El gallego Mario Casas, que este verano ha cumplido treinta y cuatro "castañas", pasa actualmente por ser uno de los galanes más guapos de España. Y entre película y serie de televisión, no pierde el tiempo y es un activo seductor, con un historial amplio en el último decenio. A esa relación, de la que damos cuenta seguidamente, añade estos días su compañera de El practicante, que a partir del miércoles 16 de septiembre puede verse a través del canal Netflix. Qué duda cabe que este último romance de Mario Casas con Déborah François ha de servirles como promoción de la película.
Mario Alberto Casas Sierra, nacido en La Coruña, tuvo claro en los inicios de su juventud lo que deseaba ser en esta vida: actor. Pero antes fue modelo, consciente de que su potente físico le servía de inmejorable tarjeta de visita. Y así se pasó una temporada anunciando una marca de pizzas. Puede que el elemento femenino aumentara las ventas de esa comida italiana. No sé si también contribuiría a que la gente viajara más en Renfe, para quien prestó su careto en unos spots.
Al fin consiguió el sueño de trabajar en televisión. En Un paso adelante vivió un corto pero intenso idilio con una de las actrices, Erika Sanz. Siguiendo esa inicial costumbre de enamorarse de sus compañeras dio en conquistar a la siempre espléndida Amaia Salamanca cuando coincidieron en Sin tetas no hay paraíso. Fue en Los hombres de Paco donde el coruñés bordó su personaje, un becario llamado Aitor Carrasco, que le deparó una gran popularidad, y de paso un bonito rollo con Clara Lago. Siempre con su buen gusto a la hora de elegir pareja, todas ellas guapísimas y de diferente físico, encontró a María Valverde, actriz entonces emergente y ahora más dedicada a su marido, el director musical Gustavo Dudamel.
Rota la magia de aquellos amores, embebido en el interesante rodaje del filme Palmeras en la nieve, no le fue difícil que la actriz de origen keniata Berta Vázquez cayera en sus fornidos brazos. No fue larga esa relación, tampoco la que vivió con la modelo Dalianah, pues su futuro sentimental iba a depararle un feliz reencuentro con la estupenda Blanca Suárez, a la que conocía de años atrás. Era marzo de 2018 y durante un año y pico vivieron con pasión días y noches, con la sensación de que aquello iba en serio y lo mismo daban la campanada de una boda. Pero quienes pronosticaban ese final romántico se equivocaron de pe a pa. ¿La culpa de quién? Sería del cha-cha-chá, porque ninguno de los dos contó las razones de su sorprendente ruptura. Dado el historial de Mario Casas, podríamos adjudicarle a él la culpa, pero no estamos seguros. También es cierto que su hasta entonces chica, Blanca, es mujer de carácter y quién sabe si ella le dio puerta.
Lo dejamos ahí, porque en este pasado mes de agosto el galleguiño bebía los vientos por una rubia belga de nombre Déborah François. Nada se sabía de ella pero enseguida los reporteros que la seguían muy amartelada con Mario Casas pudieron identificarla cuando cruzaban en moto acuática las costas de Port Calanova. Y en los alrededores de Barcelona se les siguió viendo en actitud de auténticos enamorados. La muchacha vivía hasta hace pocas semanas en Francia pero dado este repentino noviazgo con nuestro galán, que no para, ambos han decidido pasar un tiempo en la ciudad condal, tras alquilar un apartamento. La residencia del actor en los últimos años era Madrid, adonde puede que regrese en cualquier momento del brazo de la belga. Ahora bien ¿podemos apostar por la estabilidad de la pareja? Con este donjuán Casas, no se sabe. Y desde luego, jugando con su apellido, no parece sea muy adicto a comprometerse con nadie para toda la vida. Tiempo al tiempo, claro.
Y, ¿cómo se han conocido Mario y Déborah? Durante el rodaje de la ya titulada película El practicante. Leyó el guión Mario hace cuatro años, se interesó tanto por la historia que no obstante hubo de esperar a realizar otros trabajos comprometidos. Se trata de un thriller psicológico. El personaje de Mario Casas es el de un técnico de emergencias sanitarias que sufre un accidente y está condenado a vivir su futuro en silla de ruedas. La belga Déborah François interpreta el papel de su compañera. Conviven en un piso, que es donde transcurre la mayor parte de la historia. Y este lisiado, con su mente trastornada además de permanecer inmóvil dependiendo de la silla de ruedas, está atormentado constantemente por la idea de que su amor lo engaña. Así es que la vida para él es un infierno.
El practicante le ha supuesto al actor el mayor sacrificio físico (también mental, por qué no) de toda su carrera artística, pues ha tenido que adaptarse mientras rodaba a familiarizarse con la silla de ruedas, de la que se bajaba poco tiempo en tanto se filmaban las escenas. Si en El fotógrafo de Mauthausen hubo de adelgazar veinte kilos y luego recuperarlos, también de nuevo después se vio obligado a perder peso. Y ello revela la vocación que tiene Mario Casas, pensando en hacer lo más creíbles sus trabajos ante las cámaras. No vaciló en la presente ocasión de permanecer un par de semanas en el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo para conocer de cerca el drama de los allí internados. Conozco el lugar, al que me llevó una tarde prenavideña la gran cantautora María Ostiz, donde dio un recital. Y el panorama que contemplé era dramático. Si la visión de los enfermos ya era tristísima, conocer detalles de los accidentes que los llevaron allí resultaba demoledor.
Mario ha tenido que someterse a duras jornadas de rodaje, aunque al menos las ha visto recompensadas al tener a su lado un nuevo amor. En adelante, quiere escribir guiones y hasta dirigirlos e interpretarlos él mismo. Un Juan Palomo del cine y, en la vida, un Juan Tenorio.