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El 77 cumpleaños de Julio Iglesias con su maltrecha salud

La estrella de la música cumple años entre el secretismo y la preocupación que rodean su estado de salud.

El seductor Julio Iglesias | Gtres

¿Tendrá buen ánimo Julio Iglesias para festejar este miércoles, 23 de septiembre, su septuagésimo tercer cumpleaños? En caso afirmativo ¿lo hará en la República Dominicana o en Miami? En Punta Cana pasa seis meses al año para librarse de pagar elevados impuestos en Estados Unidos. Y en Indian Creek es donde tiene fijada su residencia familiar con su esposa y cinco hijos. Pero en esta ocasión, lo que sucede con la antedicha efeméride es su maltrecho estado físico, siempre consecuencia de aquel tantas veces contado accidente de coche el año 1962, en las inmediaciones de El Escorial.

La fotografía tan divulgada este verano en la que el cantante aparecía con su pierna derecha vendada, apoyándose en dos bellezas caribeñas, con evidentes dificultades para andar, dieron la vuelta al mundo. No creemos que a Julio eso le hiciera gracia y es más que probable que haya descargado su malhumor con quien tomó aquella imagen y la hizo pública a través de una agencia informativa. Cundieron las alarmas. Este año no viajó a España como en otras ocasiones para descansar junto a los suyos en la finca que le compró a Curro Romero en la localidad malagueña de Ojén. Por una razón: los conciertos, pocos, que tenía programados aquí, se suspendieron a causa de la pandemia. Y él permanecía entre tanto en su lujosa mansión de Punta Cana.

La naturaleza de sus males, recrudecidos ahora, no es nada nuevo pues recordamos que en el verano de 2015 también los padeció y él mismo comentó que casi no podía caminar. Los dolores que sufre desde su maldito accidente de hace cincuenta y ocho años le siguen pasando factura. Desde entonces viene sometiéndose a unos ejercicios diarios, nada con frecuencia y además dispone de una fisioterapeuta habitualmente. Dos en el caso de las que lo ayudaban según la comentada fotografía de hace semanas, tras caerse en un puente de su casa dominicana, según informó. En cierta ocasión, encontrándome en Oviedo donde él actuaba en el campo de fútbol, al concluir su espectáculo, su agente de prensa me invitó a pasar al camerino del cantante. Nada más saludarlo, contemplé como en bañador y tendido en el suelo se sometía a una sesión de masajes en espaldas y piernas para aliviar su malestar, que es casi diario. Observándolo en el escenario, siempre ha cojeado un poco, dando algún traspiés, lo que ya lo disimulaba con cierto estudiado movimiento. Y es que Julio Iglesias lleva un montón de años tratando de superar sus constantes dolores, a base también de otros cuidados médicos. Mérito el suyo al no querer retirarse de su profesión, que es lo que más quiere en este mundo, por encima de otros afectos, incluso familiares, como le escuché decir una noche en la que me encontraba cenando a su derecha. Tendrá más temprano que tarde replantearse de una vez un definitivo adiós de la vida artística. Y no porque le falle su permanente ambición, le falle la voz o no lo contraten, sino porque su salud así lo aconseja.

De otra parte su estabilidad sentimental ha quedado probada al lado de Miranda Rijnsburger, a la que conquistó en 1991, tuvo cinco hijos con ella, casándose en Marbella el 24 de agosto de 2010. Casi tres décadas junto a una bella mujer, exmodelo holandesa, que vio por vez primera en el aeropuerto de Yakarta (Indonesia). No paró hasta seducirla con su infalible táctica. Ella es hija de un operador de grúas, ya fallecido. La invitó aquel mismo día de su primer encuentro a la gala nocturna que tenía programada en aquella capital. Él, con 47 años, ella, de 25. No paró hasta convencerla de que debía seguirle en su gira por Kuala Lumpur, Singapur y Tokio. A estas alturas, Miranda ya no lo acompaña tanto y se preocupa de la educación de sus hijos, mientras Julio, quedó dicho al principio, pasa medio año en el casoplón de Punta Cana, que le costó veinticuatro millones de dólares, lugar donde lleva establecido hace tiempo, invirtiendo un buen pico de su gran fortuna, estimada por la revista Forbes en mil millones de dólares. Es accionista importante del aeropuerto internacional de Punta Cana, junto al también español Juan José Hidalgo, dueño de Globalia y Air Europa. El cantante español más legendario de todos los tiempos también supo invertir en hoteles, urbanizaciones, campos de golf… Un crack para los negocios, que en su mayor parte están a nombre de su familia (salvo su hijo Enrique que ya renunció a la parte de la posible herencia que pudiera corresponderle). Esa determinación de Julio Iglesias, pensando en el Fisco y en el futuro tiene quizás algo que ver con la existencia de Javier, su presunto hijo, cuya historia y ADN son parte de un largo culebrón que aún no ha podido resolverse por vía judicial. Diga lo que diga el cantante, respecto a que ello no le preocupa, más cierto es que sea un tema al que nunca quiere referirse en sus entrevistas. Por algo será.

Y en estas calendas, a sus 77 años, cuando su carrera ha alcanzado ya un puesto que nadie puede arrebatarle en el tinglado de la música mundial, él pasa estos meses de pandemia encerrado diariamente muchas horas en el estudio de grabación que montó en su residencia de Punta Cana, perfeccionando al máximo sus últimas composiciones, a la espera de que pueda lanzar un próximo disco. Sus ilusiones parecen las de un recién llegado al mundo de la canción. No tenemos noticias de esa autobiografía que pensaba publicar pronto. En cambio, en la de su buen amigo Ramón Arcusa, Soy un truhán soy un señor es citado ampliamente. La más sabrosa, divertida anécdota que relata sucedió mediados los años 80 en su casa de Miami. Por insistencia de su buen amigo y colaborador, el cantante y compositor italiano Tony Renis, muy simpático como comprobé al conocerlo un día, Julio se vio algo forzado a ser anfitrión de unos desconocidos caballeros. Muy campechanos se presentaron ante Julio, cenaron unos spaguettini preparados por Tony y pasaron una velada divertidísima. Se despidieron y Julio seguía sin saber exactamente a qué se dedicaban aquellos invitados suyos. Pocos meses después se enteró quiénes eran: uno, Paul Castellano, acribillado a balazos a la puerta de un restaurante neoyorquinio por su rival de la Mafia John Gotti. El otro resultó ser John Gambino, sentenciado a quince años de cárcel. Dos contertulios en su casa aquella noche de vino y risas; dos mafiosos de primera. A Julio Iglesias se le heló la sonrisa al enterarse de a quienes les había estado gastando bromas en dicha velada. El FBI estaba muy cerca de la casa del cantante por si algo extraño sucedía. Ni qué decir que desde entonces, Julio es muy mirado a la hora de elegir a sus invitados. Hay visitas que es más prudente evitar por si las moscas.

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