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Cristina Galbó enviudó joven, dejó el cine y ahora es profesora de flamenco en California

Cristina Galbó dejó el cine para dedicarse a otras actividades.

Cristina Galbó | Archivo

Hay vidas que el destino altera de tal forma que nos lleva a donde nunca pensábamos recalar, como náufragos en un mar revuelto cuya corriente es dueña de nuestros días. Pienso en ello cuando me viene a la memoria el nombre de la actriz Cristina Galbó, una de las protagonistas de La Residencia, que dirigió Narciso Ibáñez Serrador, repuesta por las televisiones hace pocos meses, estrenada hace cincuenta años.

Cristina Galbó comenzó muy joven en el cine, protagonista de Aquella joven de blanco, historia de la santa Bernardette Souvirous. Descubierta por Manuel Summers, aquel genio del humor gráfico, que la dirigió primero en Del rosa al amarillo cuando ella sólo contaba trece años. Después la tuvo también a sus órdenes en la que iba a ser la última película de Cristina: Suéltate el pelo, argumento pensado para el grupo musical Hombres G, cuyo líder, David, era hijo de Summers. Y ya la joven actriz de dulce cara angelical se cansó del cine, harta de sobrellevar una pena de la que nunca se olvidó: la temprana muerte de su marido.

Cristina Galbó era una simpática madrileña que cautivaba al público que iba a verla en sus comedias cinematográficas, en las que representaba a tantas jovencitas de su edad. Por ejemplo, en Los chicos del Preu (apócope de los estudios preuniversitarios). O como novieta del torero Palomo Linares en Nuevo en esta plaza; enamorada asimismo de Joan Manuel Serrat en la cinta Palabras de amor. Por esa misma época, finales de los tan mitificados años 60, Cristina se enamoró de verdad de un galán rubio de origen franco-germano llamado Peter Lee Lawrence, mientras ambos protagonizaban una coproducción italo-española, "Dove se spara di piu", que creo luego fue titulada como La furia de Johnny Kidd. Estuve en aquel rodaje del "spaguetti-western" descubriendo el noviazgo tan romántico entre Peter y Cristina, quienes contrajeron matrimonio dos años más tarde, en 1969. Se fueron a vivir a Roma. Cristina alumbró un hijo, David, apellidado Hyrenbach.

Cinco años duró aquella feliz pareja. Los veía de vez en cuando. La simpatía de Peter era su mejor tarjeta de visita junto a su innegable atractivo físico. Alto, le llevaba unos palmos a Cristina, de mediana estatura, también sonriente cuando te acercabas a ella. Todo se vino abajo cuando Peter murió en poco tiempo, dejando una joven viuda desconsolada, a la edad de veinticuatro años. En adelante, los encuentros con ella cuando estaba trabajando o en algún evento, ya resultaban dolorosos, con el recuerdo permanente del esposo fallecido. Cristina continuó rodando películas, aunque ya no tantas como en la década de los 60. Y además de poco interés, algunas en Italia. Tenía treinta y ocho años cuando se retiró definitivamente. En los 90 dirigía una agencia artística de actores y modelos. Siempre fue Cristina Galbó una mujer inquieta, que no se arredraba ante las dificultades que en su última etapa de actriz encontró. Ya no había, al parecer, papeles para ella. O estaba realmente cansada de estar ante las cámaras.

Dado que permaneció unas temporadas en la capital italiana y luego abandonó su profesión de actriz, es comprensible que dejara de interesar a los periodistas. No volvió a aparecer en las revistas salvo en el entierro de Manuel Summers. Su hermana, Beatriz Galbó, había sido la última compañera del tierno realizador andaluz, aunque éste nunca se separó de su esposa. Y en adelante, el nombre de Cristina se fue difuminando en el tiempo, perdimos su pista, hasta enterarnos que se fue a vivir a California donde abrió una academia de baile flamenco, en la que al parecer aún sigue oficiando, a sus setenta años, de bailaora y más que nada profesora. Nunca en sus años jóvenes supimos de esa otra vocación suya, pero ha sido el sustento y la profesión elegida lejos de España, de quien hace ya más de medio siglo nos encantaba contemplar en la pantalla.

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