Fue Alberto Closas el mejor galán de teatro desde mitad de los años 50 hasta su retirada, en 1993. Si lo traemos a colación es por dos razones: el aniversario de su muerte, acaecida en Madrid el 19 de septiembre de 1994, y la publicación muy reciente de A un paso de las estrellas, libro escrito por Francis Closas y Silvia Farriol, sobrinos del gran actor, denso y riguroso volumen que contiene referencias a toda su carrera artística y otras de carácter personal.
Alberto Closas fue un dandy, dentro y fuera de los escenarios, los estudios de cine y los de televisión, tres medios que cultivó asiduamente, como también grabó un buen número de discos, cantando, recitando o narrando historias. Su agradable físico le concedía de entrada una indiscutible talla de galán, que supo aprovechar tanto en sus trabajos como en su biografía sentimental, llena de amores con hermosas mujeres, con seis de las cuáles, romances al margen, se casó, siendo el actor español que más veces contrajo matrimonio.
Alberto Closas Lluró vino al mundo en Barcelona el 30 de octubre de 1921, en un hogar de la burguesía catalana, hijo de un abogado, Consejero de la Generalidad. Esa circunstancia familiar determinaría su futuro, puesto que hubo de exiliarse con los suyos a muy temprana edad. Sus estudios de Derecho no los concluyó. Y tras un itinerario que lo llevó a Burdeos, París, Santiago de Chile, se establecería en Buenos Aires, que es donde más tiempo residió fuera de España. No fue fácil la vida para los Closas y en lo que respecta a Alberto, él mismo me contó cómo hubo de ganarse la vida en la capital argentina: "Pegando anuncios por las calle, lavando coches, haciendo fotografías y cantando en cabarés". Esa última ocupación ya la había ejercido en París durante algunas temporadas: tenía buen gusto interpretando románticas, clásicas melodías.
Pero el despegue como actor lo obtuvo, primero recibiendo clases de Arte Dramático, y por supuesto de Margarita Xirgu, en cuya compañía bonarense entró como meritorio hasta llegar al puesto de primer actor: "Todo lo que he llegado a ser en mi profesión ha sido gracias a doña Margarita". La trataba, por supuesto, de usted y siempre llevó consigo una fotografía de la eximia actriz, dedicada, en todos sus desplazamientos, que colocaba en su camarín. Le traía buena suerte, decía. Ella fue una institución teatral, primero en España, y antes de que estallara la guerra civil, se exhibió, residiendo en Buenos Aires desde donde se desplazaba a otros países hispanos. Representó buena parte del repertorio de García Lorca y muchos clásicos.
Alberto Closas sintió abandonar la compañía de Margarita Xirgu pero le atrajo el contrato cinematográfico que le brindaron Benito Perojo y su yerno, Manuel J. Goyanes para rodar en España a partir de noviembre de 1954, Muerte de un ciclista, junto a Lucía Bosé, a las órdenes de Juan Antonio Bardem, uno de los títulos imprescindibles de nuestra cinematografía en esa época. Closas ya había alternado en tierras hispanoamericanas el teatro con el cine. Y desde luego, antes de que ya se estableciera en España, había sido amante de un buen número de féminas, con tres matrimonios a sus espaldas. No puede asegurarse que su amistad con Eva Duarte fuera muy íntima, mas lo cierto es que tuvieron bastantes contactos antes de que "la inmortal Evita" se convirtiera en primera dama argentina por su matrimonio con el general Juan Domingo Perón. Fue pareja en la pantalla con Eva, año 1945. Una película, La pródiga, que no llegó a estrenarse, prohibida por la censura peronista, a poco de que la actriz se casara. Alberto mantuvo relación con el matrimonio pero la que sostenía con Eva fue enfriándose y aunque él le proporcionó algunos favores, acabó fuera de su círculo íntimo: nuestro galán no simpatizaba con el peronismo.
Muchos fueron sus amores en Argentina. Nos referiremos sólo a tres nombres. El primero, el de Teresa Buscaroli, una chilena. Tenía entonces Alberto veintiún años y acababa de vivir una tempetuosa relación de cinco meses, con días en los que no salía de la habitación, compartiendo cama con la vedette chilena Sara Guasch. Creyó que la Buscaroli iba a solucionarle su porvenir. Para estar a la altura de sus caprichos y gustos señoriales, vivían en un gran hotel. Alberto terminaría sin un peso, pero aliviado al dejar a aquella su primera esposa. La que por cierto murió dos años más tarde. Aquello ocurría en 1942 y Alberto, que no perdía el tiempo, ese mismo año se enamoró como un colegial de la mayor estrella entonces del cine argentino, una lituana de nombre real María Borvinik, conocida en las carteleras como Amelia Benze. Siete años mayor que Alberto fueron pareja en la pantalla y fuera de ella. Se casaron en 1950. Poco a poco el fuego del amor se fue apagando y en 1953 ya estaban divorciados. Pero en seguida, como si le apurara casarse inmediatamente, conquistó a otra mujer, asimismo divorciada, como sucedió con la primera, además con un hijo de cuatro años. Se llamaba Marta Caimi Garmendía. Boda rápida y matrimonio breve, pues a los pocos meses se dijeron adiós. Y así, con tres matrimonios a sus espaldas, llegó a Madrid para el ya antedicho rodaje de "Muerte de un ciclista". Y al poco tiempo de su estancia entre nosotros, volvió a enamorarse, como aquel que dice, de la noche a la mañana.
