Cuando Ana Castor fue amante del banquero Alfonso Fierro
La actriz Ana Castor es lo que ahora definiríamos como una "socialité".
La reciente muerte del cantautor Patxi Andión en accidente de coche en carretera me ha traído a la memoria el nombre de su madre política, Ana Pliego, que en su época de actriz aparecía en los repartos con el seudónimo de Ana Castor. La conocí en 1967 durante un cóctel en el que se presentaba el inmediato rodaje de una película, Persecución hasta Valencia, cuyo protagonista era Tom Tryon, aquel apuesto actor de El cardenal, ya en sus horas bajas. Ana Castor era una de las principales actrices de ese filme policíaco, que no pasaría precisamente a la historia del género. Ana no había intervenido hasta aquella película, que curiosamente pondría fin a su carrera, en repartos importantes.
Por su físico, rubia oxigenada, prominente busto, llamativas caderas y rostro atractivo e insinuante en la mirada, le proporcionaron papeles de mujer fatal, siempre "sexy". De las cerca de veinte cintas en las que tomó parte, apenas ninguna de ellas merecieron el interés de la crítica, desde que en 1960 debutara en la pantalla con Labios rojos, a la que siguieron El sádico barón von Klaus, Marc Mato, agente 077, Miss Muerte, Los buenos samaritanos, Soy leyenda, Un día después de agosto... Ana Castor recordaba desde luego haber sido dirigida por Dino Rissi en El Parasol.
Los modales de Ana Castor eran los de una mujer de mundo, seductora siempre, de interesante conversación, nada vulgar. Siempre que volvíamos a encontrarnos en algún evento social recordábamos aquella entrevista que le hice, la única desde luego, donde me quedó claro que, a pesar de sus inquietudes artísticas, su ambiente era otro. Ahora se han inventado un vocablo, "socialité", para designar a aquellas señoras que aparecen a menudo en las páginas de ¡Hola!, a veces sin profesión definida, pero ejercen con su atractivo una función calificada con otro término de moda, "influencer": galicismos, anglicismos para significar lo que antes era simplemente una dama de la buena o alta sociedad. Porque en ella estaba incluida Ana Castor hacía tiempo, desde que se separó de su marido y se convirtió en la acompañante habitual, la compañera, la amante de un conocidísimo banquero: Alfonso Fierro.
Cuando a Ana Castor sólo la conocían poco más que su familia, sus amigos y los despachos de algunos productores, estaba casada con un curioso personaje que atendía a la identidad de José María Monís, activo sindicalista que se ganaba la vida en el cine y luego en Televisión Española como asistente de dirección. Alto, elegante, de cabellera blanca, no pasaba inadvertido, entre otras cosas por sus ademanes. Ana tuvo con él una hija, Gloria, quien tras vivir un rápido noviazgo con el torero Palomo Linares se casó con Patxi Andión, el cantautor madrileño pero siempre navarro de corazón. Las diferencias entre José María Monís y Ana Castor, cuando él frecuentaba otras amistades, se hicieron evidentes cuando ella lo dejó para caer en los brazos de un ya maduro Alfonso Fierro, prohombre de la banca española, que presidió los destinos del Ibérico y después del Central, y era considerado un personaje muy destacado durante los años del franquismo.
Que Alfonso Fierro estuviera casado con Trinidad Jiménez Lopera y tuviera varios hijos no era óbice para que se exhibiera junto a Ana Castor. Era público y notorio que formaban pareja fuera del matrimonio, aunque Ana Castor vivía sólo con Gloria, su hija, en un confortable piso de la avenida de Islas Filipinas, en Madrid. Entonces no había divorcio, y tampoco Fierro quería deshacer su unión matrimonial. Nada les importaba aparecer juntos en infinidad de reuniones sociales, viajando a menudo por Marbella, Montecarlo, París y cualquier otro lugar cosmopolita. La vida de Ana Castor era la de una mujer con la vida resuelta gracias a su unión extramatrimonial con el mencionado banquero, que la llenó de joyas, pieles, vestidos de Alta Costura, proporcionándole una existencia sin problemas económicos. La hija que tuvieron en común, Alexandra, que vino al mundo en Ginebra, significó para ambos la consolidación del amor que se profesaban.
La conocí cuando debutó en el teatro. Ni qué decir que sus padres le proporcionaron cuanto ella pretendía: ser actriz, y para ello siguió unos cursos, carísimos, en la academia del Actor Studio que dirigía el afamado Lee Strasberg en los Estados Unidos. Tras varias experiencias escénicas, demostrando que tenía facultades, Alexandra dejó su profesión o al menos en España no volvimos a aplaudirla en ningún teatro. Acerca de su primera hija, Gloria Monís, siempre recatada, de excelente educación y trato afable, tímida, estuvo siempre enamoradísima de Patxi Andión, convirtiendo a Ana Castor en abuela de tres nietos. Se visitaban a menudo. El cantante vivía en un lujoso piso antiguo frente al Palacio de Oriente, en tanto Ana Castor habitaba en otro no menos amplio y llamativo, cercano al parque del Retiro. Acusó dolorosamente la desaparición de Alfonso Fierro, en la primavera de 1998, a le edad de setenta y nueve años. En los últimos tiempos, ya afectada por el denominado "mal de Alzhéimer", se fue a vivir a un piso más reducido, atendida por varias enfermeras, con la preocupación constante de sus dos hijas. Probablemente ni se haya enterado de la muerte de Patxi Andión, su querido yerno.
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