Se han estrenado estos días una película, Explota, explota y una función teatral en Madrid, Para hacer bien el amor hay que venir al sur. Ya es casualidad que los dos espectáculos tengan como referencia a Raffaella Carrá, quien no aparece en ellos aunque se escuchen sus más conocidas canciones. Tampoco creemos que la estrella italiana se haya involucrado en producirlos. La pregunta de por qué coinciden ambos simultáneamente a comienzos de este mes de octubre queda en el aire. Desde luego, tras el éxito en todo el mundo de Mamma mía! y el repertorio de Abba, los responsables de los dos referidos títulos piensan que ahora es buen momento para que el público español disfrute de unas melodías rítmicas, alegres, muy pegadizas y harto conocidas, cuando se viven jornadas tras jornadas preocupantes por el Covid-19.
Raffaella Carrá se dio a conocer en España a finales de 1975 con "Rumore", al que seguirían otra docena de temas que los fue presentando en sus programas de televisión o en las galas veraniegas que hizo por toda España, a razón entonces de medio millón de pesetas cada una. Los espectáculos de la "show-woman" italiana comprendían un alarde coreográfico muy vistoso; ella misma bailaba y cantaba al mismo tiempo, lo que indujo a más de uno a pensar si utilizaba el "play-back", habida cuenta que tras cada pieza y baile jadeaba, lo que no se notaba a través de los equipos de sonido. Visualmente eran muy entretenidos y aunque la voz de Raffaella no puede considerarse extraordinaria destacando más como bailarina, salvaba las deficiencias con mucho estilo, gracia y simpatía. Durante varias décadas Raffaella venía a Madrid y le encargaban nuevos programas, probablemente porque aquí no hallaban los directivos de televisión una artista española con sus condiciones. El caso es que se convirtió en una figura habitual y popularísima. Su ombligo, que dejaba contemplar siempre en sus vestimentas de lentejuelas, fue tema de conversación en sus primeros tiempos entre nosotros.
Este pasado mes de junio cumplió setenta y siete años. Natural de Bolonia, donde nació en una familia acomodada, cuyos padres terminaron por separarse, quería ser coréografa pero ella misma me confesó que para lo cuál debía sacrificarse demasiado y optó por combinar su faceta de cantante y presentadora de programas, como Canzoníssima, muy celebrado en su país. Con esa tarjeta de visita acudió a los estudios de Madrid, cuando acababa 1975. La entrevisté por vez primera entonces, y en adelante mis encuentros con ella fueron frecuentes, cada vez que nos visitaba. Me interesé por sus experiencias en Hollywood cuando mediada la década de los 60 fue contratada para la película Von Ryan junto a Frank Sinatra: "Él era un hombre educado, encantador, divertido. No me enviaba un ramo de flores diariamente… sino ¡veinte! Elegante, sabía conquistar, mas había una cosa que no me gustaba de lo sucedía a su alrededor: a todas partes iba acompañado de sus guardaespaldas. Un día me dijo que todo sería más fácil para mí si accedía a pertenecer a su "clan". Sabido es que siempre se decía que estaba relacionado con la Mafia y a mí aquella proposición no me gustó. Quiso seducirme, pero no me dejé".
No me lo dijo entonces Raffaella, pero pude enterarme después que Sinatra le regaló un brillante, que la italiana rechazó con buenas maneras. Su compañera de piso en el entorno de Hollywood era una joven algo introvertida, de la que se rumoreaba entre sus compañeras que deseaba perder la virginidad cuanto antes. Rodaba entonces, año 1965, La caldera del diablo, junto a Ryan O´Neal (el de Love Story). Tenía sólo diecinueve años, tropezó con Frankie y en pocos meses se convertía en su mujercita. Él, con toda su experiencia, contaba cuarenta y ocho años. Ella era Mía Farrow, como habrán adivinado muchos de ustedes.
Prosiguiendo las experiencias de Raffaella Carrá en la Meca del Cine, me seguía contando cuanto sigue: "Sinatra me invitó a cenar varias noches. En el estudio, me daba la réplica, cuando ese cometido podría haberlo hecho un "extra". Una vez me llevó a la casa de Yul Brynner, que era tan galante como seductor. Lo mismo que Sammy Davis Jr. También Marlon Brando, aunque éste no era del "clan", quien al advertir que yo no le hacía caso, se retiró del campo. Por cierto, Sinatra y Brando me hablaban siempre muy deprisa, en cambio Brynner era más dulce, reposado. El caso es que cansada de Sinatra y sus matones y del ambiente que corría en las fiestas de Hollywood con las drogas de por medio preferí regresar a Italia. Y así acabó mi aventura americana".
Raffaella Carrá ha llevado siempre sus amores con total discreción y hoy en día nada sabemos si vive sola o con algún amor que esconda. Sólo se conocen dos hombres que hayan compartido su vida, y a los que conocimos en España a lo largo de los años. Ninguno de los dos era precisamente un Adonis. El primero Gianni Boncompagni, que oficiaba de conpositor suyo y de paso también "mánager". Tenía tres hijos de un matrimonio supuestamente roto, como rota también terminó en 1980 su relación como amante de la Carrá. Quien tampoco se casó con su segunda pareja, Sergio Japino, que era responsable de la coreografía de los espectáculos de su amada. A Raffaella le entraron ganas de ser mamá pero ya cuarentona no pudo lograr ese deseo y tras diecisiete años de vida en común con su bigotudo amante, se dieron el adiós, aunque quedaron buenos amigos. Viven en Roma en una urbanización privada una enfrente del otro.
A Raffaella Carrá, que es millonaria, ya no le hacen falta los "tutes" que se pegaba antes para estar en la onda. La habíamos olvidado, sus canciones ya eran de otra generación, y resulta que ahora vuelven a escucharse en la película y en la comedia citada al principio. Les apuesto a que antes de fin de año la tendremos otra vez aquí, invitada por cualquiera de las televisiones privadas. Que son las que pagan y a la Carrá le gusta mucho "poner el cazo". Por cierto, antes de terminar, les cuento la última vez que nos vimos, en 1991, en los estudios de Televisión Española, en Prado del Rey. Llamé a la puerta de su camarín, entré, hallándola sin maquillar, vestida con un batín. Se sorprendió, sin reconocerme, a pesar de que me identifiqué como el periodista al que otras veces había recibido muy sonriente. Esta vez, no. Posiblemente confundida por haber roto su intimidad. La verdad es que estaba desconocida. Nada que ver con la estrella "sexy" y plena de simpatía, sino hosca, con el rostro avejentado, con arrugas, y sin sus zapatos de aguja, francamente desmejorada. El mito desmitificado. En fin, una anécdota que me fue dada por mi condición profesional, que el público, los admiradores de la diva, no presenciarán nunca. La cosmética hace milagros, ya lo sabía.