Madrid, segunda mitad de los años 60. La discoteca de moda, sita en la plaza del Callao, era J.J, siglas que el dueño del local, un empresario del Rastro, concertó con Juan Pardo y Junior, que estaban en candelero como dúo musical: no cobraban por cederlas, pero se beneficiaban publicitariamente y además, tenían ventajas a la hora de tomar consumiciones. Por allí iba casi todas las noches el gurú entonces de los comentaristas, o disc-jockeys, un bigotudo bilbaíno que vestía camisas de color rosa, recién llegado de Londres: José María Íñigo, que se casó con una pintora brasileña, Josette Nahmias, de la que luego se separó. A su alrededor pululaban cantantes, músicos, gentes de la farándula. Una lámpara modernísima en el centro de la sala desplegaba ráfagas luminosas. Y en la tarima del escenario danzaban al son de las últimas novedades pop llegadas de Inglaterra un par de go-gós. Una de ellas, rubia, de largas piernas, en short muy ceñido, era la futura Bárbara Rey, que entonces respondía a su nombre familiar: Marita. Pronto la conocimos.
En su carné figura como María García García, natural de Totana (Murcia) nacida el 2 de febrero de 1950, lo que nos recuerda que este domingo cumple setenta años. Dejó a su familia cumplidos los dieciséis, y a un novio llamado Nicolás, parece que el primer hombre de su ya intensa vida sentimental. Se instaló en Madrid en un apartamento compartido con una amiga. Su ambición era ayudar económicamente a su modesta familia y, de paso, labrarse un porvenir como modelo, actriz, bailarina o cantante. Poco a poco fue apareciendo en revistas frívolas, mostrando sus encantos, o en apariciones fugaces en el cine, con idénticas premisas: era necesario que apareciera con muy poca ropa, o ninguna. Llegada la época del destape, fue una de las pioneras. La eligieron Miss Madrid, sin ser del Foro, y por una imprevista carambola sustituyó a una gaditana que, siendo Miss España no pudo acudir a la elección en Londres de Miss Mundo: Bárbara Rey quedó entre las quince finalistas. Y cuando en verdad su nombre empezó a interesar tanto por las bondades físicas como por su habilidad en los papeles de bailarina y presentadora fue en el programa de televisión Palmarés, año 1976. Grabó un par de discos, logró mejores papeles en la pantalla, brilló como estrella de revistas musicales y el resto de su currículum artístico lo eludimos por ser ampliamente conocido, aunque nos refiramos en adelante a algunos capítulos de su vida profesional relacionados con sus amores, asunto del que pasamos a tratar.
Alain Delon, cada vez que viajaba a Madrid, procuraba tener alguna amiguita que le hiciera agradable su estancia. Y una de ellas fue Marita. Como la murciana no tenía un pelo de tonta buscaba la ocasión para que algún reportero gráfico "descubriera" a la pareja, como sucedió, por ejemplo, una noche en la que el galán francés salía del brazo de nuestra protagonista tras acudir a un tablao flamenco, Café de Chinitas, y rematar la velada encamados. Aquella Marita García, ya pronto se iría haciendo popular para los lectores de las revistas rosas, al tiempo que sus apariciones televisivas iban convirtiéndola en un rostro familiar con sus envidiables piernas. El realizador de Palmarés, Enrique Martín Maqueda, se interesó por ella y la eligió como protagonista de un bodrio cinematográfico que rodó en 1977, Me siento extraña, donde lo único que destacó como pieza de escándalo fue una secuencia lésbica junto a una inimaginable Rocío Dúrcal que, en sus horas bajas, sin trabajo, sin los consejos de su descubridor Luis Sanz, con el que había tarifado, aceptó aquel inmundo personaje de lo que ella y su marido, Junior, se arrepentirían toda la vida. De lo que no teníamos duda alguna es de la femineidad de Marieta. Tampoco entonces en ese sentido de Bárbara Rey, aunque con los años, ya en tiempos más cercanos, ella misma confesó haberse acostado una noche con una mujer. La periodista Chelo García Cortés no se cortó un pelo en el mismo programa de Telecinco, corroborando lo dicho. Y además, la artista pimentonera confesó a la vasta audiencia que, ya casada con Ángel Cristo pasó una divertida velada con otra pareja, una periodista y un presentador (¿acaso Chelo y su exmarido José Manuel Parada? ), a los que se unió un socorrista. Un ménage… a cinco. Parece que el socorrista tuvo un papel destacado en aquel juego erótico.
