Cecilia hubiera cumplido setenta y dos años el pasado mes de octubre. Lo impidió su trágica muerte en accidente de coche ocurrido el 2 de agosto de 1976 cuando regresaba a Madrid de una actuación en Vigo. No conducía ella. El automóvil en el que viajaba de madrugada se estrelló contra un carro de bueyes. La escasa iluminación de la carretera quizás fue causa de ello, o una distracción del que llevaba el volante. Con la desaparición de la cantautora madrileña, que sólo contaba veintisiete años, perdimos a una intérprete muy personal, de cuidadas letras con profundos pensamientos; y una voz también que no se parecía a ninguna de las cantantes entonces en boga.
Entre sus muy bellas y significativas composiciones, hay una que tal vez resuma mejor su carrera, la que más veces se viene todavía escuchando (incluso en la versión algo aflamencada pero excelente del asimismo fallecido Manzanita). Me refiero como habrán adivinado en seguida a "Un ramito de violetas". Se cuentan las cuitas de una mujer casada que, aunque feliz en su matrimonio, lamentaba que no fuera tierno, incluyendo la confesión de que desde hacía tres años recibía cartas de un extraño llenas de poesía. Y que también en primavera la llenaba de flores. Y "quien cada 9 de noviembre, como siempre sin tarjeta, le mandaba un ramo de violetas".
Y bien: ha pasado un 9 de noviembre más, fecha que Cecilia escribió en la letra de su canción sin ninguna aparente causa personal. Lo que tal vez ignoren muchos es que, en un principio, ese dígito y mes eran otros. En la primera maqueta que grabó siguiendo su letra primitiva, figura el 7 de septiembre cuando la protagonista de la historia esperaba que le llegara ese ramito de violetas de un "admirador desconocido"… que era su propio marido, como descubriríamos dándole vueltas al contenido de ese mensaje florido. El porqué al final Cecilia alteró su texto original nunca lo explicó. Sería, quizás, un simple capricho, sin más connotaciones.
Cecilia concedía pocas entrevistas periodísticas: sólo las precisas, las que convenía con su casa discográfica, y algunas por amistad. Fui afortunado al conocerla y mantener varios encuentros, incluso alguno en su casa, en las inmediaciones del río Manzanares, en una colonia de diplomáticos, pues su padre era "de la carrera". Un hogar confortable pero nada lujoso. Cecilia era algo sosa, muy tímida, con un rostro salpicado de pecas, larga cabellera, que vestía de manera informal. Tenía un trasfondo infantil en apariencia. Si te permitía conocer algo de su rica personalidad podía advertirse su amor por la poesía; y una constante presencia de la muerte en sus pensamientos. Me confesó, cuando nos conocimos y me dejó leer algunas de sus letras, muy tenebristas, que pensaba iba a morir pronto. Y acertó desgraciadamente en aquella predicción.
Por lo demás, atisbé cuando fui conociéndola, que era tierna; que acaso tenía que estar protegida. Un músico, compositor de talento llamado Luis García Escolar, y Simone como sobrenombre artístico cuando cantaba, era su amor, que ambos trataron de ocultar siempre a la curiosidad pública.
La familia de Cecilia aceptaba que se dedicara a la canción, pero no la alentaban a ello. Uno marcaba el número telefónico de su domicilio, descolgaba el auricular alguno de sus hermanos y contestaban invariablemente que allí no vivía ninguna Cecilia. En parte llevaban razón: la intérprete se llamaba realmente Evangelina Sobredo.
Cinco años duró su breve itinerario artístico, a partir de 1971, fecha de su primera grabación, que pasó por cierto sin pena ni gloria. Ya para entonces, quien abanderaba como cantautora las listas de éxito era Mari Trini. Ambas fueron en ese tiempo las mejores representantes de esa corriente musical. Curiosamente, no se conocían pese a vivir en Madrid. El caso es que yo las presenté: me correspondió ese honor. Fue durante una entrega de premios en un antiguo cine del madrileño barrio de Argüelles, en la calle de Hilarión Eslava. Ocupé un asiento junto a Cecilia, que estaba sin acompañante. Y columbré en un palco la presencia de Mari Trini. Propuse a la primera un encuentro entre ambas. Y así sucedió, procurando que ningún compañero fotógrafo me quitara la exclusiva. Ninguno advirtió ese momento. Y sospecho que pasaría tiempo, si es que hubo alguna ocasión después de que volvieran a encontrarse, como así prometieron en mi presencia cuando se abrazaron, departiendo cinco minutos, entrecruzándose elogios de admiración mutua.
Tristemente, una cruel enfermedad se llevó a la tumba a Mari Trini, décadas más adelante. Y ambas ya han quedado inscritas en la historia del pop melódico nacional como las más grandes cantautoras, entre las pioneras de esas baladas nada triviales. Si ahora mismo fuera posible, enviaría a las dos un ramito de violetas. Como esas que la protagonista imaginada por Cecilia recibía tal día como ahora, cada "9 de noviembre".