En este funesto 2020 Juan Luis Galiardo hubiera cumplido ochenta años. Pero se le adelantó la Parca en el verano de 2012, víctima de un rápido, fulminante cáncer de pulmón. La víspera se casó en la habitación que ocupaba en una clínica madrileña con su compañera de sus últimos doce años, la actriz María Elías. El galán le había confesado que aceptaba su final y que había disfrutado todo lo que pudo en esta vida. En efecto: tuvo amantes "a porrillo", cinco hijos de tres mujeres diferentes, una existencia de golfería y noches interminables de farra. También sufrió mucho por sus problemas mentales. Y de guapo de la pantalla resultó ser en sus últimos tiempos un actor convincente, extraordinario, con su personalidad desbordante.
Haría falta un grueso volumen, que nadie ha podido, o querido escribir hasta la fecha (y no creo eso ya suceda) sobre las aventuras de este gaditano de San Roque y recriado en Badajoz, cuyo anecdotario vital es rico en episodios propios de un pícaro, bufón, donjuán, nunca superados por ningún otro colega español del mundo del espectáculo. Aunque lo consideraron loco, en realidad tenía un problema psiquiátrico en su atormentada mente. Parece que de chico era dócil, pero la muerte de su madre le afectó muchísimo y se enfrentó a su padre que sabiendo que la autora de sus días estaba enferma, había tenido ya tres hijos, y poco menos, según Juan Luis, la obligó a cuatro embarazos más. Ese obsesivo pensamiento le acompañó durante mucho tiempo, como una tortura constante. Y mantuvo hacia su progenitor siempre un permanente rencor y distanciamiento.
Cuando conocí a Juan Luis Galiardo en 1968 ya era un galán en ascenso, que fue ganando popularidad en el cine tras el estreno de Mañana será otro día, formando pareja con Sonia Bruno. Por entonces debutó en el teatro y lo entrevisté en vísperas del estreno de una comedia dramática de fuerte contenido social: ¡English spoken!, de uno de los autores malditos de entonces, Lauro Olmo. Juan Luis me habló de sus éxitos como atleta, en las especialidades de natación y lanzamiento de jabalina. Supe que siendo miembro de una familia burguesa, bien acomodada, era tenido algo así como "la oveja negra", a lo que contribuyó alguna de sus ocurrencias, como la que relato en la creencia de que es poco conocida o incluso inédita en un medio informativo. Por su temprano inconformismo, o simplemente por protagonizar una gamberrada, le dio cierto día en el que sus padres tenían como invitados a un grupo de selectos matrimonios aparecer en el comedor completamente desnudo, entre el estupor de los reunidos y las amenazas de su padre.
Juan Luis acabó dejando el hogar paterno, y tras prepararse para ingresar en la Escuela de Ingenieros Agrónomos, la carrera de su padre, que lo indujo a ello, decidió irse una breve temporada a trabajar a las minas de Río Tinto, en Pozo Alfredo, donde encontró a un padre revolucionario, el padre Bernabéu, que lo quiso instruir en su doctrinario. No parece que se dejara convencer el futuro actor. Transcurría el verano de 1960, tenía veinte años y pasó de estudiante a minero, luego se ganó la vida vendiendo mesitas para televisores y pegando anuncios en las paredes. Trató de estudiar Derecho y Ciencias Económicas pero acabó por matricularse en la Escuela Oficial de Cine. Y allí emprendió nuevos horizontes, sin estar aún seguro de que como actor se cumplieran sus dubitativos deseos en el futuro.
Pasemos por alto sus primeros escarceos ante las cámaras, porque Juan Luis Galiardo tenía muy claro que divertirse era su primera meta. Con su buena facha, alto, de bonitos ojos, rostro anguloso, muy atractivo, de cuerpo atlético, le fue fácil irse acostando a menudo con las primeras chicas que se ponían a tiro. Ya se había olvidado de la primera novia que tuvo en San Roque, llamada Mercedes. Y encontró en una modelo de Pertegaz, Juana Prieto, la primera mujer de su vida con la que convivió mucho tiempo, al principio solventando su precaria situación económica gracias al apoyo de ella, copropietaria de Charo´s, una boutique de moda en aquel Madrid sesentero. Lo que es la vida: Juana pasó en los últimos años de su vida una mala racha en los negocios y fue Juan Luis quien acudió en su auxilio, cuando ya estaban separados. Porque él no paró de seducir a cuantas féminas se le acercaban, en pleno éxito de sus películas como galán prepotente, con pocos rivales, si acaso Arturo Fernández y pocos más. Las siguientes parejas estables de Galiardo fueron Soledad Fernández y María del Águila Bulnes, cerrando el ciclo con tal vez la compañera que más lo comprendió y amó, la antes ya citada actriz María Elías, dulce, callada y muy comprometida en esa relación. De tres mujeres distintas tuvo cinco hijos, que lo convertirían tempranamente en abuelo. Y uno de ellos, por su mala vida, murió de manera trágica dejando en Juan Luis un poso de dolor que le acompañaría el resto de su vida, asunto del que nunca quería hablar con los periodistas, en contraste con su habitual verborrea.