Continuando con las experiencias sentimentales de Bárbara Rey llegamos al año 1977, cuando la vedette se encontraba actuando en el teatro Victoria de la Ciudad Condal al frente de su espectáculo "Barcelona es Bárbara". Cierta noche, entre los espectadores, se encontraba uno de los jugadores más carismáticos de la plantilla del Barça, Carlos Reixach, quien atraído por la estrella fue a felicitarla a su camarín. Entre ambos surgió en seguida ese chispazo que surge entre futuros enamorados. Fijaron una cita y otra y otra y otra… Por supuesto compartiendo besos, abrazos y lo demás en la intimidad. Y cuando Bárbara regresó a Madrid la figura del rubio y atlético delantero seguía acelerándole el corazón. Con ocasión de una visita del club azulgrana al campo del Real Madrid, Reixach y Bárbara volvieron a encontrarse en una discoteca, a media luz, dándose el lote padre. Un avisado reportero tomó imágenes de aquellos momentos. Parece que Bárbara no era ajena al chivatazo que había recibido el fotógrafo. Cuando las revistas dieron cuenta a la semana siguiente del asunto, se armó la marimorena en el club catalán. Pero es que Reixach tenía novia, Silvia Itoiz, e iba a casarse pronto con ella. ¿Qué excusas le daría Carlos a su prometida? Después de aquello se deslizó la especie de que futbolista y vedette volvieron a verse y que hubo entre ambos más que palabras. Ella lo acusó de agresión física. Y allí acabó para siempre aquel romance, aunque Bárbara Rey diría que uno de los tres grandes amores de su vida fue… Carlos Rexach, ya cuando éste se había felizmente casado con la mentada Silvia.
Como quiera que Bárbara Rey seguía concitando más expectativas masculinas, hubo otros hombres que se fueron acercando a ella, atraídos por su espectacular físico. Uno de ellos fue Peret, que le puso los cuernos a "su Santa", la esposa gitana que siempre lo esperaba en el hogar al regreso de sus giras rumberas, sin presentir que de vez en cuando la engañaba. Era la época en la que Bárbara había subido de cotización en sus contratos y vivía en un lujoso piso de la avenida de Arturo Soria, en Madrid, donde la visité en cierta ocasión. Y allí también pasó muy buenos ratos Francisco Rivera Paquirri. Estando ambos en el lecho compartiendo arrumacos dieron en llamar por teléfono a Lolita, con quien el torero vivía por entonces, año 1979, un prometedor idilio que la hija de la Faraona pensaba iba a terminar en boda. Y no. Porque Paquirri ni quería dar un paso adelante con esta última y mucho menos con Bárbara Rey, con la que sólo pensaba pasar buenos ratos. A ésta le importaba poco eso de casarse o no con el diestro, aunque le gustaban mucho sus ojos verdes y otras cosas.
