, por eso eligió a Tippi Hedren. Con anterioridad ya creó dificultades a Janet Leigh, quien se negó a aparecer desnuda en Psicosis, y el director hubo de transigir con una doble. Le hizo la vida imposible a Grace Kelly (La ventana indiscreta y Atrapa a un ladrón); también a Kim Novak (Vertigo). Todas ellas a sus órdenes en esas maravillosas, inolvidables cintas, de los años 50. Pero es que la cosa venía de antiguo, cuando ya en 1935 dirigió a Madelaine Carroll en 39 escalones, y diez años más tarde a Ingrid Bergman en Recuerda. A todas ellas acosaba, aunque no nos consta que se acostara con ninguna de ellas. Obeso, con una prominente barriga y un rostro abotargado, figura fofa, no era precisamente un Adonis para conquistar a las bellezas mencionadas, que de la admiración inicial como director acabarían aborreciéndole. Pero él, muy cuco, les hacía inicialmente contratos para varias películas. Así obró con Tippi Hedren, que lo designaba como "cerdo gordo".
Vióse por ello Tippi obligada a rodar una segunda película, Marnie la ladrona, atada por contrato nada menos que por cinco años. En aquella intrigante historia que ella protagonizó junto a un paciente marido encarnado por Sean Connery, se reprodujeron los episodios de acoso. De haber ocurrido ahora, Hitchcock hubiera terminado con dar sus huesos en la cárcel, sometido a un juicio como le ocurrió por ejemplo hace un par de años al productor Weinstein, el del caso que desató aquello del "Me Too". Pero entonces ninguna legislación consideraba delito ese libidinoso proceder. Creyó la actriz que tras ese segundo rodaje él la dejaría libre, pero no: le estuvo pagando el resto del contrato, por espacio de tres años, sin que interviniera en ninguna producción, y a su vez instigando para que no la contrataran cuando se extinguió. El futuro en el cine de Tippi Hedren era negro. Todas esas dificultades ls contaría ella en su libro Tippi: A memoir, relatando detalladamente las humillaciones que sufrió de aquel personaje. Inútil fue que recurriera a la esposa de Alfred, Alma. Esa buena mujer reconocía la inclinación sexual de su marido con respecto a las actrices que elegía, pero le era imposible influir en él para que cambiara tan abyectas inclinaciones. Se sobrepuso hasta límites insospechados Tippi Hedren: "Ese hombre arruinó mi carrera, pero no mi vida", afirmaría. Porque no sólo le hizo mucho daño a ella, sino a Melanie, la única hija que había tenido la actriz, una niña aún cuando "Hitch" le regaló una muñeca a semejanza de su madre, dentro de un pequeño ataúd. No comprendió entonces la pequeña el significado de aquel raro objeto. Ya mayor, recordándolo, repetiría esto: "¡Era un hijo de puta…!"
Necesitada de trabajo, tras esos años inactiva, reanudó su profesión, no sin dificultades. Así, en 1967 intervino en La condesa de Hong-Kong, en la creencia de que Charlie Chaplin le iba a confiar un papel estelar, cuando resultó ser un "cameo", que en el argot cinematográfico representa una breve aparición, entonces como ex-esposa de Marlon Brando, quien asediaba al personaje de Sofía Loren. Tampoco sentimentalmente la vida le había proporcionado a Tippi Hedren mucha estabilidad, pues su primer matrimonio en 1952 con Peter Griffith, aunque duró hasta 1961, sólo supuso la alegría de haber sido madre de Melanie, quien sabido es sería una cotizada actriz, igualmente con altibajos amorosos, formando pareja con nuestro Antonio Banderas, a quien mucho quiso, siendo igualmente correspondida. Tippi también mostró su cariño hacia su yerno y disfrutó de algunas vacaciones en Málaga. Entre 1964 y 1982 estuvo casada con el productor cinematográfico Noel Marshall, el de "El exorcista", que la acompañó en dos rodajes que la llevaron a tierras africanas. Fue en esas latitudes donde se comprometió a ayudar a cuantos animales en cautiverio conociera, creando la Fundación Roar. A su vuelta a los Estados Unidos, ya en la década de los 70, fue cuando el matrimonio se estableció en Shambala y allí con crías de leones y tigres iniciaron su aventura en una reserva animal. Unos años de dedicación absoluta a esas fieras, que conforme iban creciendo parecían sentirse agradecidas hacia Tippi y su marido, puesto que se comportaban como si estuvieran domesticadas. Más adelante llegó el momento en el que tendrían que deshacerse de las que no habían ya muerto, envejecidas.
Poco a poco se fueron olvidando de ella y apenas intervino en rodajes que merezcan la pena resaltarse. Volvió a casarse en 1985 con un empresario de origen hispano, Luís Barrenechea, matrimonio que le duró un decenio. Su cuarto y último marido, entre 2002 y 2008 fue un veterinario, Martín Dinnes.
Una sola vez estuve con Tippi Hedren. Debía ser en la década de los 70, cuando Alfonso Eduardo dirigía el Festival de Cine Ecológico de Puerto de la Cruz (Tenerife), donde se proyectó su ya mentada película El gran rugido, que fue un desastre económico para ella y su también citado marido, el segundo. Invirtieron setenta millones de dólares y sólo recaudaron dos. Y bien: en dicho certamen ocupé un asiento en el cine donde se proyectaba aquel filme, tres butacas separado de la actriz. La miraba de vez en cuando conforme en la pantalla se iban proyectando las imágenes de Tippi acariciando a sus leones y tigres. Me entraba un repelús por todo el cuerpo, en tanto la bella protagonista se sonreía tan cerca de donde yo me sentaba. Creí por un momento que aquellas fieras iban a saltar desde la pantalla como si fuera un efecto visual imaginado por Woody Allen, y nos engullirían a todos los espectadores. Y Tippi Hedren, entre el pavor de la sala, continuaba impasible, pero sonriente. Una mujer fuera de serie.