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Los últimos días (y lascivos amores) de Jimi Hendrix

Se cumplen 50 años de la muerte de Jimi Hendrix, cuya vida amorosa estuvo a la altura de su reputación.

Jimi Hendrix. | Cordon Press

Se cumple estos días el cincuentenario de la muerte de Jimi Hendrix, una de las grandes leyendas del rock, fallecido a causa de una ingestión de barbitúricos cuando sólo contaba veintisiete años. Sólo en cuatro temporadas consiguió forjar su idolatrada carrera. La evocación de su nombre como genial guitarrista, zurdo, compositor y cantante ha sido motivo de infinidad de homenajes periodísticos, en diarios, semanarios, programas de radio y televisión de todo el mundo. En España aparecen ahora dos libros biográficos, que se suman a su amplísima bibliografía. En general tales tratados se refieren a su personalidad como artista, lo que es lógico, pero en general obvian el lado más humano e íntimo de Jimi Hendrix, su atormentada vida amorosa.

La infancia de Jimi Hendrix fue la antesala de lo que después padecería en su existencia: un corazón herido, una infinita soledad aunque gozara del éxito musical, del dinero, de mujeres que se acercaban sólo a él por su fama. Y es que creció en un hogar desunido, con sus padres separados, en manos de parientes que lo educaron a su modo y manera. Descendía de una familia afroamericana con sangre de los indios cherokees. Nacido el 27 de noviembre de 1942 en Seattle, fue registrado como Johnny Allen Hendrix, y años después, por deseo de sus progenitores, pasó a ser James, y entre sus amigos y luego profesionalmente, Jimi. Tenía temor de las palizas que se intercambiaban sus padres, adictos al alcohol, por eso se escondía en un armario a menudo. Le esperaban otros dramáticos episodios futuros, como el que confesó a su primera novia: "Un hombre vestido de militar se aprovechó de mí". Que acabara sodomizado de cruel manera no determinaría que luego fuera gay. Todo lo contrario. Se relacionó con un montón de mujeres, teniendo en cuenta que su carrera musical se produjo entre 1966 y 1970 en plena eclosión del movimiento hippy, el de las comunas, aquello de "haz el amor y no la guerra".

Antes de que se produjera aquel estallido en San Francisco y buena parte de Estados Unidos, Jimi Hendrix conoció en Nueva York a una cantante también de color llamada Lithofayne Pridon, a quien por su alambicado nombre la llamaban Fayne. Era una mujer libertina que lo mismo se acostaba con Sam Cooke, quien fue quien la sedujo cuando ella contaba dieciséis años, que con Marvin Gaye, Ika Turner y James Brown. O sea, lo mejorcito del soul. Las drogas merodeaban entre todos ellos. Jimi era un veinteañero, aún ingenuo, que vio por vez primera a Fayne a las puertas del Apollo, el club más frecuentado en Harlem por los potentados de color y donde actuaban las más grandes figuras de la música negra. Debió Fayne, muy experimentada con los hombres, encontrar algo especial en el provinciano Hendrix, que lo invitó a irse con él al apartamento de una tía suya, donde pasaron una noche loca de amor. El futuro genio del rock se encandiló por aquella mujer, a la que compondría alguna de sus mejores canciones: "Foxy lady", donde quería expresar con el primer término su admiración hacia las mujeres guapas y la fascinación que le causaban cómo iban vestidas. Creyeron muchos que era un tema lascivo, lujurioso, pero la intención del guitarrista, más que un deseo sexual era la de exponer el deseo de comprometerse con ella. Mas Fayne, a pesar de yacer con él de vez en cuando, quería hacerle comprender que no era de nadie, que se iba con quien le apetecía y que sus amantes eran varios y nunca fijos. Mucho sufrió Hendrix por ello, sobre todo cuando Fayne se marchó de gira con James Brown, pero siguió pensando en ella, dedicándole con el paso del tiempo muy bellas canciones: "Love or confusion", "Can you see me" y "Fire". Tal vez la más dolorosa de todas ellas fue "Fayne tape", muy directa confesión de lo mucho que la amaba y lo mucho que también sufría. Una grabación difícil de hallar, pieza de coleccionistas, rara.

