Se cumplen estos días sesenta años del estreno de una de las películas más significativas del cine de "suspense", Psicosis. Está desde luego incluida entre las mejores de la historia del Séptimo Arte. Sus dos protagonistas, Anthony Perkins y Janet Leigh, se labraron allí por su espléndida interpretación, un futuro brillante, aunque ella era ya muy conocida. Sin embargo, él pasó gran parte de su vida atormentado y acabó muriendo de Sida.
Alfred Hitchcock, a quien nadie le ha arrebatado todavía la leyenda de ser "el mago del cine de terror", dirigió Psicosis con un pequeño presupuesto, en blanco y negro, que apenas sobrepasó los ochocientos mil dólares. Y a cambio consiguió en taquilla un dineral. Y eso que la crítica se dividió tras la "premiére" en un cine de los Estados Unidos, acaecida el 16 de junio de 1960, cuatro meses después de finalizar el rodaje.
El argumento de Psicosis estaba basado en una novela de Robert Bloch, quien se había inspirado, siquiera levemente, en las andanzas de un asesino en serie llamado Ed Gein. Era la historia de una secretaria, Marion Crane, que metía la mano en la caja de la empresa donde trabajaba, obtenía un botín de cuarenta mil dólares y se fugaba. La noche del día de autos, Marion se alojó en un siniestro motel de carretera, cuyo propietario era el extraño Norman Bates, quien decía convivir con su anciana madre en una casa detrás del establecimiento. La escena clave de "Psicosis" era la de la ducha, para la que Janet Leigh tuvo que aparecer con unos apósitos en su vientre. Un par de "dobles" la sustituyeron en las escenas donde aparecía desnuda.
Los productores de Psicosis y el propio Hitchcock se encargaron de solicitar de cuantos habían intervenido en el filme (actores, técnicos y demás) un absoluto mutismo acerca del final de la película, algo que ya había experimentado en Francia el director de Las diabólicas, Henry Clouzot, cuya publicidad al estrenarse era un ruego al espectador: "No cuente el final a nadie". Psicosis es hoy todavía considerada como "de culto". Se han realizado después un "remake" y algunas series de televisión, en versiones que distan mucho de la original respecto a su calidad. En un viaje a Los Ángeles visité los estudios Universal, en cuyos amplísimos terrenos se encuentra aún en pié el decorado de aquel motel donde transcurre casi toda la acción de la película, y que los turistas contemplan con interés. Por un momento, cierto escalofrío recorrió mi cuerpo, hasta volver a la realidad. Aquello era ficción, evidentemente.
Janet Leigh vivió unos años soportando preguntas acerca del rodaje de Psicosis. Le marcó aquel rodaje. Vino a rodar una cinta a Madrid a finales de los años 60. Curiosamente su galán era Rossano Brazzi, al que había conocido en la filmación de Mujercitas. Janet me invitó a almorzar con ella en una pausa de dicho rodaje, en el castillo de Batres, a pocos kilómetros de Madrid. Compartí esos momentos junto a sus dos hijas, Jamie Lee y Kelly, habidas en el tercero de sus cuatro matrimonios, con el galán Tony Curtis. Estuvieron encantadoras y yo, a punto de quemarle la nariz a Janet, pues encendí mi encendedor para darle fuego al cigarrillo que sostenía entre sus finos labios, y por culpa del viento a poco el rostro de la bella actriz hubiera acusado la llamarada. Me pasé media comida pidiéndole disculpas y ella y sus niñas sonriendo, quitando importancia al estúpido incidente que causé. Janet desarrolló una sólida carrera en la pantalla. Su entonces marido, el cuarto y último de su biografía sentimental, era un agente de bolsa. Se fue retirando del cine discretamente hasta fallecer en 2004 a los setenta y siete años.
La vida de Anthony Perkins, su compañero en Psicosis, fue más complicada. Tímido, huidizo, hombre de pocas palabras en las entrevistas, como comprobamos en sus visitas a España (rodó en 1991 Los gusanos no llevan bufanda, a las órdenes de Javier Elorrieta, recibiendo ese mismo año el premio Donostia en el Festival de San Sebastián), el larguirucho actor no había conocido a sus cuarenta años mujer alguna en la intimidad. Y quien le hizo "debutar" en la cama fue la en otra época conocida estrella de la televisión norteamericana Victoria Principal. A partir de ahí, Perkins comenzó a vivir angustiado acerca de su condición sexual. Lo mismo que le han pasado a otros, caso por ejemplo de su también atormentado colega Montgomery Clift.
Anthony Perkins siempre se había considerado homosexual. Y los cronistas de Hollywood estaban al corriente de sus andanzas con "gays" tan cotizados como Rock Hudson, Tab Hunter y el bailarín Rudolf Nureyev, con quienes vivió apasionados romances. Pero un día, Anthony descubrió que la fotógrafa Berry Berenson, hermana de Marisa, la elegante y atractiva actriz, se había enamorado de él. Y la correspondió, casándose y teniendo con ella un par de hijos, Oz y Elvis. Puede que mantuviera relaciones paralelas con otros hombres, pero al menos de cara a la galería aquel matrimonio parecía muy estable. Marisa Berenson me dijo en el Gran Hotel de Roma que su hermana era muy feliz con Anthony y que éste era un ser adorable.
Lo peor fue que el Sida acabó con la vida del complicado actor en 1992, a la edad de sesenta años. Antes de irse de este mundo, haciendo acopio de sus recuerdos, confesó: "He desperdiciado mi vida". Y como si una maldición persiguiera al protagonista de Psicosis, el 11 de septiembre de 2011, fecha negra en la historia de los Estados Unidos, su viuda Berry Berenson murió como pasajera del vuelo 11 de American Airlines, una de las tres mil y pico víctimas de aquel terrorífico atentado. Todo eso, de alguna manera aun a fuer de indirecta, nos trae el inquietante recuerdo de Psicosis. Muchos, desde que vieron la película, no se han duchado.