Ana Obregón creía que su hijo Alessandro se había recuperado del cáncer que padece desde hace dos años, cuanto éste contaba veintisiete, pero el destino ha vuelto a ponerle a prueba ante la recaída del joven, que había sido tratado durante unos meses en el Sloan Kettering Cancer Center, de Nueva York. Tiempo durante el que la actriz madrileña no se separó de Alessandro. Precisamente, para continuar el mismo tratamiento que su hijo siguió en ese hospital neoyorquino, Ana viajó con semanas atrás a Barcelona, donde el doctor Balsega iba a proceder a ello. Pero ya sabemos, de lo que en Chic han tenido ustedes puntual noticia, que las sesiones previstas se han cancelado, de momento, ante la situación generada por el coronavirus.
Ana Obregón, ni qué decir tiene, ha vuelto a sufrir tan serio contratiempo, sin saber qué actitud tomar, obligada como todos a permanecer aislada junto a Alessandro en su residencia madrileña. ¿Hasta cuándo? ¡Quién lo sabe! Madre e hijo angustiados. Porque está claro que Alessandro, por su cuadro médico, está más expuesto a la pandemia que nos asuela. Cada día que transcurre nos encontramos con casos de todo tipo que nos llevan a las puertas de la desesperación. Aun así, pese a las palabras a veces huecas de nuestros políticos, de repeticiones vacuas e ineficacia sanitaria, hemos de resistir. Los que somos cristianos, confiando en la misericordia divina. Y buscando, en ese día a día, una palabra, una sonrisa, algo que nos ayude en nuestro ahora triste acontecer. Procurando pasar las horas con lo que nos haga más dignos, o siquiera, por lo menos, más entretenidos. No encuentra uno palabras adecuadas que no resulten tópicas, simples y vacías.
Ana Victoria García Obregón cumplió sesenta y cinco años el pasado 18 de marzo, cuando se encontraba vigilando el estado de salud de su único hijo, sin gana alguna, como es natural, de festejar su aniversario. El año que vivimos se inició para ella con perspectivas halagüeñas: su hijo parecía mejorar y ya más tranquila había aceptado encabezar un reparto teatral, el de la comedia Falso directo, con la intención de estrenarla en verano, durante una gira por toda España. Compañía de la que formaba parte, como galán, el otrora presentador televisivo y actor Andoni Ferreño, junto su hijo Gonzalo, y Alberto Closas Jr. Una obra de enredo en donde Ana Obregón iba a ser Carla Montes, estrella televisiva que en horas bajas se veía obligada a subsistir, aceptando papeles inferiores a su triunfal pasado. El cuadro artístico ya había empezado a ensayar esa comedia, pero tuvieron que interrumpir esos primeros pasos ante la gravedad de Alessandro. Y en esa situación continúa éste con la constante preocupación y tristeza de su madre, Ana Obregón, una mujer tenaz, vitalista, a la que siempre vimos superar cuantos obstáculos se cruzaron en su intensa vida sentimental.
Fue novia primeriza de Miguel Bosé. Se conocieron durante el rodaje de un videoclip del cantante, en el que Ana oficiaba de protagonista. Sellaron una romántica amistad y un amor ¿sólo platónico o hubo más entre ellos?, que duró un par de años. Más experimentada como mujer se relacionó íntimamente con el jugador internacional del Real Madrid, Fernando Martín, trágicamente muerto en 1989 cuando llevaban dos años de apasionado amor. "Fue el hombre de mi vida", ha repetido muchas veces Ana Obregón. Un año después entró en su vida un "playboy" de noble ascendencia, Alessandro Lecquio, con el que tuvo al niño bautizado con el nombre del progenitor. No pudieron casarse porque la anterior esposa del avispado seductor, Antonia Dell´Atte, se negaba sistemáticamente a otorgarle el divorcio. Y tras cuatro años de convivencia, mientras el falso conde le ponía los cuernos, Ana Obregón explotó y lo echó de casa. Ahora, tras las muchas trifulcas del pasado y mutuas acusaciones, han vuelto a estar en contacto para seguir la evolución dl cáncer de su hijo.
