El amor prohibido de Joselito, el mayor torero de todos los tiempos
Se cumplen 100 años de la muerte Joselito. Su amor nunca publicado fue el más intenso y trágico de todos.
Se cumple este sábado, 16 de mayo, el centenario de la trágica muerte de José Gómez Ortega, Joselito, considerado por historiadores y críticos taurinos como el torero más completo de su tiempo, el más grande de todos ellos en expresión grandilocuente. No hay aniversario que en las plazas de toros, desde luego las de primera categoría, donde no se cumpla el ritual de un minuto de silencio que el público sigue con total respeto, desmonterados los toreros. No será así este año, cuando el Covid 19 ha impedido, entre tantas prohibiciones de nuestro discutido Gobierno, que se celebren espectáculos. Salvo algunos festejos que se celebraron a principios de temporada nos tememos que de aquí a octubre, que es cuando acaba, apenas se anuncien algunos, si es que eso sucede. Nos hemos quedado privados de los actos que la empresa de la plaza de toros Monumental de Las Ventas, en colaboración con la Comunidad de Madrid, pretendía organizar en memoria de Joselito el Gallo, como así también era conocido, de carácter socio-cultural.
En la fecha del 16 de mayo de 1920 se anunciaba en la plaza toledana de Talavera de la Reina un atractivo mano a mano nada menos que con Joselito y su cuñado, Ignacio Sánchez Mejías (al que más adelante, llegado su también trágico final, Federico le dedicara su emotivo poema "A las cinco de la tarde"). Un toro llamado "Bailaor" acabó con la vida de Joselito, corneándolo en el vientre. Murió en la enfermería de la plaza en tanto Sánchez Mejías lo lloraba al pie de la cama. Los aficionados siempre pensaban que era "imposible" que el de Gelves acabara bajo las astas de un cornúpeta, cuando su rival, Juan Belmonte, por su estilo, parecía que arriesgaba más en los ruedos y cualquier día sembraría de luto la fiesta. Fue al revés. Los restos mortales de Joselito fueron llevados a su domicilio madrileño de la calle de Arrieta, en las inmediaciones del Palacio Real, donde una multitud le tributó entre sollozos el adiós, en tanto una carroza fúnebre se dirigía a la estación de Atocha, para que el féretro fuera transportado en tren hasta Sevilla, su destino, camino del cementerio de San Fernando.
Si Joselito logró en sus veinticinco años de vida lo máximo que podía conquistar un matador de toros, en cambio no alcanzó su plena felicidad en el amor. Nacido en la localidad sevillana de Gelves el 8 de mayo de 1895, José Gómez Ortega heredó de sus antepasados el mote de "Gallito III", que no llegó a utilizar: en todo caso, sin esa numeración romana. Su hermano mayor sí se anunciaba Rafael Gómez El Gallo. En cuanto al popular pasodoble "Gallito" su destinatario fue Fernando, el hermano de ambos, novillero de corto recorrido en las plazas. Joselito, a pesar de su fama, no fue objeto de pasodoble conocido, aunque no hace mucho se ha encontrado la partitura de uno, casi inédito, con letra que le escribió el célebre autor de comedias Pedro Muñoz Seca.
Millonario, Joselito llegó a cobrar por matar seis toros en la vieja plaza madrileña de los alrededores de Goya (donde hoy se alza el Palacio de los Deportes) la entonces asombrosa cifra de ¡veinte mil pesetas! Era la segunda década del siglo XX. Y el diestro gozaba de tal popularidad que le era complicado pasear o sentarse en un café sin ser constantemente objeto de miradas, saludos e interminables muestras de afecto. Quizás por eso permanecía muchas veces casi silencioso, pareciendo antipático. No lo era. Trataba de aislarse por un lado, y por otro, ante la demanda de amores que a través de cartas le llegaban de sus admiradoras, vivía en una constante tensión. Hubo misivas de una dama que firmaba "La Fea", lo que intrigaba al torero por averiguar si era cierto que no la acompañaba la belleza. Esa habitual petición de citas femeninas, que en general descartaba para no implicarse en algunas trampas o relaciones que le desilusionaran (citas a ciegas, que se llaman) lo llevó a acceder a sus impulsos sexuales, manteniendo contactos con algunas "vedettes" y cupletistas de su tiempo, entre ellas Adelita Lulú, "La Argentinita" (luego amante de Ignacio Sánchez Mejías), Consuelo Hidalgo, entre las más renombradas. Dícese que incluso estuvo a punto de pedirle matrimonio a Margarita Xirgu, primera figura de la escena dramática, rumor que nunca pudo confirmarse: fama tenía en las tablas, aunque su atractivo físico era menos tenido en cuenta.
La prensa romántica de la época, denominación que entonces se utilizaba, para definir a la que hoy es "rosa" o "del corazón", estaba "al loro" de las amistades femeninas del ídolo de los ruedos. Pero nunca llegó a publicarse el nombre de quien verdaderamente era el amor oculto de Joselito: Guadalupe de Pablo Romero. Dotada de gran belleza, hija de Felipe Pablo Romero, uno de los legendarios ganaderos, quien se opuso rotundamente a que Guadalupe continuara sus "roneos" con el más apuesto y famoso de los toreros. Y eso que Joselito había ido a tentar reses a la ganadería de don Pablo; que se conocían, que se respetaban y admiraban mutuamente. Pero el ganadero no estaba dispuesto a emparentar con José Gómez Ortega. ¿Por qué? Nunca se hizo público. Se especuló que siendo los Romero de una clase social elevada, don Pablo no podía consentir que su hija Guadalupe se casara con un gitano. Joselito llevaba sangré calé por parte de madre, doña Gabriela, tan cantada en coplas y poemas.
Como Joselito insistiera en llevar al altar a Guadalupe, confinada en la finca familiar, Felipe Pablo Romero tomó cartas en el asunto, se reunió con Joselito y le fijó las cláusulas para acceder al casamiento: debía el diestro retirarse de los ruedos y ya casado emprender junto a Guadalupe un viaje fuera de España, residiendo en otro país, México, por ejemplo, por sus raíces hispanas, porque también allí se celebran corridas de toros. Y esa promesa debía mantenerse pasados unos años, hasta fijarse el definitivo regreso a España, a Sevilla en concreto, a la finca de Pino Montano que Joselito había comprado con el sudor de tantas tardes en los ruedos, que regó con su sangre, a pesar de que fue un torero más respetado por los toros que otros colegas. Accedió Joselito a las peticiones de su futuro suegro, no sin disgustarle el trato, a cortarse la coleta, prometiendo que en la temporada de 1921 así lo haría. Ya no se vestiría para entonces de luces. Y con disgusto, se alejaría una vez desposado, de su querida Sevilla, de su amada España. Y todo ello por amor. Y por el empecinamiento del soberbio don Pablo Romero, padre severo con su hija.
Le quedaban todavía a Joselito, en pleno mes de mayo de 1920, todavía muchas ferias en las que anunciarse. Soñaba con tener a su lado, para siempre, a su amada Guadalupe. Apenas podían verse. Era como si ella estuviera en un convento mientras Joselito se jugaba la vida en los ruedos. La que perdió hace exactamente un siglo sin haber podido consumar la pasión que sentía hacia su amor oculto.
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