Isabel Gemio cumplió sesenta años el pasado 5 de enero, coincidiendo con su polémica entrevista con María Teresa Campos. Hacía bastante tiempo que nada se sabía sobre sus andanzas, exactamente desde que en 2018 retornara a TVE con el programa Retratos con alma. Después se dedicó a la radio y últimamente a entrevistar a personajes a través de YouTube, refugio profesional, de momento, para ambas populares presentadoras, cada una por supuesto con su programa. Obvio resulta comentar que la audiencia de las dos es sensiblemente mínima con respecto a cuando ejercitaban su bien acreditada condición en canales importantes de televisión. Pero el lío que se ha formado por la indignación de la malagueña ante el interrogatorio de la extremeña, de momento, les ha servido para que la curiosidad de sus seguidores hayan sintonizado con el canal respectivo en el que ahora trabajan. Pese a que creamos que la mayoría de amas de casa que seguían a las dos en sus espacios mayoritarios de éxito ignoren en general cómo han de encontrarlas en sus redes sociales y en YouTube.
Isabel y María Teresa eran amigas. Recuerdo cuando la primera, desolada y pendiente de la grave enfermedad de su hijo Gustavo, creó una Fundación y para impulsarla contó con la presencia en un acto público de la Infanta doña Elena y otras personalidades. María Teresa estaba allí para apoyar a su compañera. Imagino que se verían en otras ocasiones y jamás tuvieron celos, rencores ni como ha ocurrido ahora un enfrentamiento, esa entrevista desagradable, con palabras muy duras de la Campos en respuesta a ciertas preguntas de carácter personal, que le molestaron. Agria polémica, hasta que resuelvan públicamente asimismo hacer las paces. Hay quienes cuestionan que esa entrevista fuera un simulacro y estuviera previamente ensayada.
Lo cierto es que el episodio ya es de dominio público, lo que justifica que escribamos sobre Isabel Gemio, sobre quien una sobrina de María Teresa Campos, colaboradora en Telecinco, asegurara que no sabía quién era; lo mismo tal vez piensen jóvenes de su edad, puesto que la popularidad de la presentadora pacense se desarrolló entre la mitad de los pasados años 80 y la década de los 90.
Nacida en Alburquerque, Badajoz, lindando con Portugal, estudió Arte Dramático para después desarrollar sus inquietudes artísticas en emisoras locales, provinciales, hasta ubicarse en Barcelona, donde continuó sus labores de radiofonista. Allí se dio a conocer como Isabel Garbí, apellido que tomó del nombre de un viento del Levante y Sureste español. Eran los primeros años 80 y Andrés Caparrós, el almeriense asentado en tierras catalanas fue uno de los que más la ayudó entonces. Pero quien fue una especie de Pygmalión de Isabel fue el veterano de las ondas Luis Arribas Castro, con su barbada presencia que le daba un aire casi patriarcal, bíblico. De los grandes de la radio, amigo de soliloquios, entre sentencias y floripondios verbales que gustaban a su numerosa audiencia. Mucho aprendió Isabel a su vera, y es más: se enamoró de Luís. Y si tuvo algún noviete antes, lo olvidó para irse a vivir con Arribas Castro entre 1986 y 1995. Para entonces, Isabel ya había dado el salto a televisión, presentando Los sabios y 3 x 4. Tendrían que transcurrir unas temporadas hasta que en 1993 se hizo cargo de Lo que necesitas es amor, que había estado en manos del actor Jesús Puente, y luego ya en 1996 llegó su gran oportunidad con ¡Sorpresa, sorpresa! Su popularidad había subido como la espuma y ella, entonces con el pelo cortito, se convirtió en un rostro muy querido en toda España. En los pasillos de alguna cadena de televisión donde trabajó se ha corrido la especie de que maquilladoras, técnicos y algunos compañeros más de Isabel Gemio (que para entonces había recuperado su apellido real) la consideraban algo déspota y nada comunicativa con ellos, altiva, creyéndose poco menos que "la reina de los platós". Lo han dicho algunos de sus supuestos enemigos, no nosotros, que conste.
