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Rosa Belmonte

A la cola, Pepsicola

No hice la cola para ver la gran exposición de Velázquez, voy a hacerla para que me metan un palo por la nariz.

No hice la cola para ver la gran exposición de Velázquez, voy a hacerla para que me metan un palo por la nariz.
PCR en Madrid | Efe

Me he hecho varias PCR, pero si hubiera tenido que hacer una cola como esas que vemos ahora en la televisión o en los periódicos, no me habrían tocado un pelo de la nariz. Sobre todo, para viajar por gusto sólo porque es Navidad (o fiesta de los afectos, que diría el mendrugo). Vamos, no hice la cola para ver la gran exposición de Velázquez (más valía un viaje a Londres para la ‘Venus del espejo’), voy a hacerla para que me metan un palo por la nariz. Cuando hace unas semanas leí que en Cataluña los alumnos de secundaria se harían ellos mismos el frotis nasal para la PCR y los profesores supervisarían la prueba, me quedé perpleja. Que habría vídeos informativos, como los tutoriales de Youtube. ¿Cómo sé yo hasta dónde tengo que meter el palito? ¿Hay un tope? ¿El de llorar y estornudar? ¿Y si me paso y me sale por la boca? Como si estuviera en la sección de Íñigo ‘¿Y usted qué sabe hacer?’. Me habría gustado saber qué habría pasado si Ayuso llega a proponer semejante cosa (ahora, ya saben, es casi la que ha cantado ‘El tamborilero’; si Raphael llega a cantar en otro sitio que no hubiera sido Madrid ya veríamos las críticas).

Volviendo a las colas, si no es inexcusable, ¿para qué? Sí, puede ser obligatorio para viajar, pero nunca ha sido obligatorio ir a ver a la familia. Y no por eso que la maravillosamente amargada Barbara Stanwick decía en Clash by night (1952): “Se vuelve a casa cuando no hay más remedio”. Ahora podría ser un “se vuelve a casa cuando hay vacuna”. Pero ya me habría gustado ver a Carson McCullers hoy diciendo eso de que tenía que volver a casa de vez en cuando para renovar su sentido del horror. Una vez que te meten hasta el cerebro el palito por la nariz ya te has acercado al horror.

Las colas han sido o son también para comprarse lo último de Apple. Y eso que ahora en las colas se puede aprovechar el tiempo precisamente con el teléfono. Escribir, leer, hacer transferencias, insultar a alguien en Twitter. Hay problemas del primer mundo y hay soluciones del primer mundo. Y claro que no estoy hablando de colas del hambre, como le gusta a la prensa llamarlas, hablo de frivolidades. No voy a decir que colas ni para el cine, que tampoco, porque hace tiempo que no se hacen colas para ir al cine. Y menos que se van a hacer. Y mira que hemos hecho muchas. Pero era otra edad y teníamos todo el tiempo del mundo. Tiburón, Grease. Yo creo que hice cola hasta para Kramer contra Kramer. Por supuesto, en un cine que ya no existe. Era una época en la que decíamos “A la cola, Pepsicola”. Es evidente que decíamos Pepsi porque Cola Cola habría resultado cacofónico.  

Supongo que ya nos da igual todo. ¿Que hay que hacer colas? Pues se hacen colas. Y no tengo muy claro si nos gusta la sumisión y somos una sociedad a la que se puede hacer cualquier cosa. A lo mejor se nos hinchan las narices y nos convertimos en Michael Douglas en Un día de furia. Pero quizá sí somos como los borregos de Panurgo que salen en el ‘Gargantúa’ de Rabelais. En un barco cargado de borregos, el tal Panurgo tiene una bronca con uno de los tratantes de ganado. Como venganza, compra un borrego y lo tira al mar. Inmediatamente, los demás borregos se lanzan detrás. Nos las daremos de libres, pero muchas veces somos los borregos de Panurgo. A veces no es sumisión, es tiranía de la mayoría (lo peor es cuando es tiranía de la minoría, como pasa con las críticas a la Ley Trans). Me gusta ese pensamiento japonés que pretende que la sumisión a la tiranía de la mayoría es en realidad la voz de la sabiduría. “Déjate envolver por lo que es largo”. Pero, demonios, que no sea una cola.  

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