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"La mala fama" entre las monjas españolas de Ava Gardner y el episodio desconocido que propició

Ava Gardner quiso adoptar un niño en Madrid pero ningún orfelinato la complació "por su mala fama".

Ava Gardner quiso adoptar un niño en Madrid pero ningún orfelinato la complació "por su mala fama".
Ava Gardner | Cordon Press

Cuando se han cumplido treinta años, el pasado enero, de la muerte de Ava Gardner, de un modo casual hemos conocido un episodio de su controvertida existencia del que no tenía conocimiento por muchas biografías y artículos leídos. Y se refiere a sus deseos de adoptar un bebé al ser consciente de que ya no podía ser madre. Pero tras su peregrinaje, ningún centro de acogida de niños quiso cederle uno en adopción.

Ava Gardner había sufrido dos abortos. Los contó en sus memorias. En vísperas del rodaje de Mogambo se había quedado embarazada de Frank Sinatra. Resolvió ir a Londres y se deshizo del fruto que esperaba. Todo fue en secreto. La MGM se encargó de que nadie "se fuera de la lengua" en la clínica donde le practicaron la operación. Y nuevamente, a punto de iniciarse otra de sus películas, Los caballeros del rey Arturo, volvió a quedarse embarazada. Esta vez sí que lo supo Frank. Pero, sin darle detalle alguno, acudió a otra clínica, en esta ocasión situada en Wimbledon. Cuando se despertó, tenía a su lado a Sinatra con el rostro bañado en lágrimas. Alguien le había avisado. Ava no se arrepintió de su acción. "Creo que hice bien", escribió.

"No he nacido para ser actriz, sino para ser madre". Esa obsesión le duró de por vida. Pudo serlo dos veces y antepuso sus obligaciones artísticas. Cuando se había librado de las más importantes, ya era tarde para traer un hijo a este mundo.

Y un día, durante los años que vivió en Madrid, resolvió adoptar un niño. Los datos que han despertado mi interés los he encontrado de manera ocasional leyendo estos días claustrofóbicos uno de los muchos libros que aún tengo pendientes de lectura: La clave Embassy. Se trata de un denso volumen escrito por Patricia Martínez de Vicente, acerca de su padre, el doctor Eduardo Martínez Alonso, quien durante los años que duró la II Guerra Mundial formó parte de una red humanitaria que evacuaba refugiados europeos, huidos tras la persecución nazi a la que fueron sometidos los judíos. El doctor tenía muchos contactos con autoridades inglesas. "Embassy" era un salón de lujo del madrileño paseo de la Castellana donde se concentraban espías británicos y oficiales alemanes.

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Con Luis Miguel Dominguín | Archivo

Tiempo después, ya entre mitad de los años 50 y 60, la familia del citado doctor mantuvo amistad con Ava Gardner, a la que la autora del libro en cuestió, le dedicó un centenar de líneas, empezando por afirmar que era paciente de su padre, hacia el que según Patricia, la actriz mostraba un cariño especial. "… sé que él la ayudó discretamente a que adoptara un niño español mientras aún estaba casada con Frank Sinatra. Según pensaba, la única forma de salvar el tormentoso matrimonio, insalvable de por sí, con el actor. Juntos visitaron varios orfelinatos en busca del hijo ficticio español que Ava no podía concebir. A pesar de la perseverancia y la influencia que pudiera ejercer el médico de la actriz para conseguir su propósito en los orfelinatos de los años cincuenta, aquellas monjas españolas de estrechas miras morales y religiosas, encargadas de custodiar a los huerfanitos, pusieron como impedimento la excesiva fama de los padres adoptivos y el vacío religioso en el que crecería su hijo, para negarles la adopción. Jamás aceptaron entregarle un anónimo niño español a la famosa actriz internacional en la cumbre del éxito".

No tenemos ninguna otra referencia en el sentido de que Ava Gardner intentara en otros lugares la adopción de un niño. Los años que siguieron después proporcionaron a la actriz otros éxitos cinematográficos. Y un amor compartido con Luis Miguel Dominguín que el torero no quiso rubricar con boda. "Era insaciable", me confesó él cuando lo entrevisté por última vez en su finca de la sierra jiennense, cerca del término de Andújar. Terminaron en 1954. Y cuantos hombres se acostaron con ella, unos de su ambiente y otros elegidos por azar en noches interminables de farra y alcohol, no la hicieron nunca feliz. Llena de soberbia, renegando del trato que le deparaba el Fisco español que le reclamaba una deuda de diez mil dólares al cambio por impuestos atrasados, se marchó airada de Madrid y nunca más volvió. Era verano de 1968 y se instaló definitivamente en Londres. Muy poco antes tuve ocasión de verla dos veces en el mismo día. Conociendo dónde se hospedaba (una lujosa casa frente al Tribunal Supremo) la sorprendí saliendo de ella para irse a almorzar. Momento que aproveché para cruzar unas palabras con la diva y entregarle un ejemplar de la revista donde yo había publicado un reportaje sobre su visita en Acapulco al rodaje de una película de Raphael. Volví tres horas más tarde, con la suerte de que regresaba en ese instante. Pero fue inútil que me concediera una entrevista. Quien era reconocida como "El animal más bello del mundo" no era en aquel 1968 ni remotamente la misma de sus buenos tiempos: iba desde luego sin maquillar apenas, pero el rostro acusaba el estrago de la bebida, con evidentes arrugas, avejentada: la vivacidad de sus ojos se había difuminado. Un mito autodestruido. Me dio pena.

Y el 21 de enero de 1990 se fue de este mundo en su casa londinense. Entonces, ya llevaba temporadas obsesionada con el cáncer. Triste final de una bella mujer, que arrastraba en su interior una profunda tristeza. Tenía solamente sesenta y siete años, recién cumplidos. El cine mundial había perdido a una de sus más importantes estrellas.

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