Larga, profunda, llena de vaivenes y preocupaciones casi constantes, ha sido la existencia de Juliette Gréco, la casi inmortal leyenda de la canción francesa, que acaba de morir a los noventa y tres años. Queda lejana su figura, que no para los franceses, quienes siempre han adorado a sus mitos, no como aquí. Fue elevada a musa del existencialismo, entre la década de los 50 y los 60. Siempre vestía de negro, movía las manos con fuerza, el rostro expresando tristeza, o en su defecto melancolía. Esa taciturna presencia no era obstáculo para que con su voz y cuanto decía en sus canciones, llegara a las conciencias de cuantos la admiraban. Necesitaba amar, que la amaran desesperadamente.
La infancia de Juliette Gréco es muy posible que marcara su futuro. Tuvo unas relaciones difíciles con su madre, y apenas recordaba a su padre: se crió con unos abuelos. Y a los dieciseis años vivió la terrible experiencia de ser encarcelada pues su familia se enroló con la Resistencia con la entrada de los nazis en París, aunque la soltaron pronto. Apenas contaba dieciseis años. Quería ser actriz, lo fue, no había pensado cantar pero Jean-Paul Sartre la convenció para combinar ambas facetas, en presencia él de su inseparable Simone de Beauvoir, a quienes conoció en el bar Montana, del barrio de Saint-Germain. Ante ellos, el poeta maldito Boris Vian, Karma (autor de Las hojas muertas, que ella cantó maravillosamente), Yves Montand y otros, comenzó a actuar en las "caves" de la capital francesa. Su nombre empezaba ya a ser tempranamente leyenda.
Un piloto francés de carreras fue su primer amor: Jean-Pierre Wimille. Murió en 1949 durante las pruebas del Gran Premio de Buenos Aires. Poco después conoció a Miles Davis, el mago de la trompeta. Él negro, ella de piel muy blanca. Nada les importó para tener una encendida relación al principio de los 50. El gran músico estaba casado, adicto a las drogas. A Juliette Gréco nada le importó, ni los reproches que le hicieron: quiso mucho a Davis en aquella temporada en el que él había ido a París para intervenir en un festival de jazz. Davis se alejó, tenía muchos compromisos, y ella lo recordó durante mucho tiempo.
Su vocación por el cine la llevó a Hollywood donde fue acosada por el productor Darryl Zanuck, todopoderoso magnate de la industria cinematográfica, que le proporcionó varias películas. Pero aquel amor no dejó huella en Juliette. No era el hombre que le llegara al corazón. No tenía la sensibilidad que ella anteponía siempre al sexo. ¿Sintió alguna vez deseos de mantener relaciones lésbicas? Lo decimos porque una fotógrafa de origen finlandés, Irmeli Jung, se acercó a Juliette con esa pretensión. Más tarde, rodando una película dirigida por Jean-Pierre Melville, Quand tu liras ce lettre, se emparejó con el galán Philippe Lemaire, con quien se casó en 1954, tuvieron una hija, Laurence-Marie hasta que el matrimonio se deshizo dos años después.
Igual que en sus canciones siempre destilaba tristeza y ella comparecía por lo común actuando con taciturno aspecto, tuvo momentos en los que pensó que la vida no le valía la pena y quiso suicidarse, un año más tarde de su segunda boda. El nuevo marido era el consagrado actor Michel Píccoli. La ceremonia tuvo lugar en septiembre de 1965. No parece que le fuera muy bien con él. Y se dejaron.
Lo que no hizo Juliette es dejar de cantar o de rodar películas, esto último cada vez menos. A España vino en algunas ocasiones para actuar en televisión o cara al público. Siempre con vestidos negros, con jerseys ajustados. Y aquella mirada que contemplamos alguna vez en Madrid como huidiza, alejada. Luego aparecería en el horizonte un pianista que había acompañado mucho tiempo a Jacques Brel. Se llamaba Gérard Jouarinest, el último gran amor de la intérprete existencialista, quien la ha acompañado en el último tramo de una larga vida tejida de problemas, tristezas y dolor, aunque el éxito como cantante nunca le abandonara. Desde luego, excepción de Francia, no fue nunca una intérprete popular, sino etiquetada como exquisita, minoritaria, para espíritus selectos o comprometidos, o como líder del inconformismo social siempre.
Fue intervenida quirúrgicamente tres veces en el rostro para cambiar su nariz, que no le gustaba. La operaron de cáncer con la llegada del nuevo siglo. Y tras su último concierto en 2016, sufrió un derrame cerebral estando en un hotel de Lyon. Ya no pudo articular palabra alguna. Le pesaba la muerte de su única hija. Y con su tiempo casi agotado veía transcurrir el tiempo entre sus silencios y los recuerdos del ayer. Hasta que le ha llegado su final, enterrada como tantas glorias de Francia en el cementerio parisiense del Pére Lachaise, entre muchas tumbas que acogieron los restos de grandes artistas, escritores y personalidades galas.