A "Fayne" la encontró por última vez un mes antes de que él falleciera. La había recordado en su álbum de 1968 "Electric Ladyland", incluyendo en el interior de la carpeta una fotografía donde aparecían ambos. La verdad es que nunca pudo olvidarse de ella, aunque tuvo otras mujeres ya en ese tiempo, a partir de 1966, cuando se estableció en Londres. Linda Keith, la novia de Keith Richard, quedó maravillada al escucharlo tocar la guitarra y lo ayudó mucho. No consta si entre ambos hubo algo más que una buena amistad. Pero quien marcó su vida durante tres años fue Kathy Etchinham, con quien pronto intimó a poco de pisar la capital inglesa, presentados por el mánager Chas Chandler, que era el representante de Los Animals. Kathy dijo esto de Jimi Hendrix cuando le preguntaron qué tal amante era: "Experimentado e imaginativo". Por su parte, él la juzgó así: "Es mi novia del pasado, del presente, del futuro. Es mi hermana, mi madre, mi Yoko Ono".

Tenía aquella Kathy un cuerpo sensual, piel blanca, cabellos castaños largos, nariz algo prominente, labios carnosos. Y quedó absolutamente colada por Jimi Hendrix, quien emprendió en Londres un peligroso viaje: adicción al cannabis, el hachís, pero también a toda clase de anfetaminas, con preferencia la cocaína. En 1969, Kathy Etchinham estaba harta de que Jimi estuviera a todas horas bebiendo alcohol y combinándolo con todas aquellas sustancias. La vida a su lado era un infierno. Ya era una leyenda del rock, cobraba más que nadie, pero en la intimidad resultaba un ser difícil de controlar, incapaz de mantenerse sobrio, salvo poco antes de salir a un escenario y aún así hubo ocasiones en las que se le olvidaban las letras de sus canciones. Kathy dejó a Jimi. Porque además lo acosaban las groupies, esas admiradoras que lo perseguían antes y después de cada show. Por ejemplo, en su multitudinaria actuación en la isla de Wight se lio con la modelo danesa Kirten Nefer, viviendo a su lado un corto, efímero pero apasionado romance.

Una tercera y última mujer, entre tantas con las que se acostó sin que dejaran huella en él, que fue la postrera que amó y la que vivió las horas finales de vida del ídolo se llamaba Monika Dannemann. Con ella estuvo desde 1969 hasta 1970. Sólo un año en el que ella trató de cuidarlo y de vivir horas de amor y de tensión por las frecuentes crisis que Jimi sufría, entre los delirios de su bajada a los infiernos por el consumo de alcohol y drogas y por una fase de misticismo que se despertó en su conciencia entonces, cuando ya su vida estaba amenazada.

El entierro de Jimi Hendrix | Gtres

Y llegó el 17 de septiembre de 1970, víspera de su trágico final. Seguía en Londres con Mónika, hospedados en un confortable apartamento del Hotel Samarkand. Tomaron juntos un vaso de vino. De repente él se puso indispuesto, tras ingerir también el doble de la dosis de un medicamente que le habían recetado, en total nueve pastillas. Aspiró su propio vómito y así moriría asfixiado tras ser internado de urgencia en el Hospital St Mary Abbot donde, al día siguiente, doce y cuarenta y cinco minutos de la mañana del 18 de septiembre, dejó de existir. Los forenses tardaron diez días en completar su dictamen tras una exhaustiva investigación. Los barbitúricos tomados por la extrella rockera, a los que tan acostumbrado estaba diariamente, fueron causa de su muerte. Monika, su último amor, estaba desolada. Embalsamaron el cuerpo de Jimi Hendrix, que trasladaron por vía aérea a los Estados Unidos donde, en su ciudad natal, Seattle, sería enterrado el 1 de octubre de hace ahora, exactamente, cincuenta años.

Fue Jimi Hendrix un virtuoso del rock, un elegido de los dioses del olimpo musical, tantas veces idolatrado. De los primeros en caer a muy temprana edad. Después, se irían Janes Joplin, Jim Morrison, Kurt Cobain y en tiempo más cercano Amy Winehouse. Muy jóvenes, demasiado pronto. Leyendas rotas por el vicio de la droga que acabó con tan grandes talentos, aún en la memoria de dos o tres generaciones que no los han olvidado.

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