No hay constancia de que tuviera luego otro amores relevantes, pero dio la campanada casándose bajo la carpa de un circo, en Valencia, con el domador Ángel Cristo, año 1980. Yo había conocido a éste cuando estaba casado y luego ya viudo y en ningún momento le descubrí veleidades algunas con el juego, la bebida y las drogas: estaba siemptre en riesgo su vida metido en la jaula de los leones. Al principio de aquel matrimonio todo fueron días de vino y rosas, de felicidad compartida tanto en la lujosa caravana cuando estaban fuera de Madrid o en su vivienda de La Moraleja. Ángel había conseguido un patrimonio importante, dinero, popularidad entre su gente: lo querían, lo admiraban en la familia del circo. Pasados los años, aquel matrimonio entró en barrena, a ella le dio por visitar asiduamente los casinos, él la seguía como un corderito, perdieron millones y él, entre la amenaza de quedarse arruinado y manteniendo broncas con Bárbara, a la que llegó a maltratar, acabó siendo un muñeco roto, víctima de las drogas. Que lo llevarían a la muerte. Ya en 1989 vivían separados después de tener dos hijos, Ángel en 1981 y Sofía en 1983. De esa relación, lo único que puede decirse favorable sobre Bárbara es que se adaptó a la vida sabida errante, de las gentes del circo, que trató de aprender los trucos de la doma de elefantes, y era consciente de que su nombre atraía en las taquillas, sin demérito del trabajo de Ángel Cristo como domador. Bárbara confesó en otro de esos programas nocturnos de los sábados en Telecinco que había perdido millones en la ruleta. Ése fue su gran vicio. Menos mal que no cayó en la droga como su marido. Hasta sus hijos iban a veces a conseguirle esas sustancias que él les demandaba, ya como un guiñapo, cuando había sido una figura mundial como domador.
Bárbara quiso a su marido, pero una buena amiga de ella diría que más que amor, en él encontró al hombre que necesitaba para estabilizarse, crear un hogar y ser madre. Un hogar atípico, desde luego, dada la personalidad de ambos. Y cuando se dijeron adiós ella buscó abrigarse en otros brazos, hombres que pasaron por su vida sin ninguna proyección pública, como el tenista Frank Frances o un inglés llamado Simon. Bárbara Rey necesitaba amar.
Luego está su historia más secreta hasta que en 2017 ya no pudo esconderse: la que la relacionó con don Juan Carlos de Borbón, siendo aún rey de España, de la que Bárbara sacó buena tajada económica, tan elevada, que no creemos ganara nunca en su devenir artístico. A cuenta también de problemas, amenazas, y miedo en el cuerpo. El CESID estaba al cabo de esos amores ocultos. Y ella quiso protegerse en su chalé montando un sofisticado equipo de imagen y sonido adquirido en "La Casa del Espía", un establecimiento especializado de la madrileña calle de Alcalá, con el que grabó infinidad de escenas de alto voltaje erótico, algunas de las cuáles llegaron a difundirse por televisión. Algo inimaginable tiempo atrás cuando la Familia Real parecía tener todas las garantías de intimidad. De alguna manera, Bárbara fue, directa o indirectamente protagonista del principio del fin de la caída del monarca, antes de la física que sufrió en Bostwuana, y cuando nada se conocía de sus vinculaciones con la tan traída y llevada Corinna ni el yerno Urdangarín estaba investigado. ¡Quién iba a decir que aquella Marita de mediados los años 60 que yo conocí como go-gó girl estaría vinculada tan estrechamente al Rey de España!
Separada, divorciada, madre de dos hijos, luego viuda, Bárbara Rey no dejó nunca de ser un personaje habitual de las revistas del corazón y las televisiones. Siempre pasando por caja, y administrando muy bien sus confidencias a cambio de sustanciosos cheques. Así ha seguido la vida de esta hija de Totana, que se despidió del cine en 2017 y prácticamente ya de toda actividad artística. Abuela desde ese mismo año de una niña, hija de Ángel Cristo junior. Y aunque todavía mantenga su altanera personalidad, excesos verborreicos y también un físico admirable en estos setenta años que cumple, no tiene en el futuro ninguna perspectiva que pueda interesarnos. Si se enamora otra vez, seguro que en seguida nos enteraremos, pues pocas veces en su vida ha sabido callárselo, pero sí obteniendo su contraprestación en forma de publicidad o de talón bancario. Es su vida y es muy dueña de ella. ¡Felicidades, Marita!