Los siguientes amores de Ana Obregón tampoco llegaron a buen puerto. Con el as madridista Davor Suker se llevó estupendamente; él era educado, paciente. Pero al dejar el club blanco para marcharse fichado por un club inglés, "si te he visto, no me acuerdo". Y Ana, en el mejor momento de popularidad como actriz con la serie televisiva Ana y los siete, escrita y protagonizada por ella, se enamoró en la vida real de uno de sus compañeros, Micky Molina. El hijo del cantaor Antonio Molina, con un bagaje de "ligues" y parejas digno de un "donjuán" acreditado, no tardó en conquistarla. Hasta que una noche, a las puertas de la casa de Ana, dentro de un coche, unos reporteros los sorprendieron en pleno desfogue erótico. Los "flashes" restallaban en los cristales del vehículo mientras Ana se tapaba el rostro. Pasados unos días, ella reflexionó, acusando a Micky de haber avisado a unos "paparazzi" en provecho propio, pactando una exclusiva, de la que ella no se benefició. Y mandó a hacer puñetas al vivales de Micky.
El siguiente romance de Ana Obregón tuvo menos recorrido, pues su pareja era un polaco sin oficio ni beneficio, al menos en su devenir en Madrid, llamado Darek, que decía ser escritor, y acabó dejando a Ana por una hija de José Luis Uribarri, Susana, que pasó a tenerlo de amante y de representado durante una breve gira por los programas basura del corazón televisivo. Lo que le pasó a la Obregón después fue digno de un capítulo de fotonovela. Con su fijación en futbolistas del Real Madrid, que debe ser su equipo preferido, dio en admirar a David Beckham, estrella del club merengue. Pero más que por sus goles, resaltando su indiscutible atractivo físico. Se encontraron en el hotel Santo Mauro, de los más elegantes de Madrid, donde el inglés vivía con su mujer, una de las Spice Girls. ¿Hubo o no hubo roce físico entre Ana y el guapo David? La Obregón alabó públicamente la imagen de un Beckham desnudo de cintura para arriba, tapándose sus partes pudendas con una toalla. ¿Cierto o lo había soñado? ¿Lo vió así, saliendo de la ducha con todo su esplendor al aire? Entró en liza la muy cabreada mujer del ídolo: "Lo que quiere esa es hacerse famosa a costa de mi marido". Ana Obregón ya era suficientemente conocida y más que aspirar a aprovecharse del jugador en sentido publicitario, sus deseos eran otros, imagínense cuáles. Pero aquello fue flor de un día.
Y, entre medias de esa minibiografía sentimental de Ana Obregón no nos resistimos a despedirnos con el colofón de una anécdota, relatada por ella misma. Sucedió cuando Robert de Niro vino a Madrid a promover el estreno de su estupenda película Toro salvaje, a cuya rueda de prensa, digamos de paso, asistimos muy cerca del astro norteamericano, muy amable y extravertido. Por la noche hubo una cena y Ana Obregón fue invitada por el distribuidor de la película en España. Naturalmente Ana se acercó al ídolo, coqueteó brevemente con él, y sin cortarse un pelo le pidió su número de teléfono. Tiempo después, Ana viajó a Nueva York, consiguió una cita con Bob, pues así llaman a De Niro sus amigos. Cenaron, se acostaron… pero dicho por la propia Ana, "no hubo nada más" entre ambos. ¿Gatillazo del galán? No. Parece que Ana, besos, arrumacos, tocamientos aparte, no le dejó "culminar la faena". Se dijeron adiós y nunca más han vuelto a verse. Cosas, ya decimos, de quien de niña era conocida en casa, repetimos, como "Antoñita la Fantástica". Para quien, los que la conocimos y entrevistamos muchas veces (hasta compartimos un almuerzo en Casa Lucio con ella y Bio Derek, su buen amiga) le enviamos nuestro aliento y deseos de que su hijo salga adelante en su dura lucha.