Mucho se ha escrito sobre Ava Gardner, "la mujer más bella del mundo". O "el animal más bello del mundo". Ambas leyendas han orlado su nombre durante bastantes años, cuando falleció hace treinta, en 1990, de una neumonía, a los sesenta y siete. Demasiado pronto para morir. Había conocido a un sinfín de personalidades. A muchos hombres que la amaron: Mickey Rooney, Artie Shaw, Frank Sinatra (sus tres maridos), un enloquecido productor multimillonario, Howard Hughes, colegas de profesión de la categoría de David Niven, Kirk Douglas, Robert Taylor, Richard Burton, George C. Scott, Walter Chiari; John F. Kennedy, probablemente Ernest Hemingway, y también ocasionales compañeros de cama en noches de farra, aguantando vasos de whisky o mezclas de licores, cuando amanecía en brazos de algún guapo camarero, o de un cantaor salmantino entonces apenas conocido, Manolo de Vega, que acabó contando chistes, al que despidió de su dormitorio dándole un billete de mil pesetas. Le espantaba la soledad. Necesitaba despertarse con el sol ya radiante, con alguien a su lado. Pero hay algo más en su biografía ondulante de amores urgentes, cuando en realidad sólo quiso a Frankie. En España, dos toreros se encapricharon de ella.
Del que menos se sabe, Mario Cabré. Que era un matador de toros barcelonés, pero también modelo de Alta Costura y actor, rapsoda y presentador de televisión. Lo contrataron para una película, Pandora o el holandés errante. Su papel era el de un torero. Los principales papeles corrían a cargo de Ava Gardner y James Mason. El rodaje tuvo lugar en su mayor parte en Tossa de Mar, un bello paraje de la Costa Brava, a finales de marzo de 1950. Ava Gardner contó lo siguiente en sus memorias: "Mario interpretaba a Juan Montalvo, mi amante torero, y su ambición era continuar con el papel en la vida real. Desgraciadamente Mario se dejó llevar por el entusiasmo, confundiendo sus papeles de dentro y de fuera del escenario. En todos los países del mundo te encuentras con hombres que son unos verdaderos chinches. Mario era un chinche español, a quien se le daba mejor la autopromoción que el toreo o el amor". La estrella lo tachaba de apuesto y viril, agregando que además era presuntuoso, orgulloso, ruidoso, convencido "de que era el único hombre en el mundo para mí". Y Ava contó haber cometido un error del que se arrepintió en seguida, un patinazo decía: "Después de aquellas noches españolas románticas, llenas de estrellas, llenas de baile y llenas de copas, me desperté y me encontré en la cama con Mario Cabré. Fue la única vez y no hubo más".
El departamento de publicidad de Pandora aprovechó el asunto para que las revistas de medio mundo publicaran aquel romance. Una estrella de la fama de Ava en brazos de un torero resultaba un filón para los periodistas, tanto españoles como americanos. Frank Sinatra, enterado de aquel flirt, viajó en seguida a España y puso las cosas en su sitio. Contaron que hasta estaba dispuesto a pegarle un tiro al bueno de Mario Cabré, quien ganó más popularidad esos días que en todo su historial de torero. Perdió ocho kilos durante la semana que la Voz permaneció en Tossa del Mar y alrededores. Temía que Frankie cumpliera sus amenazas. Sinatra le trajo a Ava una valiosísima joya, un collar de diamantes y esmeraldas valorado en diez mil dólares que logró escamotear a la Aduana. El 7 de noviembre de 1951 se casaba con Ava Gardner. Mario Cabré, aunque intentó repetir su noche mágica con ella, y la persiguió hasta Londres después de concluir las secuencias en la provincia gerundense, tuvo que rendirse ante la evidencia de que no le era grato a la estrella. Se contentó con publicar un libro de poemas, "Dietario poético", enteramente dedicados a la Gardner, hoy inencontrable, del que un día por pura chiripa pude hacerme con un ejemplar. Lo abría uno titulado Llegada, concluyéndolo con Siempre contigo. Cuando bastante tiempo después, ya enfermo, Mario tras superar un ictus, me concedió una entrevista en Llansá, donde convalecía, se negó a hablarme de Ava. Un bello recuerdo para él, una obsesión en su día. Moriría soltero.
Quien sí acaparó el corazón de Ava Gardner fue el otro torero de su vida, Luis Miguel Dominguín, pareja sobre la que se han contado múltiples anécdotas y hasta algún libro novelado, como el que firmó Nieves Herrero. Luis Miguel me confesó que le era difícil mantener el ritmo que le imponía Ava, teniendo en cuenta que él toreaba a veces casi a diario, se jugaba la vida y le era imposible vivir a su lado noches interminables de alcohol y cama. "Era insaciable", fue rotundo el torero aquel mediodía en su finca La Virgen, de Andújar, que fue la última vez que nos vimos. Pero ¿cómo terminó aquel apasionado amor?
Cuando Ava estaba concluyendo su fallido matrimonio con Frank Sinatra, Ava Gardner se instaló en Madrid y conoció a Luis Miguel González Lucas (Luis Miguel Dominguín en los carteles), padre de Miguel Bosé para los jóvenes lectores que nos sigan. El encuentro entre dos divos, él en los toros y ella en el cine, fue una fiesta. Se miraron, se gustaron, ni ella hablaba español ni él inglés. En la cama no necesitaron ningún diccionario. Se veían en la Cervecería Alemana de la plaza de Santa Ana, el bar Chicote de la calle de Alcalá, el tablao Villa Rosa, en El Duende, o en la venta de Manolo Manzanilla, en la carretera de Barajas… Y en el hotel Castellana Hilton, que ella ocupó en sus primeras semanas madrileñas hasta que alquiló un piso en la avenida del doctor Arce, cerca de las oficinas de Luis Miguel, y en el mismo edificio ocupado por Juan Domingo Perón. El exmandatario argentino estaba hasta el gorro de los jolgorios nocturnos de Ava, quejándose a ella y a la policía constantemente, sin poder conciliar el sueño.
Los amores de Ava y Luis Miguel duraron entre 1952 y 1954. "Creo que ni siquiera nos planteamos el matrimonio", contó ella. Desde luego el que no quería comprometerse más allá de sus noches locas con ella era él. A raíz de una operación que sufrió Ava por una piedra alojada en uno de sus riñones, volvió a Los Ángeles para recuperarse. Howard Hughes se convirtió entonces en una especie de enamorado enfermero. Cerca de Nevada, la Gardner comenzó a tramitar su divorcio de Sinatra. A instancias de Ava, Luis Miguel Dominguín viajó a reunirse con ella. Discutieron. Se enteró Hughes y, aunque correcto y aguantando los celos, se brindó a llevarlo en su avioneta al aeropuerto de Los Ángeles desde donde en un avión de la TWA Luis Miguel regresó a Madrid, se olvidó de Ava, conoció a Lucía Bosé y, al poco tiempo, contraía matrimonio con la actriz italiana en Las Vegas. Ava reflejó en sus memorias aquella ruptura con el torero de la siguiente forma: "No veas lo raro que me pareció, pues no era costumbre suya dejar que una pequeña tormenta oscureciera nuestro horizonte. Pero se había ido..." Y así concluyó uno de los romances más sonado de aquellos años 60. Nunca más volvieron a verse, ni a llamarse siquiera por teléfono o escribirse una carta. Lo normal entre dos seres independientes, rebeldes que no querían pedir perdón al otro.