Dio el actor un cóctel en su domicilio madrileño en honor de Analía Gadé y su entonces marido, Juan Carlos Thorry, también actor y director. En aquella reunión, la actriz argentina Zully Moreno le presentó al anfitrión a su acompañante, una alicantina de gran belleza llamada María Luisa Martínez Hernández. Flechazo al canto. Compartió diecisiete años a su lado, hasta que se separaron en 1972. Alumbraron cinco hijos. El primogénito varón, Alberto Closas Jr., es actor y en los últimos tiempos se dedica al doblaje.
En el plano personal, Alberto era agradable en el trato, buen conversador, bienhumorado salvo cuando actuaba o dirigía. Si algo no estaba a su gusto, explotaba. Y emitía una suerte de epítetos en la mejor tradición del diccionario secreto de Cela. Interpretando una obra de teatro en los estudios de Televisión Española, en Prado del Rey, hubo de interrumpirse la grabación al abrirse repentinamente una puerta. Closas soltó una serie de palabrotas dirigidas a quien había franqueado aquella entrada prohibida. El causante de aquel incidente, quien recibió la sarta de insultos era ¡Adolfo Suárez! A la sazón Director General de TVE .
Dos años después de aquella ruptura con la levantina María Luisa, de vuelta a Buenos Aires se encaprichó de una jovencita actriz de cine y televisión, Elena Sedova; Closas le llevaba veinticinco años, diferencia que nada impidió su ardiente deseo de casarse en seguida. ¡Por quinta vez! Era 1974 y duraron poco tiempo. Volvió a Madrid. En el teatro era siempre el taquillero y brillante galán de Una muchachita de Valladolid, Buenas noches, Bettina o Flor de cactus. Y en el cine, que es donde más dinero ganaba y puede que también mayor notoriedad, recordemos títulos como El baile, Distrito Quinto, La gran familia (y sus secuelas), La vida en un bloc y un centenar largo de filmes. Entre otros romances, al margen de sus desposorios, únicamente vamos a citar el que protagonizó junto a la actriz María Asquerino. Ella, en sus memorias, recordaba que lo que sucedió entre ellos sólo fue un flirt. Después, otra nueva compañera en su excitante biografía sentimental: Lía Centeno. Había sido su primer novia. Se reencontraron en Buenos Aires un día de 1975. Ella estaba divorciada de un conocido tenista argentino. Revivieron el pasado, un amor interrumpido: "¡Perdimos veintidós años, Lía, y si tú quieres…!". Recuperaron acto seguido el tiempo. "¡Y nos casamos con esos veintidós años de retraso!". Pasaron siete años en esa unión pero Alberto siguió por donde solía, es decir, en su eterno papel de don Juan. Y dejó a Lía.
Águeda de la Pisa iba a ser la última mujer de Alberto Closas, aunque no se casaron pese a que era deseo del actor hacerlo. Palentina, veintiún años menor que el actor, se hicieron muy amigos en corto espacio de tiempo. Hasta que se decidieron a iniciar una dichosa convivencia, a partir de aquel primer encuentro a finales de 1990. La salud del barcelonés iba deteriorándose. Su vicio por el tabaco, que mantenía desde temprana juventud, le iba a pasar una dura factura. Fumaba cuatro paquetes de cigarrillos diarios: tenía destrozados sus pulmones. Pero no quería retirarse y en septiembre de 1993 estrenó en Madrid "El canto de los cisnes" junto a Amparo Rivelles. Le diagnosticaron enfisema pulmonar. Fue internado, sometido a durísimas sesiones de quimioterapia, reapareciendo en público a las pocas semanas con el cráneo completamente rapado para recoger el premio Mayte en su vigésimo tercera edición. Pronunció esta frase, entre patética y coloquial: "¡Al cáncer que le den morcilla!". Aseguró que lucharía hasta que le flaqueara la fuerza. Tuvo aún arrestos para prestar un par de colaboraciones en las series televisivas Compuesta y sin novio y Farmacia de guardia. Y el 19 de septiembre expiró. El gran actor, caballero dentro y fuera del teatro, hizo un mutis definitivo. Incinerado, sus cenizas fueron esparcidas por el Mediterráneo.