Pocos actores cinematográficos alcanzan, estando en activo, la edad de noventa años. Clint Eastwood acaba de conseguirlo. Nació en San Francisco el 31 de mayo de 1930. Su último etreno data de 2019, Richard Jewell, con notable éxito de crítica y público. Al frente de su productora Malpaso continúa preparando nuevos proyectos. Es un incansable profesional, todavía en buena forma física teniendo en cuenta su provecta edad; lo mismo que en el amor ha sido un constante seductor, de lo que, entre sonrisas, aún presume cuando alguien le pregunta que cuál ha sido la última mujer en caer en sus brazos. Unas decenas de biógrafos no han logrado aún saber cuántos hijos tiene legalmente. Se dan por cierto ocho, con distintas mujeres. Pero a preguntas de algún curioso reportero, suele dar la callada por respuesta: se niega rotundamente a confirmar el número de descendientes que tiene. Ni él mismo lo sabe…
Al nacer, por su peso y la longitud de su cuerpecillo, las enfermeras lo motejaron como "Sansón", anticipándose a la fortaleza que mostraría en su día en la pantalla. Llegó al cine casi por pura chiripa. Fue mal estudiante. Revoltoso, lo expulsaron de más de un colegio. Clint Eastwood nunca superó la escuela secundaria. Siendo de familia de clase media (padre ejecutivo de una fábrica y madre empleada en la multinacional IBM) fue un joven indisciplinado que, para ganarse la vida de manera independiente fue "caddy" en un campo de golf, socorrista, empleado en un supermercado, transportista, leñador, bombero forestal, pianista que aprendió a tocar de manera autodidacta… Medía ya, veinteañero, un metro y noventa y tres centímetros, baza importante para que, a través de un par de modestos actores, uno de ellos David Janssen (luego muy popular por la serie El Fugitivo), encontrara papelitos en el universo cinematográfico de Hollywwod, sin importarle mucho que lo desecharan en un montón de pruebas. Una serie de televisión de la CBS, Rawhide, le proporcionó su primer éxito en 1958, durante un quinquenio. Trabajaba doce horas diarias. Terminaba agotado. Lo echaron o tal vez se fue, y lo indemnizaron. Se quedó en el paro.
Fue entonces cuando recibió una llamada para viajar a España. Richard Harrison recomendó al director Sergio Leone que lo contratara. Y Clint Eastwood viajó hasta Almería para rodar la primera de las tres películas con este realizador italiano, que curiosamente, al principio utilizaba el seudónimo de Bob Robertson hasta utilizar el suyo propio cuando impuso su particular modo de filmar historias del Far-West, sólo que en suelo español, dando origen a lo que en su género comenzaría a denominarse el "spaghetti-western". La cinta que iba a titularse "Ray el magnífico" pasaría a conocerse como Por un puñado de dólares. Le seguiría, un año más tarde, La muerte tenía un precio, contando con Eastwood de nuevo. Y, completando esa trilogía, El bueno, el feo y el malo, de 1966, ya con un Clint Eastwood a punto de convertirse en leyenda. Aparecía casi siempre con un cigarrillo entre los labios, por imposición de Leone, cuando Clint no era fumador. Esas tres películas dieron mucho dinero, aunque la crítica en los Estados Unidos fue implacable: no gustó ninguna de ellas y a su protagonista lo pusieron poco menos que como hoja de perejil: con actitud rígida, sin mover apenas un músculo, dicción imperfecta, hablando entre dientes… El caso es que este actor no ha variado mucho con el paso de tanto años su manera de actuar: frío, calculador, inexpresivo… Pero nadie le discute su profesionalidad. Ha ganado un dineral (le calculan una fortuna de 375 millones de dólares), siendo el undécimo actor mejor pagado en una lista de los últimos tiempos en Hollywood. Y ha conseguido en su doble faceta de protagonista y director títulos magníficos, de excelente factura: Los puentes de Madison, Mystic River, Million Dollar Baby, Gran Torino, Sin perdón… Siempre se cuentan anécdotas sobre aquellas películas que tal actor no hizo. En el caso de Eastwood, negóse a sustituir a Sean Connery cuando el galés se hartó de seguir siendo "James Bond".
