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El pasado oculto de Audrey Hepburn que acaba de salir a la luz

El 20 de enero de 1993 falleció Audrey Hepburn, hace 28 años. Un documental trata datos desconocidos de su biografía.

El 20 de enero de 1993 falleció Audrey Hepburn, hace 28 años. Un documental trata datos desconocidos de su biografía.
Audrey Hepburn. | Gtres

El 20 de enero de 1993 moría en su casa de Suiza la actriz Audrey Hepburn, una de las estrellas más queridas de Hollywood, "un ángel", como fue definida, por su aspecto frágil, su tierna sonrisa, aquel aire entre ingenua y desvalida que transmitía en algunas de sus películas más celebradas, comenzando por Vacaciones en Roma (que iba a protagonizar Liz Taylor, pero William Wyler prefirió una actriz más novata y se prendó de Audrey) Desayuno con diamantes, Sabrina… Pero un documental estrenado en Londres en diciembre, Audrey more than an icon, de la directora Helena Coan, que su productora deseaba exhibir, si las circunstancias lo permiten, en fechas inmediatas, en cines o televisiones, nos muestra aspectos poco conocidos o inéditos sobre la vida de Audrey Hepburn, que tuvo una infancia triste, pasó hambre, para ser engañada con los dos hombres con quienes se casó y otros que sólo querían acostarse con ella.

Audrey Kathleen Ruston, que heredó de una de sus abuelas el apellido Hepburn, de cierta alcurnia, era hija de un padre británico, trabajador de la banca y madre holandesa. Ella tenía nacionalidad inglesa y residencia norteamericana mucho más tarde, aunque vino al mundo en un pueblo belga. Su entrada en el mundo artístico lo hizo como bailarina y modelo. Vivió en Holanda hasta los diez años. Sus padres se separaron, asentándose cada uno por su lado en Londres. La pequeña Audrey vivió en el país de los tulipanes la tragedia de la II Guerra Mundial, en medio de la falta de víveres, las enfermedades, y la atroz y trágica contienda bélica que dejó en la futura actriz recuerdos que nunca consiguió borrar de su memoria: uno de sus hermanos fue hecho prisionero y llevado a un campo de concentración, y otro, junto a un primo, fueron fusilados. Audrey creció siendo una pequeña flacucha, consecuencia de la escasa alimentación sufrida. "Llegó a comer galletas de perro", confesaría uno de sus hijos, Sean. También bulbos de tulipanes. Y ello supuso que en su juventud ya acrecentara una delgadez que mantuvo prácticamente de por vida.

La postguerra no dejó de ser dura y Audrey padeció más carencias hasta que instalada en la capital británica a partir de 1949 empezó trabajando como modelo y corista en algunos espectáculos. Cuando en 1952 rodó Vacaciones en Roma el mundo cambió para ella. Las críticas consideraron que había nacido una nueva estrella, elegida para una brillante carrera. Conquistó a millones de espectadores con aquel papel de princesa que acaba rendida en los brazos de un corresponsal norteamericano de prensa en la capital italiana, que incorporaba Gregory Peck. Fue tal la química que hubo entre ambos que se especuló con la especie de que vivieron asimismo ese amor en la vida real, aunque ambos lo negaron taxativamente. La Academia de Hollywood la honró con un Óscar a la mejor interpretación femenina de ese año, y posteriormente sería nominada en varias ocasiones.

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Audrey canta Moonriver | Archivo

En 1954 conoció a Mel Ferrer, un larguirucho actor descendiente de catalanes, a quien entrevisté cierto verano en Marbella, donde compartía un chalé junto a Audrey. Hombre cortés que según se cuenta no hizo del todo feliz a su encantadora mujer. Audrey confesaría estar harta de sus engaños, le era infiel. Tuvo durante ese infeliz matrimonio cinco embarazos interrumpidos. Hasta que les nació Sean. No pudiendo aguantar más que Mel tuviera varios líos de faldas se divorció de él en 1968. Entre esos años, cuando en 1959 se sentía sola, desprotegida, con un marido que parecía no tenerla en cuenta, se enamoró del guionista de Historia de una monja, Robert Anderson, con quien compartió su vida una temporada. Hay quien le adjudica a Audrey una relación que no ha podido comprobarse: con el entonces senador John F. Kennedy, un seductor incorregible, a pesar de estar casado con la espléndida, luego Primera Dama, Jackie. Tuvieran o no encuentros sexuales, sí es cierto que se conocieron y el futuro Presidente la definió como "una mujer exquisita". No se equivocaba...