Lo que no puede negarse eran las altas cifras de audiencia de ¡Sorpresa, sorpresa!, de ahí que las revistas del corazón trataran de que contara su vida íntima. Le ofrecían un buen dinero, que ella rechazaba continuamente: no lo necesitaba. Su caché era elevado. De aquella chica provinciana que llegó a Barcelona a primeros de los años 80 dispuesta a comerse el mundo, ya no quedaba apenas nada: se había convertido en una diva de la televisión, bien pagada. Ello le permitía rechazar entrevistas. Conseguí en vísperas navideñas de 1996 que me recibiera en el despacho de su productora de televisión, situado en el paseo de la Castellana, en Madrid. Estuvimos una hora larga. Llevaba ocho meses presentando ¡Sorpresa, sorpresa!, que duraría hasta 1999, y se quejó conmigo del cansancio que le producía ese cometido: "Llegaba al teatro Adolfo Marsillach, en San Sebastián de los Reyes (a una treintena de kilómetros de Madrid) a las cinco de la tarde de cada miércoles y permanecía allí hasta las tres de la madrugada. Terminaba agotada". Me contó Isabel que un médico estaba pendiente de ella durante el programa; seguía sus instrucciones para alimentarse con una dieta a base de carbono, bebiendo zumos de naranja y mucha vitamina C. Los nervios la atenazaban. Llegó a sufrir insomnio. Y pesadillas todas las noches. Riesgos de tener taquicardias también.
¡Sorpresa, sorpresa! tenía su origen en una idea de la televisión británica, que aquí en España adaptaron José Manuel Lorenzo y Jesús Hermida. Isabel Gemio tuvo oportunidad allí de entrevistar a Julio Iglesias, el futbolista Ronaldo, el galán Hugh Grant, Plácido Domingo, Mark Owen, Sofía Loren y Miguel Bosé, que permaneció escondido hora y media en un armario para que su aparición en antena fuera de verdad una sorpresa. Y cuando el espectador que se encontraba frente a su ídolo y la emoción le rebasaba, Isabel también era cómplice de ese sentimiento: "Lloraba de verdad algunas ocasiones".
Le pedí a Isabel Gemio que se autorretrara en una breve semblanza: "Soy muy abierta, no quiero esconderme, he tratado siempre de hacer lo que quería, por ejemplo, contando quince años me bañaba en top-less en las piscinas de los hoteles, cuando eso podía ser escándalo para algunos. Y es que no me importaba estar desnuda de cintura hacia arriba, así nadaba a mi gusto. Hasta que ya era muy conocida y los paparazzi me perseguían y no les di la ocasión de que me fotografiaran de esa forma, ni siquiera en biquini, y eso que tengo un cuerpo normal, visible. Me fastidiaba al no poderme bañar en la masía que había alquilado los veranos en Cataluña. Y me he sacrificado desde luego no yendo a muchas fiestas, pues si me veían dos veces con el mismo hombre, ya especulaban con mi vida íntima. Los reporteros siguieron tras mis pasos cuando me instalé en Madrid. Lo pasé francamente mal. Nunca quise posar con mis novios. Cuando yo no era nadie, nunca me hacían caso los compañeros gráficos y si al sobresalir en televisión acepté algunos reportajes fue con la condición de que fuera sólo por cuestiones de mi trabajo. Que se sepa que he luchado mucho en mi profesión, que me he dejado en el camino miles de horas "currando", y muchas amarguras también".
Llevó, efectivamente Isabel Gemio sus amores con total discreción. Tuvo una aventura con Jimmy Giménez Arnáu, que éste no ocultó. Le fastidió que algunos colegas nuestros se desplazaran hasta Alburquerque para sonsacarle a su madre los secretos que pudieron. Me despedí de Isabel Gemio aquel anochecer pre-navideño. Estuvo conmigo cortés. Advertí en ella su vitalidad, su espíritu por el trabajo y cierto desasosiego: "Me voy unos días a descansar". No me dijo dónde. Fue a La Habana. Y a su regreso, ya a primeros de 1997, lo hizo en compañía de un moreno caribeño, el cubano de Matanzas Julio Nilo Martínez Roldán, nueve año menor que ella. Isabel lo conoció en una de las hermosas playas cubanas y al instante se enamoró de Nilo, como empezó llamarlo. El cubano percibió ese sentimiento y vio claras posibilidades de corresponderla y con ello cambiar su mísera vida en La Habana. Dado que en Madrid la pareja no podía pasar inadvertida para los reporteros, Isabel tuvo que dar algunos detalles sobre su inesperado y fulminante noviazgo. Se casaron civilmente aquel mismo año, en el Ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes. Y a poco de instalarse en el hogar, decidieron adoptar un niño, Gustavo. Dos años después ya tuvieron uno propio, biológico, llamado Diego.
