La muerte de Alberto Berco ha sumido en un terrible dolor a Mayra Gómez Kemp. Llevaban juntos desde hace alrededor de cuarenta y cinco años, aunque tardaron un decenio en casarse, en 1985. Una pareja muy unida, que jamás dio escándalo alguno, a la que el destino les deparó momentos muy felices y otros amargos y difíciles de afrontar.
Se llevaban veinticinco años de diferencia. Alberto Berco se anunciaba así en las películas y obras teatrales que hizo en su Argentina natal, aunque sus apellidos, de procedencia rusa, eran Berconski Fonaroff, que naturalmente desechó cuando se inició como actor. Un galán al que conocí brevemente cuando se estableció en Madrid y debutó en una revista musical de Celia Gámez, donde se enrolló con una "vedette" inglesa, Diana Garvey. Luego le perdí la pista hasta que se fue a vivir con Mayra Gómez Kemp. Había tenido una agitada vida sentimental, pues se casó nada menos que cuatro veces. Tenía dos hijas, una llamada Roxana, resultado de su unión matrimonial con su bella compatriota Susana Campos, y otra, Viviana, casada con Joaquín, el del dúo Pimpinela.
Alberto y Mayra se encontraron por primera vez en un estudio de doblaje, donde conocedores del inglés, ponían sus voces en español al servicio de unas películas americanas. Nada más contemplarlo, Mayra contaba que se quedó colgadísima ante aquel hombre maduro, que medía casi dos metros y tenía unos hermosos ojos azules. "El flechazo fue inevitable", se dijo. Pero Alberto, posiblemente siguiendo la técnica de un avisado seductor, la llamó gorda, recomendándole la marca de una sopa para dietas. La inmediata reacción de ella no se hizo tardar: "¡Argentino de mierda… !". Referiría ella más adelante: "El rebote que pillé fue de órdago". Pero nada como empezar una amistad recurriendo a mutuos insultos. Agua de mayo. No falla. Amor eterno. Es lo que le sucedió a esta entrañable pareja. Además, Mayra probó aquella sopa… ¡y perdió diez kilos de peso! Comenzaron por actuar juntos en un musical procedente de Londres, Rocky Horror Show, que causó un impacto en la España que estaba a las puertas de la Transición. Transcurría la segunda mitad de los años 70. Y Alberto y Mayra se fueron a vivir juntos al modesto apartamento que él tenía alquilado a orillas del madrileño río Manzanares. Cuando su posición económica se hizo más holgada se mudarían a su definitivo piso en el centro de la capital, en la zona comprendida entre Plaza de España y el Parque del Oeste.
Si les habíamos contado brevemente la biografía amorosa de Alberto, la de Mayra fue más discreta. Desde su primer novio de adolescencia cuando tenía catorce años y se enamoró de un condíscipulo del colegio de Puerto Rico donde estudiaba la futura presentadora de televisión, pasó luego a vincularse con un camarero, en Miami, y después con el componente de una brigada de salvamento costero, también en Florida. De él se enamoró, pensando que era el hombre de su vida, hasta que todo se vino abajo cuando se enteró que su valiente mozo estaba casado y era padre de dos hijos. Un poco harta del ambiente en el que se desenvolvía y también para olvidar ese desengaño, dejó Miami y a través de una amiga que residía en Barcelona, llegó a España en 1970. Ya no nos abandonaría, salvo para viajar esporádicamente por asuntos de trabajo u ocio.
En la Ciudad Condal Mayra tuvo una aventura con cierto publicista, culto, con dinero, que la complacía en cuanto pudo. Ello llevó a Mayra a sentir aprecio por aquel caballero, hasta que se dio cuenta que eso no era amor para ella, que no lo quería, que se aburría a su lado. Y puso fin a esa amistad. Se instaló en Madrid que es donde, a finales de los 70 inició su espectacular carrera en Un, dos, tres... Aquello de "Y hasta aquí puedo leer", muletilla que cerraba cada ofrecimiento a los concursantes del programa, hizo fortuna, con permiso de Chicho Ibáñez Serrador. Y se convirtió en un rostro familiar para los veintidós millones de telespectadores, que llegó a reunir el programa, ganando de paso un buen dinero.
La vida con Alberto había tenido un serio contratiempo: cuando se quedó embarazada y perdió el bebé, seguramente por las contorsiones y movimientos rápidos que desarrollaba en un espectáculo. Y ya desterró para sí la idea de ser madre. Se dedicó en sus horas libres a cuidar de su marido, quien fue teniendo poco a poco menos ofertas de trabajo y, en todo caso, él mismo se impuso la idea de estar siempre junto a Mayra, revisando los guiones de sus programas de televisión y radio o acompañándola durante la época que ella formó parte del trío musical Acuario. También se ocupaba de algunas labores caseras, como ir al mercado o cocinar como si fuera un émulo de quienes triunfan ahora en Máster Chef. Ni que decir que Mayra era quien más aportaba económicamente al hogar. Asunto que para ellos no fue nunca objeto de discusión o reparos. Tan bien estaban, tan enamorados el uno del otro que iban demorando la fecha de su boda. De repente, un día decidieron resolver el papeleo necesario y fijar la fecha del desposorio. Ante un juez y con la presencia única de una pareja que habían conocido meses atrás en un crucero, que oficiaron de padrinos, celebraron el enlace, sin siquiera contar con algún familiar. Un fotógrafo de confianza, mi recordado y querido compañero Juanjo Montoro (fallecido mientras se duchaba víctima de un infarto), testificó con su cámara aquellos momentos. Una exclusiva para ¡Hola! Era el año 1987, cuando ya llevaban conviviendo cerca de un decenio.
En la vida de casados no todos son días de vino y rosas, y así, uno de ellos amaneció negro para Alberto Berco, que empezaría a padecer una insufrible depresión, que le hizo perder varios kilos de peso y en definitiva, interés por cuanto le rodeaba. Mayra abandonó momentáneamente sus quehaceres profesionales para dedicarse a él en cuerpo y alma. Lo peor fue el episodio en el que, en ausencia en su casa de ella, Alberto se tomó un tubo de pastillas. Afortunadamente ella llegó a tiempo para llevarlo a un hospital y salvarlo de una casi segura muerte.
Otro revés, esta vez con Mayra Gómez Kemp como víctima de un inesperado cáncer de lengua y garganta. En su condición de actriz, cantante y presentadora, su enfermedad le significaría abandonar su profesión. A base de un gran tesón, ha ido paso a paso avanzando hasta, ya fuera de peligro, ir incorporándose a algunas tertulias y programas donde, si bien no ha recobrado del todo aquella cantarina y a veces enérgica voz, al menos su recuperación ha sido positiva hasta tiempos muy recientes. Un golpe del destino la ha separado hasta la eternidad del gran amor de su vida. ¡Cuánto lo sentimos, querida Mayra!