Audrey Hepburn puede decirse que tras aquella sonrisa beatífica con la que se comunicaba con la gente escondía una enorme tristeza, permanente melancolía: nunca fue feliz. Los hombres que amó la engañaron, empezando por su propio padre, un simpatizante nazi que no correspondió al cariño que ella siempre le concedió, al punto que ya envejecido, lo halló en los años 60 sin medios para sostenerse y Audrey lo auxilió económicamente hasta que la muerte se lo llevó.

Decepciones también las tuvo en el cine. Por ejemplo, en el rodaje de My Fair Lady donde el director ordenó que doblaran su voz en las canciones de este extraordinario filme musical, con gran disgusto de Audrey, quien se había preparado para interpretarlas, recibiendo lecciones al respecto. En ese cometido fue sustituida por Marni Nixon. Ello no restó importancia a su acertada interpretación al lado de quien figuraba como su Pygmalion, el también magnífico Rex Harrison.

En un crucero Audrey Hepburn conoció a un apuesto doctor italiano, especializado en neurocirugía, Andrea Dotti. Ella necesitaba ser amada, tener a su lado un hombre que asimismo la protegiera. Y el galeno, que luego resultaría un gran chasco para la actriz, acostumbrado a tener en su consulta cientos de guapas mujeres necesitadas de arreglos faciales, resultaría ser un embaucador, con una larga biografía sentimental. Audrey era diferente, tenía mundo, una estrella del cine. Y eso, al vanidoso doctor, le estimulaba. Celebraron su enlace en 1969 y Audrey dejó Hollywood y se fue a vivir a Roma con Dotti. Tuvieron un niño, Luca. Los primeros años nada enturbió la felicidad de la pareja hasta que todo se fue al garete cuando ella fue dándose cuenta que una vez más era suplantada por fugaces amantes de su esposo. Tuvo paciencia hasta convencerse de que Andrea era una especie de enfermo sexual necesitado de ir sumando cada día nuevas amantes. En 1982 consiguieron el divorcio.

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Audrey Hepburn | Archivo

Audrey Hepburn, que había tenido aventuras con hombres ya curtidos como William Holden (su compañero en Sabrina) también se relacionó íntimamente con Ben Gazzara y luego con Albert Finney, coprotagonista a su lado de Dos en la carretera. Fugaces amores que no estabilizaron el corazón herido de esta leyenda del cine, la tercera según una lista del American Film Institute.

Harta de no hallar el equilibrio que buscaba encontró una villa en Suiza donde se fue a vivir, mas sin dejar su profesión. Así, el año que dejó para siempre el cine, 1989, rodó la película que resultó ser su testamento, tras haber rodado tiempo atrás Sola en la oscuridad, Robin y Marian y Lazos de sangre. Fue Para siempre, también titulada "Always", de Steven Spielberg. Ya no quiso saber más del cine, ni de los focos, ni de los periodistas, las fiestas… A Madrid venía de vez en cuando, por ejemplo, se reunía con su íntima amiga, Aline de Romanones (que una tarde me habló de ella prometiéndome una entrevista con Audrey) acudiendo a reuniones privadas en casa de Lola Flores, donde Yul Brynner bailaba flamenco recordando sus ascendientes rusos, y Ava Gardner era siempre centro de las veladas hasta que amanecía en el número 5 de la madrileña calle de María de Molina, residencia de "La Faraona". Todo aquello acabó para Audrey Hepburn, embajadora de Unicef, entregada a causas benéficas en favor de los niños abandonados o desprotegidos. Imágenes de la estrella sosteniendo un niño en brazos dieron la vuelta al mundo.

El único hombre que compartió unos años a su lado, en el final de vida de Audrey fue el actor holandés Bib Wolders, con quien se identificaba en esos compromisos sociales. "El único que me ha sido fiel", confesaba. Murió en su casa de Suiza hace ahora exactamente veintiocho años, a la edad temprana de sesenta y tres, víctima de un cáncer colorectal, pero con una existencia repleta de acontecimientos que, salvo sus éxitos en la pantalla, no le fueron favorables en su vida personal. Poco después de su muerte en Hollywood le concedieron un Óscar póstumo "por su labor humanitaria". Realmente, fue una gran mujer, aunque desgraciada. Su primogénito preside una Fundación que lleva el nombre de su madre.

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