Tres días después de ser enterrado Jimi Hendrix, moría el 4 de octubre de 1970 Janis Joplin, a la misma edad que él, veintisiete años. Víctima de sobredosis de alcohol y heroína, arrastraba una existencia sórdida, desenfrenada, autodestructiva. Se acostó con un montón de hombres y mujeres. Lo probó todo. Pero en la historia del rock su nombre es toda una leyenda: la de la primera mujer estrella en ese género, con una voz prodigiosa, potente, agresiva. Con ella expresaba su rebeldía, independencia, el inconformismo que presidió toda su amarga juventud, con repentinos, fugaces pero incesantes amores que nunca la hicieron feliz.
Ya en su adolescencia evidenció un carácter insatisfecho. Vestía de manera estrafalaria imitando a los chicos de su barrio, en una ciudad de Texas; fumaba, bebía y llamaba constantemente la atención. Interrumpía a menudo sus estudios, pese a que finalmente logró graduarse en un centro universitario. Su pasión por la música afroamericana la llevó a Louisiana, actuando en bares cutres. Malvivía con lo que ganaba como camarera y también taquillera de un teatro. Eso, con dieciséis años, cuando ya estaba colgada con el alcohol y la heroína, llegando a pesar treinta y cinco kilos, en un estado deplorable.
El verano de 1962 es la fecha establecida en su biografía de sus comienzos como rockera imitando a una de sus intérpretes favoritas, Bessie Smith. Dejó la casa familiar estableciéndose en San Francisco, cuando se iniciaban las primeras comunas de hippies y beatniks. Para entonces, aunque se acostaba con el primero que le venía en gana, su lista de amantes ya tenía nombres propios: Ron Pigpen McKernan (del grupo Grateful Dead); Peter LeBlanc, con el que pensó casarse, deseo que luego también albergó con otros hombres; el productor Chet Helms, que la había recogido en su coche haciendo auto-stop… Resultó que éste tenía una banda y a ella se unió Janis Joplin. Una de otras cuantas que tuvo en su corta carrera.
Janis tenía los brazos con evidentes señales de pinchazos, que procuraba esconder con un jersey de largas mangas. A veces iba a recibir sesiones en la consulta de un psiquiatra. En el fondo, siempre fue consciente de su descenso paulatino a los infiernos, y decía que no le importaba morir joven pero viviendo a tope en vez de ser una modosa ama de casa esperando alcanzar la vejez sentada en una silla de ruedas.
Hacia 1966 es cuando se inicia verdaderamente su despegue como excepcional cantante rockera y de blues. Al tiempo que iba incorporando nuevos amantes, de uno y otro sexo. Uno de ellos fue el guitarrista James Gurley. Lo curioso en esta relación es que también se acostaba con la mujer de Gurley. En el Festival de Monterrey logró competir con los más grandes del rock en esos momentos, como Jimi Hendrix, Ottis Redding y otras lumbreras. Llamó la atención de un veterano representante, Albert Grossman, el mismo de Bob Dylan y con él ganó fama y dinero, aunque no supo o no pudo dejar de drogarse, condición que él le había impuesto si quería ser una artista respetada. Y en ese estado, Janis no podía controlar su furia, como el día que le estampó una botella de whisky a Jim Morrison en la cabeza.
Janis Joplin tenía la tez blanca pero cantaba como una negra. Y decía que para ella interpretar un blues era como suspirar de placer por un orgasmo. Su notoriedad le facilitó triunfar también en importantes escenarios europeos, el año 1969. Estaba entonces en su mejor momento artístico. De tener una amante llamada Peggy Caserta, exazafara de Delta Airlines y dueña de una "boutique", pasó a intimar sexualmente con otra, Linda Gravenite, la última de las mujeres que estuvieron a su lado. Hubo otros hombres con los que hacía el amor, y que posiblemente ignoraran que fuera bisexual. Con ellas y con ellos era muy apasionada… pero infeliz: nunca encontró la estabilidad emocional. En el último año que le quedaba de vida se enamoró de Kris Kristofferson, el celebrado cantautor de pop-rock y country. Con , como en otras ocasiones, pasaba alguna breve temporada sin drogarse, mas cuando ese amor acababa, Janis volvía a las andadas.
En uno de esos instantes de lucidez quiso desintoxicarse y no se le ocurrió sitio mejor que irse a Río de Janeiro en época de sus multitudinarios carnavales. Y allí, más que ingresar en una clínica prefirió divertirse con un tipo llamado David Niehaus, con el que recorrió la selva y otros lugares típicos de Brasil. Volvieron a Los Ángeles y David quería seguir de juerga con Janis con otros recorridos. Pero ella se reintegró a sus compromisos musicales formando la que iba a ser su última banda. Sufrió otra decepción: convivía por entonces, finales del invierno de 1970 con su ya citada amiga Linda y ésta la dejó, cansada de soportarla como impenitente drogadicta. Lo que sumió más en la tristeza a la cantante.
Finalizaba aquel verano cuando llegó a su atormentada vida el que iba a ser último amor, un joven estudiante llamado Seth Morgan, de veintiún años, matriculado en la Universidad de Berkeley, más interesado en traficar con heroína. Ni qué decir que ese encuentro facilitó mucho las cosas a Janis Joplin, pues aparte de tener en la cama a un amante más joven ella disponía sin problemas de la droga que precisaba a diario. El chico resulta que procedía de una buena familia pero comulgaba más con las experiencias hippies de ese tiempo. Hizo buena pareja con Janis y ella, como otras veces, le expresó su idea de casarse con él. Sería la última vez que soñara con vestirse de blanco.
Era el 4 de octubre de 1970. Janis estaba ilusionada con sus últimas canciones y la preparación de un nuevo disco. Concluida la sesión en un estudio, se fue con algunos de su banda a tomar unas copas. Y a drogarse, claro. Se emborrachó. De tal forma que a medianoche, cuando regresó a su apartamento, nada más cerrar la puerta, cayó desvanecida al suelo. Ya no volvió a recobrar el conocimiento. Sus amigos la echaron de menos al día siguiente, entre ellos su citado novio, Seth Morgan. La encontraron dieciocho horas después de su muerte. Y el forense que certificó su fallecimiento estableció la hora de su óbito a las dos menos cuarto de la pasada noche. Por ingestión de alcohol y sobredosis de droga. Fue incinerada y sus cenizas, esparcidas desde una avioneta a las aguas del Océano Pacífico. En su testamento, aparte de disponer de sus bienes, dejó cierta cantidad de dólares especificando que con ellos se pagara una fiesta para sus mejores amigos. Quienes, efectivamente, cumplieron con la última voluntad de Janis Joplin, tres semanas después de su adiós, bebiendo y comiendo a placer. Gustaron mucho unos pastelitos mezclados con hachís.
La leyenda de Janis Joplin creció con los años, hasta el medio siglo que se cumple ahora de su muerte. Es importante recordar que su discografía resulta escasa respecto a la fama que acompañó a la estrella del rock: sólo cuatro álbumes, el último póstumo, aparecido mes y medio más tarde de su fallecimiento. Su última grabación contenía el tema "Mercedes Benz". Aunque la crítica en general señalara que su mejor canción fue "Cheap Thrills", sin olvidarnos, entre otras también de "Cry baby".