Al principio todo fueron mieles para ambos. Nilo era escultor, había ahorrado algunos pesos y dólares. Pero a nadie escapaba que quien lleva las riendas económicas de la casa era Isabel. Le regalaba valiosas prendas a su marido, estaba pendiente de él. Mas las diferencias, no ya de carácter, sino de educación y costumbres, era evidente entre ellos. Nilo venía de un país pobre, acostumbrado a vivir muchas penurias y a la hora, por ejemplo, de sentarse a comer se observaba que no sabía utilizar algunos utensilios, que devoraba los platos sin la debida corrección en la mesa. Isabel, con tacto, fue enseñándole a comportarse adecuadamente. Nilo "tragaba", guardaba para sí su orgullo. Al fin y al cabo ella corría con las facturas de sus trajes y demás gastos que precisara. Eso sí: la presentadora, bien asesorada, hizo constar al casarse que lo hacían con separación de bienes. Escasos eran los del novio, por no decir ningunos.
Hasta que Nilo estalló y se fue de casa. Diría en su momento que ella lo avasallaba, lo utilizaba. Pero bien que se aprovechó el cubano paseándose por los platós televisivos "poniendo el cazo", contando sus miserias y poniendo verde a su "ex". Realmente, aquel matrimonio, que duró unos pocos años, fue una equivocación de la muy ilusionada y un tanto ingenua Isabel, que parecía escuchar la leyenda de su antiguo programa Lo que necesitas es amor. Muy vivo, como aquel otro falso amante de Marujita Díaz o el no menos pícaro último marido de Sara Montiel, todos cubanos, Nilo consiguió engatusar después a una maestra alicantina, Ana Celén, y se fue a vivir con ella a Denia. Cuando él se cansó y la maestra también se dio cuenta de su error, se buscó otras compañías femeninas, después de sostener por breve tiempo un bar de copas en la localidad madrileña de Algete, que se quemó. Por un tiempo lo perdimos de vista. Lo llamaron para el programa Supervivientes, donde hizo un buen papel. Y se olvidó para siempre de Isabel Gemio, aunque se dieron unos meses de prueba para reconciliarse, sin éxito. Lo grave en esta relación es que Nilo, que tenía por cierto dos hijos en Cuba de una anterior relación, no se ocupó para nada de Gustavo, el niño que adoptó de común acuerdo con Isabel, y el propio, Diego. Y Gustavo comenzó a desarrollar una rara enfermedad de tipo degenerativo, sumiendo a Isabel Gemio en un doloroso estado. Ni siquiera en esas circunstancias Nilo supo demostrar su responsabilidad como padre.
Gustavo padece una distrofia muscular de Duchenne. Isabel le ha dedicado muchas horas de su vida, sin desentenderse del menor de sus hijos, Diego, nacido en 1999, dos años menor. Recorrió hospitales, consultó médicos hasta convencerse que la naturaleza de la enfermedad de Gustavo es irreversible. Creó Isabel una Fundación con el fin de recaudar fondos y apoyar a otros padres con hijos que padecen el mismo mal. Y publicó el libro Mi hijo, mi maestro, con las experiencias compartidas con el infortunado Gustavo.
Esa desgracia como madre la ha sobrellevado Isabel Gemio con tesón, renunciando a disfrutar de su vida, de sus cuantiosos ahorros. Sólo se le conoció un nuevo novio unos años después de comenzar el nuevo siglo. Se trataba de un empresario mallorquín, Xavier Bennasar, director de una empresa de cruceros. Era una relación seria, que se vio interrumpida definitivamente en 2012. Desde entonces no se le ha conocido a Isabel ninguna otra pareja. Por lo que respecta a Nilo, pasó un tiempo en Honduras (donde se desarrolló el programa Supervivientes) y en Cuba. Había pasado por etapas donde sólo cobraba una pensión de cuatrocientos duros. Y ahora sólo se sabe de él que sobrevive gracias a la venta de sus esculturas y cuadros en mercadillos ambulantes. Respecto a Isabel Gemio también es palpable que ha perdido el interés de las televisiones en contratarla, tiene muchos gastos que le supone la enfermedad de Gustavo, y por eso resolvió acogerse a su programa de minoritaria audiencia en YouTube. Son malos tiempos para todos.