Con la desaparición de Olivia de Havilland se acaba una legendaria lista de celebridades del cine mundial. Si hace cinco meses murió Kirk Douglas, ella quedaba como única superviviente de aquel cine de los grandes estudios de Hollywood, un tiempo que ya es sólo leyenda.
No es nuestro propósito hacer aquí un panegírico de su paso por la pantalla. Aunque la recordemos como una inolvidable Melania Hamilton en Lo que el viento se llevó, filme que figura entre los clásicos más importantes. No estaba en principio pensado que fuera ella quien encarnaría aquel papel, que iba a consagrarla, sino su hermana Joan Fontaine. Ello originó un capítulo más en el perpetuo odio entre ambas. Chocaban ya desde la infancia por su carácter independiente. Mediaron los celos. Hasta uno de los maridos de Joan fue antes novio de Olivia. Con ocasión de ser invitada al Festival de Cine de San Sebastián, en 1982, pude conversar con Joan Fontaine, harta de que todos los periodistas le preguntáramos sobre Olivia de Havilland: "No nos hablamos desde hace mucho tiempo", me dijo escuetamente. Yo diría que "desde nunca". Ni siquiera la muerte de Joan conmovió a Olivia, que la ha sobrevivido hasta alcanzar la provecta edad de ciento cuatro años.
Su fallecimiento se ha producido en su casa de París, un palacete sito en la calle de Benouville, frente al conocido y bello Bois de Boulogne, donde habitaba desde los primeros años 50. Cuentan que no ha sufrido en este último trance. La dama de la guadaña la sorprendió durmiendo. Sólo hace un año la fotografiaban por los alrededores montada en un triciclo, todavía llena de vitalidad. Tenía un reducido grupo de amistades que la visitaban. Le gustaba entretenerse completando crucigramas y "puzzles". Y contemplando viejas películas en DVD que le traían recuerdos de su intenso pasado, cuando estaba al corriente de las trifulcas entre Bette Davis y Joan Crawford. Con la primera parecía tener un contencioso imaginario, y demandó al productor Jack Warden, acusándolo de su favoritismo cuando a Bette le brindaba las mejores películas y papeles. Curioso resulta evocar que una de las mejores interpretaciones de ésta fue en ¿Qué fue de Baby Jane?, cuyo argumento, se dice, estaba inspirado precisamente en la constante enemistad entre Olivia y su hermana Joan.
Esta mujer de gran carácter, de corta estatura pero elevado genio, grandiosa en La heredera, fue amante de James Stewart, quien daba siempre la impresión, juzgándolo por sus personajes, que era hombre fiel, de intachables costumbres. No digo que no fuera recto en términos sociales, pero se acostó con más de una célebre compañera de reparto. Y Olivia de Havilland fue una de ellas. Del aventurero, millonario y productor Howard Hughes no nos extraña que también sumara a su colección de conquistas femeninas a Olivia. Pero el hombre del que ésta estuvo más enamorada fue el director John Huston, un irlandés borrachín, pendenciero y algo violento, que ha pasado a la historia del cine como uno de sus más cultos e inteligentes directores. Su vehemencia no era menor que la de Olivia de Havilland. Dos gallos de pelea con final incierto cada vez que se encontraban, terminando por supuesto bajo las sábanas en apasionadas jornadas de incontrolada pasión. Diez años duraron en esas peleas amatorias.
Los dos maridos de la actriz no acabaron por hacerla feliz. El primero era un guionista y ocasional director y productor, de nombre Marcus Goodrich. Breve fue su unión, de la que vino al mundo un varón, Benjamín. Matemático, experto en negocios bancarios, moriría en 1991 víctima del mal de Hodgkin. Lo quiso desde que era niño pero sus sentimiento maternales fueron enfriándose, quizás porque no soportaba verlo enfermo y sin solución para curarse.
El segundo y último de sus esposos era un brillante periodista que firmaba sus trabajos como Pierre Galante. Editor de París Match enamoró a Olivia, y ella se trasladó definitivamente desde Los Ángeles a París en 1955. Tuvieron una niña, Gisèle. Hacia 1962 la pareja ya daba muestras de su distanciamieno aunque aguantaron unos años para estar cerca de su hija. Y en 1979 obtuvieron el divorcio. Gisèle estudió Derecho aunque luego ejerció de periodista. En 1987 se descubrió el romance que mantenía con el rockero Johnny Halliday.
Olivia de Havilland, lejos de Hollywood, era considerada en Francia como una respetada vieja gloria, aunque no le ofrecían papeles de acuerdo a su edad y prestigio. Tampoco ella logró olvidarse de su acento cuando hablaba francés, idioma que, a pesar de practicarlo y entenderlo, nunca llegó a dominar. Por eso no tuvo más remedio que retirarse en 1987. Diez años atrás había rodado su última película. Pero como su vocación artística superaba los impedimentos de su edad y se negaba a jubilarse, aún tuvo redaños para aparecer en colaboraciones eventuales en algunas series de televisión en la década de los 90.
Ya no quedaba nadie en el mundo de aquel brillante reparto de Lo que el viento se llevó. Como quiera que periódicamente las televisiones vuelven a emitirla y además se encuentra a disposición de millones de usuarios de Internet, Olivia de Havilland era consciente de que "su" Melania, y su propio nombre en los títulos de créditos, permanecían inalterables desde su estreno en 1939. Ochenta largos años contenidos en esa larga duración de la histórica película. Y con la desaparición de Olivia, parafraseando el título, también nos parece que el viento de la vida se ha llevado a una mujer inolvidable.