Una mañana negra la de este miércoles para Ana Obregón, que no se separaba del lecho de su hijo Alex Lequio, esperanzada en la clínica barcelonesa donde lo trataban de un severo cáncer que padecía desde hace un par de años. Empeoró en las últimas horas dejando a la actriz madrileña completamente rota, abrazada a su "ex", Alejandro Lecquio, padre del infortunado joven, y a la novia de éste, Carolina Monje.
La vida de Ana Obregón, por su continua presencia en las revistas del corazón desde hace tres décadas, fluctúa entre el infortunio, el "glamour", la vida frívola y los sucesivos episodios sentimentales, algunos de los cuáles dejaron huella en su corazón herido por esa agitada e inestable existencia, como el de la muerte del baloncestista Fernando Martín, el hombre al que más amó. No es el momento de insistir en ese pasado plagado de desencuentros, cuando lo que ella deseaba, pese a su imagen desenfadada, es ser algún día madre en un hogar feliz. Lo había captado en su ambiente familiar. Su padre comenzó desde abajo en los negocios de la construcción, se hizo aparejador y junto a su suegro, Juan Obregón, montó la empresa Jotsa. Ana García Obregón creció dentro de una familia numerosa que gozaba del mayor confort. A los trece años le faltó muy poco para perder la vida, víctima de un tumor de estómago. Recuperada, encontró en sus progenitores y hermanos un clima de mimos y atenciones. Inició estudios interrumpidos de ballet, piano, arte dramático, hasta centrarse en la carrera de Ciencias Biológicas, que concluyó brillantemente. Sumó después un máster de dirección de empresa con la idea de integrarse en los negocios de los suyos.
Su variable conducta la llevó luego a interesarse más por la profesión de actriz, contenta de hacer de "extra" en la primera película de Julio Iglesias en unas secuencias en París, viaje en el que la conocimos, cuando tonteaba con Miguel Bosé, su primer amor. Damos un salto, eliminando cuanto le sucedió después en su aventura americana, para ocuparnos de sus idas y venidas en los comienzos de la década de los 90. Transcurría el mes de septiembre de 1990 cuando, invitada a una de las muchas fiestas de la noche madrileña, se fijó en un joven de buena presencia que llamó su atención: era el italiano Alessandro Lecquio, que iba en compañía de su esposa, la modelo Antonia Dell'Atte. Debió cruzar entonces las primeras palabras con quien ella creía era un noble emparentado con la Familia Real Española. Cierto lo último, pero falso el título de conde que ostentaba de cara a la galería, orgulloso de que su abuelo Francesco lo recibiera de parte de Mussolini, de quien éste había sido embajador de Italia en Madrid, pero no reconocido en el Gotha europeo. Alessandro, a quien llamaban Dado, era hijo de Alessandra de Torlonia, y sobrino-nieto de don Juan Carlos de Borbón. En cuanto en el Palacio de la Zarzuela trascendieron las peripecias del sujeto, se olvidaron de él, que no sería invitado a ninguna de las recepciones reales.
Casado con Antonia Dell'Atte, cotizada modelo de Giorgio Armani y otras firmas de prestigio, aterrizó en Madrid de la mano de Alessandro Lecquio. Provenían de Polonia, donde él había prestado sus servicios para la firma automovilística Fiat. El puesto que le ofrecieron aquel 1989 en la capital de España era similar, en calidad de asesor, aunque sin demasiado relieve en el escalafón de la importante empresa. Tampoco su sueldo era muy elevado. Los Lecquio fueron pronto agasajados entre los relaciones públicas de discotecas y negocios publicitarios. Alessandro despertaba la atención de muchas féminas y volvió a encontrarse con Ana Obregón. El flechazo fue mutuo.
Hemos de condensar la historia de su amor, que podría dar para un tomazo de centenares de páginas. Lecquio puso unos soberbios cuernos a la Dell'Atte, padres de un niño, Clemente, al que en medio de la tormenta que surgiría entre sus padres dejaron al cargo de su abuela materna en la localidad italiana de Brindisi. En su chalé de la Moraleja, Ana Obregón inició sus apasionadas jornadas con "Dado", jugando si vale la broma a una morbosa relación a tres bandas. Fue en Palma de Mallorca, donde los Obregón disponen de un fantástico chalé, cuando Ana y su amor italiano vivieron días de pasión. Hasta que Antonia se enteró y puso a Alessandro de patitas en la calle. Éste ya lo tuvo claro: se fue a vivir a la casa de Anita, se pasaba las horas jugando al golf, no daba un palo al agua, los de la Fiat prescindieron de él, y convenció a la Obregón para que adelantara un dinero con el que ser socios de un gimnasio en la calle de Serrano. Se contaba que Lecquio le prometió a Ana casarse con ella. En cuanto obtuviera el divorcio de su matrimonio. Pero Antonia, más lista que un lince, supo darle esquinazos, mientras cobraba millones de pesetas en un programa de gran audiencia, creado por Julián Lago, La máquina de la verdad y en las revistas que se prestaran a publicar sus miserias. Ponía a Alessandro "a caer de un burro" y entre otras lindezas nos enterábamos, según su versión, que su todavía marido daba palizas a Anita. Cuando ésta escuchaba o leía comentarios de esa especie, se subía por las paredes, pero también "ponía el cazo" a la semana siguiente para defenderse y, de paso, "hacer caja".