Clint Eastwood ha repetido su estereotipo de vaquero inalterable y vengador, cuando no el de policía antihéroe Harry Callahan, que interpretó en una secuela de cinco filmes, de los que "Harry el sucio" fue, quizás, el más notable. Ese papel le fue ofrecido a John Wayne, que lo despreció, y a Frank Sinatra, que tampoco accedería a interpretarlo. Y entonces el guión llegó a manos de Clint Eastwood. Alguna vez hizo comedia, pero estaba claro que lo suyo era pegar tiros, en el Oeste, o en la gran ciudad, portando una "Smith & Wesson", modelo 29. Curiosamente aceptó aparecer en un musical al lado de Lee Marvin, Paint your wagon, título original que al llevarse a la pantalla se conoció como La leyenda de la ciudad sin nombre donde se enrrolló, fuera de las cámaras, con su bella y enigmática compañera de reparto, Jean Seberg. Porque Clint Eastwood no ha desaprovechado nunca la oportunidad de ligarse a cuantas mujeres le han fascinado en los rodajes, como la asimismo algo misteriosa Catherine Deneuve. Dícese que la mismísima Meryl Streep, con fama de no ser frívola, también sucumbió a los encantos de Eastwood mientras filmaban Los puentes de Madison, copiando un poco en la vida real la historia que interpretaron.
Lo cierto es que sus líos con mujeres han sido una constante en su vida aventurera e inestable. Comenzando por Maggie Johnson, a quien conoció, fíjense en ello, mediante ¡una cita a ciegas! Se casaron en 1953 y Clint la engañó un sinfín de ocasiones. Tuvieron dos hijos, Kyle y Alison, pero mientras duró su matrimonio, el fogoso galán tuvo una niña, Laurie, de resultas de encamarse con una joven actriz teatral, y lo que hizo Clint fue darla en adopción a un matrimonio de Seattle, los Warren. Maggie Johnson debía ser un alma cándida porque le permitió a su marido toda clase de fechorías amorosas, como otra relación con una especialista, Roxanne Tunis, que le dio una hija, Kimber.
Llegamos al año 1975, cuando Clint Eastwood convivía con una mujer casada, la actriz Sondra Locke. Él la engatusó con estas palabras: "Nunca me había enamorado hasta llegar a tí". No muy original, pero funcionó. Resulta que el marido de Sondra era homosexual y Clint resolvió que para seguir con su querida nada mejor que proporcionarle una vivienda al éste y a su novio. Miel sobre hojuelas. Con una cara más dura que el cemento armado, cuando Eastwood se buscó a una sustituta de Sondra Locke, ésta lo demandó solicitándose una pensión alimenticia. Habían transcurrido nueve años del divorcio de Maggie Johnson y Sondra siguió casada para siempre con su esposo.
La lista de amantes del actor continuó ampliándose hacia 1985, esta vez con una guapa azafata, de nombre Jacelyn Reeves, que le dió dos hijos, Scott y Kathryn. Clint nunca los reconoció como propios, negándose a darles su apellido. Con la actriz Frances Fisher tuvo después un romance, entre 1990 y 1993, con el resultado de otra hija, Francesca. Y llegado 1996 le dio por legalizar ante un juez su unión con la presentadora televisiva, de origen hispano, Dina Ruiz, con quien fue padre de otra niña, Morgan. Después de esta segunda boda, Clint Eastwood no ha querido comprometerse seriamente con ninguna otra fémina, aunque no ha dejado de ejercer su perfil donjuanesco, llevándose al catre a cuantas jóvenes y maduras se han prestado a ello. Porque hay que reconocer que, sin ser un guaperas, Clint Eastwood debe tener para ellas suficientes argumentos para encamarse con él… y luego contarlo.
Y así hemos de concluir, resumiendo que ha intervenido en setenta y ocho películas, dirigido más de treinta y produciendo otras tantas. Ha compuesto canciones y bandas sonoras para muchas de ellas. En ocasiones se ha resistido a ser doblado en peligrosas escenas de acción. Sus cuentas corrientes están rebosantes de dólares. Ha invertido en diferentes propiedades inmobiliarias: en el pueblecito de Carmel, donde fue alcalde un par de años; en Bel Air, Los Ángeles, cuya casa de estilo español es la que más aprecia y donde pasa largas temporadas; posee también un rancho en Burney, y otras mansiones, la más alejada en la isla de Hawaii. ¡Quien iba a decírselo a aquel desconocido que arribó a nuestra Almería hace cincuenta y seis primaveras!