La noche del 8 de diciembre de 1980 John Lennon fue asesinado por un perturbado llamado Mark Chapman, que le disparó cinco tiros con su revólver 38 especial, cuatro de los cuáles le ocasionaron la muerte casi instantánea. Trasladado a un cercano hospital, el entonces excomponente fundador de Los Beatles expiraba, ante la presencia dolorida de su esposa, Yoko Ono. El asesinato conmocionó al mundo entero.
Ya es la fecha de aquel luctuoso aniversario, motivo para que cada año, por estas fechas, se recuerde a John Lennon, una de las grandes estrellas del pop. Lo vuelve a ser en este duro diciembre de 2020, cuando se cumplen cuarenta años. Mark Chapman continúa entre rejas. Hace unos pocos meses volvieron a denegarle la libertad condicional. Yoko Ono viene sistemáticamente en las once ocasiones que ello se ha planteado ante los jueves a negarse que este individuo, convicto confeso de haber matado a John Lennon, salga a la calle. Tendrá que esperar otros dos años hasta que se revise su causa. Y Yoko, que cuenta en la actualidad 87 años, ha declarado que, mientras ella viva, hará todo lo posible para que el asesino de su marido continúe tras los barrotes del Correccional de Wende, cerca de Búfalo, donde Chapman ve pasar sus días lentamente, arrepentido de su gravísimo delito. Nada le consuela, sino la periódica llegada de su mujer, Gloria, con quien la permiten mantener "un vis a vis".
El asesinato de John Lennon ha sido recordado infinidad de ocasiones. Lo extractamos aquí al máximo: el ya mencionado 8 de diciembre de 1980 se apostó a las puertas del famoso edificio Dakota, de Nueva York, por la mañana, portando un ejemplar del álbum "Double Fantasy", que John Lennon le dedicó al salir a la calle, camino de un estudio de grabación, donde tenía pendiente registrar una balada de Yoko Ono para completar su siguiente disco. Chapman, admirador acérrimo de Los Beatles y en particular de John Lennon, volvió por la tarde al mismo lugar, esperó el regreso de John, que había terminado la grabación, en compañía de su mujer. Y cuando se acercaba a la puerta del edificio Dakota, donde vivía, Chapman cometió su trágica decisión. Las balas le alcanzaron la espalda y el hombro derecho; en segundos, la sangre comenzó a manar de su cuerpo malherido. Eran exactamente las once menos diez de la noche. Trasladado con urgencia al hospital St.Lukes-Roosevelt, ingresó cadáver. Desde que Mark Chapman disparó contra Lennon, ante el rápido revuelo sucedido en las inmediaciones del Dakota, él permaneció absorto, sentado en una acera, sosteniendo un libro entre las manos (El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger), en tanto el revólver que causó la muerte del ex-beatle permanecía en el suelo, a la vista de todos.
La policía intervino rápidamente, llevando a Chapman a una comisaría. Cuanto sucedió después ya es historia: él se autoinculpó como autor del asesinato, desoyendo el consejo de sus abogados que le habían aconsejado silencio para que defendieran su acción como consecuencia de un arrebato emocional. Y a pesar de que los médicos determinaron que padecía esquizofrenia paranoide y manías depresivas, el acusado sería condenado a cuarenta años de prisión, revisables. La fecha se acaba de cumplir pero no hay indicios de que por ahora salga en libertad. Hoy sigue siendo uno de los asesinos más famosos del mundo. Se ha dicho que en su paranoia influyó mucho la lectura de esa novela de Salinger y en concreto, su protagonista, Holden Caulfield.
¿Quién era Mark David Chapman antes de cometer su asesinato? Nacido en Texas hace sesenta y cinco años, era hijo de un sargento de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos, que lo sodomizó en algunas ocasiones, y de una enfermera. En un hogar inestable, sufrió las consecuencias de una mala y casi nula educación que lo llevó a consumir a partir de los catorce años toda clase de drogas. Ejerció diversos trabajos, fue responsable de labores sociales, abandonó sus estudios universitarios, cantante ocasional y en vísperas de cometer su asesinato estaba empleado en un hospital de Honolulú, Hawai. Desde allí fue cuando se trasladó a Nueva York en octubre de 1980 con la obsesiva idea de matar a Lennon. Antes, se encontró con otra estrella del pop, James Taylor, y a poco se lo carga. Parece que le comentó su propósito de ir al edificio Dakota, donde vivía John, y Taylor no le dio crédito, creyéndolo un perturbado. En realidad, David Chapman era más: un fanático de Los Beatles y de Lennon, en la creencia de que si acababa con su vida, iba a ser un personaje para los medios de comunicación de todo el mundo.
La tipología de estos enfermos sin duda está estudiada por los psiquiatras; aquellos que idolatran a estrellas del espectáculo, los creen algo así como de su absoluta propiedad, y piensan que para que nadie se interfiera en tan turbios pensamientos, lo mejor es terminar con ellos, no importa el medio sádico que utilicen. Chapman era evidentemente un psicópata, que se sintió al fin libre de sus pertinaces y negros pensamientos cuando disparó contra el hombre que admiraba, el que gentilmente le había firmado un disco e, incluso, al verlo ensimismado, en actitud tímida, le preguntó: "¿Es todo lo que quieres?" Satisfecho, todavía sintió en esos momentos el resplandor de un "flash" de la cámara que sostenía el fotógrafo Paul Goest, que obtuvo ese instante de la firma de Lennon a quien ya de noche iba a dispararle mortalmente. Una forma de sentirse importante, inmortalizado por una imagen que dio la vuelta al mundo, ciertamente.
La vida de Mark David Chapman transcurrió a partir de aquel 8 de diciembre de 1980 en la cárcel de Attica, primero y después en otros establecimientos penitenciarios. Dejaba desconsolada y en soledad a una joven esposa, Gloria Hiroko Abe, japonesa-norteamericana, agente de seguros, a la que conoció en un viaje por Europa y con la que que había contraído matrimonio hacía sólo un año, y quien todavía sigue queriéndolo y lo visita cuando las autoridades carcelarias disponen. Antes que ella sólo se conoce otro amor de Chapman: una tal Jessica, que fue su novia unos meses, hasta que lo dejó por los problemas de conducta que detectó en él. La verdad es que Chapman sufría alteraciones psicológicas muy a menudo. En 1977 había tratado de suicidarse –no sabemos por qué– metido en su coche, dejando que el monóxido de carbono acabara con su vida.
El futuro de este asesino confeso, aunque ya arrepentido, parece que está escrito hasta el final de sus días en la cárcel.