La llegada de un bebé al chalé de La Moraleja puso paz y alegría en el seno de aquella atractiva pareja, Ana y Alessandro. El niño vino al mundo el 23 de junio de 1992. Cuando el pequeño Alex, como sería conocido familiarmente tras ser bautizado con el apelativo paterno, cumplió dos años, exactamente el 29 de junio de 1994, Ana Obregón salía de un hospital tras ser operada de una molesta y mal curada otitis. Alessandro Lecquio no estaba presente ese día. Lógicamente, nuestros colegas intuyeron que algo pasaba entre la pareja, recordando que tres meses atrás Ana fue fotografiada con el brazo en cabestrillo, pues padecía rotura de una clavícula. No quiso entonces dar explicaciones de cómo se produjo tal lesión. ¿Fue por algún incidente con su amante, el falso conde? Tal vez… pero no pudo probarse. No sólo Antonia D´ell Atte sino alguna amiga y desde luego la familia de Ana Obregón siempre pensaron que Lecquio no le convenía, creyendo que nunca la quiso, que se aprovechó en un momento determinado de su popularidad y de su dinero. Conjeturas, aunque conociendo la biografía de Alessandro parece que no estaban desencaminadas de la auténtica verdad, de lo que hubo entre los dos.
Así es que la separación de Ana y Alessandro se consumó ese verano de 1994, aunque ya llevaban tarifados desde la primavera. Él sacó provecho de ello en las revistas. Se convirtió en asiduo en los programas rosas del corazón e inició una serie de rápidas conquistas. Siempre de acuerdo con un fotógrafo amigo, además de pasar buenos ratos con aquellos "ligues" de quita y pon, ganaba una buena "pasta". Escandalosas fueron sus fotografías en la cama con Mar Flores, cuando el naviero gallego amante de ésta iba presumiendo de pareja. Para concluir tan sobado culebrón, digamos que Alessandro continuó su vida de "play-boy" hasta que un día sentó la cabeza, casándose. Ana, no: seguiría soltera, aunque alguna publicación haya cometido el error de creerla descasada con el falso conde. Su vida sentimental ya no fue la misma, aunque no le faltaron novios de corto recorrido. Se ocupó de su carrera artística, triunfó con una serie de televisión escrita y protagonizada por ella, Ana y los siete, continuó siendo objetivo permanente de los "paparazzi". Pero sobre todo se volcó en la crianza y educación de Alex, su querido hijo. Éste, cuando iba al colegio, resultó ser bastante revoltoso; se peleaba con otros chicos, a lo mejor porque se metían con él, sabiendo su identidad. Aquella violencia del jovencito fue aplacándose, conforme se hacía mayor y cursaba estudios superiores en los Estados Unidos. Ya todo un hombre, Alex hizo todo lo posible para que sus padres se reconciliaran de alguna manera, que se vieran de vez en cuando. Y lo consiguió. Habían pasado ya bastantes años y no era cuestión de reprocharse asuntos del pasado.
Entre las chicas de su entorno era muy cotizado, pero él, desde hacía más o menos un año, sólo tenía ojos para Carolina Monje. Soñaban un futuro en común lo más próximo posible, en cuanto él superara la enfermedad que ya había superado una vez. Al volver hace pocos meses a la clínica de Barcelona, Ana y Alessandro Lecquio sellaron un pacto para seguir juntos el proceso de la enfermedad, instalándose en un apartamento de la Ciudad Condal, cerca de la residencia sanitaria en la que pasaban la mayor parte del día y de la noche, pendientes de Alex, del hijo que ambos querían con locura.
Al recrudecerse su mal, Carolina no dejaba de darle a Alex ánimos y mucho cariño. Ana Obregón estaba convencida de que su hijo se salvaría y que con Carolina iba a formar un matrimonio feliz. Lo que ella no tuvo nunca.