Porque Juan Luis Galiardo, ya siendo actor muy conocido, invitado habitual en fiestas, comidas y cenas, no dejaba pasar la oportunidad de "hacerse notar" mediante cualquier salida de tono, sin venir a cuento. Se levantaba de la mesa, comenzaba un discurso incoherente, ponía a parir aquello que se le venía de pronto a su enfermiza mente, dejando a los presentes en un estado de incredulidad, o incluso diversión, pues algunos lo jaleaban. Ya era corriente, a finales de los 60 y principio de los 70 que Galiardo fuera el centro de atención de muchos de los eventos sociales. No se privó algunas veces de ser objeto de la atención del público, en plena calle, con gafas oscuras, simulando vender cupones de la ONCE. Y un día, en el aereopuerto de Roma donde fue a esperar a su representante, Enrique Herreros, lo abrazó en el gran vestíbulo y ante unas docenas de pasajeros, empezó a gritar: "¡Papá, papá, soy Peppino!".
Tuve telefónicamente con Juan Luis un cruce de amenazas, iniciado por él, naturalmente. Nos veíamos en estrenos y recepciones, sin enfrentarnos cara a cara. Hasta que una noche en cierto absurdo evento en el que apenas acudieron invitados, donde iba a proclamarse como Cenicienta una muchacha de pueblo elegida entre los lectores de una revista femenina, los periodistas presentes decidimos no amargarle la velada a tan inocente criatura y cada uno de los que asistíamos a tan surrealista cena salimos de uno en uno a un pequeño escenario, tratando de contar algo divertido. Cuando me tocó a mí, a punto de concluir una breve gansada y dar la vez al siguiente cronista, mi admirado Luis Carandell, contemplé absorto que Juan Luis Galiardo se levantaba del fondo de la sala, venía hacia mí dando largas zancadas. Me temí lo peor. Pero maestro del histrionismo me abrazó, entre risas y zalamerías, soltó una parrafada llena de incongruencias, se fue, y no hubo nada. En adelante, ya nos saludábamos cordialmente y me daba más abrazos de oso con su corpulenta anatomía.
Logró Galiardo estar en dos repartos internacionales, que en principio iban a abrirle las puertas de Hollywood: Marco Antonio y Cleopatra y La selva blanca. En el primero de esos rodajes, hizo buenas migas con Charlton Heston y Sofía Loren, las estrellas del filme. Simpatizó con la italiana, aunque cerca de ella estaba omnipresente Carlo Ponti, su marido, por si las moscas. Heston aceptó que Juan Luis fuera contratado en el segundo de esos citados filmes, pero al llegar a Oslo y en pleno rodaje, nuestro compatriota se quedó alelado, sin emitir palabra alguna de su parlamento. Ken Annakin, el director, hubo de prescindir de Galiardo, a quien tras ese pasaje, ausente e ido, lo internaron en un hospital y después trasladaron a Madrid. Pasó una temporada entre consultas psiquiátricas con el equipo del doctor López Ibor. Pero por lo que contaba Galiardo, se equivocaron en el diagnóstico. Y fue en Nueva York donde encontró al doctor Trujillo, un español eminente que dio con la clave. Y a partir de ese encuentro, Juan Luis fue poco a poco recobrando la lucidez. Uno de esos problemas de una personalidad bipolar que acabaron por desaparecer tras someterse a una serie de sesiones y medicamentos.
Hubo un momento en el que falto de contratos por su natural sed de aventuras se marchó a México donde permaneció casi cinco años. Protagonizó interminables telenovelas. No le faltaron episodios desafiantes, como el que vivió en un local donde recitaba a García Lorca. Llegado a la estrofa "Verde que te quiero verde", un espectador comenzó a interrumpirlo: "¡Pues yo quiero azul, que sea azul!". Harto el recitador de las constantes interrupciones del borracho, se lanzó a él, consiguió quitarle la pistola que portaba, entre los aplausos del resto de clientes. Un héroe Galiardo, pues en esos rifirrafes que suelen ocurrir en la capital azteca, por cualquier altercado uno puede perder la vida.
En México, se enamoró de María Luisa Merlo con la que mantuvo amores una larga temporada. Al regresar a España mediados los años 80 puso en marcha una productora de cine y televisión, logrando en esa etapa un éxito con la serie Turno de oficio, que es donde se dio a conocer el luego sensacional Juan Echanove. A partir de entonces la carrera de Juan Luis Galiardo transcurrió de manera muy distinta al pasado, y de su etapa de galán en la que su físico destacaba por encima de sus interpretaciones pasó a ser un actor, cómico y dramático, hasta entonces desconocido. El disputado voto del señor Cayo, en el cine, y la secuela televisiva del Quijote, son dos ejemplos de ese buen quehacer del actor gaditano, entre otras celebradas películas y series, quien en su última representación escénica, El avaro, de Moliére, ya estaba consagrado. En su vida privada tenía a su lado a la tierna y bella María Elías, con quien quiso casarse a poco de convivir con ella, y ésta conociendo el pasado donjuanesco de su reciente compañero, prefirió esperar. Y de qué manera… La víspera de la muerte del actor, él le pidió que agilizara los papeles para contraer matrimonio, en una ceremonia lo más íntima que pueda suponerse en la habitación de la clínica madrileña en la que estaba hospitalizado desde hacía unas semanas. Acudió la oficiante y en matrimonio civil se dieron el sí, muy emocionados. Veinticuatro horas después, Juan Luis Galiardo se iba de este mundo. En San Roque, su localidad natal, un teatro lleva su nombre. Donde también se aprobó en el Ayuntamiento inaugurar un Museo en su recuerdo.