En las páginas semanales de las revistas del corazón aparece frecuentemente fotografiado en las fiestas sociales. A veces, solo; de vez en cuando en compañía de su mujer, con la que tiene tres hijos aunque que se sepa no están casados. Habitual en esos photocalls, como llaman desde hace algún tiempo a los que se detienen ante los reporteros gráficos, teniendo detrás un cartelón donde se anuncian las firmas patrocinadoras que los ha invitado a esos eventos.
Nos estamos refiriendo a un matador de toros, Óscar Higares, que ahora se gana la vida como modelo y actor. Contar con un torero en cualquiera de esos cócteles o cenas constituye una nota de color, un atractivo entre quienes acuden, que suelen pertenecer al mundo artístico, los negocios o, en general, personajes conocidos o de cierta relevancia al menos social. Gente guapa, para entendernos coloquialmente. Grupo en el que está incluido este diestro espigado, de agraciado rostro, moreno y con los cabellos ensortijados. Vamos, lo que se dice un galán.
Nacido en Madrid en el verano de 1971, Óscar José García García es hijo de un matador de toros salmantino que, a pesar de su valor y arte, se retiró tempranamente, apodado Higares como después su hijo, en razón al lugar del que proceden sus ancestros taurinos. Tampoco el actual Óscar Higares ha conseguido mantenerse en los carteles después de treinta años en los ruedos. Se retiró en 2011, con una biografía notable, insuficiente para alcanzar los primeros puestos del escalafón. Y eso que triunfó en muchas plazas, incluyendo Las Ventas. Doy fe como aficionado que ha sido un gran torero. Pero su profesión es muy difícil y quienes manejan el negocio no atienden salvo a los que llenan los tendidos. Por eso tuvo que dejar de vestirse de luces, mantener su afición participando en algunos festivales y tentaderos y, partiendo de su atractivo físico ir ganándose la vida como modelo y actor.
Toreros que hayan rodado películas han sido más de medio centenar, pero con argumentos siempre sobre sus vidas en el redondel. Quizás el único que, al retirarse muy pronto rodó nada menos que ochenta y siete películas fue un gitano madrileño que se anunciaba como Rafael Albaicín, aunque llamado Rafael García Escudero; ahijado del gran pintor Ignacio Zuloaga, que lo inmortalizó en un conocido retrato vestido de luces. De ahí le vino quizás su vocación, y llegó a tomar la alternativa en 1943 al lado de Cagancho y Gitanillo de Triana, dos leyendas calés. La corrida del miedo. Albaicín era muy pinturero, pero medroso. Se cortó la coleta muy pronto. Como hablaba francés e inglés, era culto, tocaba el violín y el piano, y poseía una estampa física de indudable fotogenia, no le fue difícil aparecer en su primera película, allá por 1939, La Dolores, que protagonizó Concha Piquer. Aunque con papeles cortos y a veces meramente episódicos, -actor de reparto lo consideraban-, reunió ochenta y siete títulos en su filmografía, entre ellos El Cid y Lawrence de Arabia, amén de muchos otros filmados en el Oeste almeriense y algunos capítulos de la serie televisiva Curro Jiménez. Se despidió de su faceta cinematográfica en 1981, año en el que falleció en el pueblo serrano de Guadarrama, donde atendía una modesta tienda de comestibles.
Óscar Higares ya hemos citado que estuvo muchísimo más tiempo que Rafael Albaicín con el entorchado de matador de toros, desde que con catorce años quiso proseguir los mismos pasos que su progenitor quien como no había tenido fortuna en el toreo tuvo que ponerse a vender cartones en un bingo. De familia humilde de un barrio obrero madrileño, su madre era peluquera. Y él mismo, al no ser buen estudiante, se puso a trabajar, porque había que aportar algún dinero en casa: lo mismo descargando camiones de melones, vendiendo patatas o como aprendiz en una tienda de electrodomésticos. Y al dejar los toros, Óscar Higares se las compuso para no dejar en la calle a su familia, ya teniendo una mujer y con el tiempo, tres niñas.
Ella se llama Sandra Álvarez, muy guapa, tanto como su hermana, Ana, muy cotizada en el mundo de la moda. Las hijas se llaman India, Martina y Chloe, nombres nada convencionales. La pareja lleva más de quince años unida pero, salvo que uno haya errado en sus investigaciones, no se han casado. Él dice que son matrimonio. No tenemos por qué llevarle la contraria. Se quieren y forman una agradable familia. Óscar es afectuoso, muy correcto en el trato y se gana la simpatía de todo aquel que lo conoce. Ilusionado por todo cuanto emprende, bromea cuando comenta: "No sé lo que quiero ser de mayor". Porque actor profesional, no lo es; ni tampoco modelo. Sin embargo, ahora vive de ello muy dignamente.
Fue en 2006 cuando aceptó participar en un concurso de aficionados a los monólogos en televisión, que ganó, emitido en El Club de Flo. Eso lo animó para posteriores incursiones en la pequeña pantalla, como el programa ¡Mira quien baila!, al año siguiente. Y, sucesivamente, en las series Yo soy Bea, Bandolera, Víctor Ros, Gigantes (en el personaje de Cara Caballo). Y entre medias, La hora de José Mota, para tomar parte en el programa Supervivientes, donde un torero valiente como él tuvo que amoldarse a muy duras experiencias para sobrevivir, lo mismo que aportó buen humor y aplicación en 2018 al intervenir en MasterChef. Su más reciente incursión en la pantalla ha sido el año pasado en Si yo fuera rico, película que ha tenido excelentes recaudaciones, la tercera entre una decena consideradas las más taquilleras.
Óscar Higares oficia de galán en esos cometidos, lo que le ha facilitado asimismo ser contratado como modelo desde que debutara en la pasarela Cibeles. No tiene inconveniente en asegurar que tiene muchas admiradoras, pero también gays , aunque él no haga caso de los piropos. Tan bien le va en esas facetas que ha sabido emprender con sus ganancias algunos negocios en Tarifa y otro relacionado con una línea de joyas.