Silvia Aguilar: de "chica Bankinter" a vampira destapada
Silvia Aguilar surgió de un concurso de radio y consiguió superar la etapa del destape. Fue una buena y desaprovechada actriz.
Los deseos de muchas jovencitas en los años 70 eran ser modelos, actrices o cantantes, pero cuando a algunas se les presentaba alguna oportunidad, terminaban en situaciones no previstas, que, en el caso de las actrices novatas, significaba desnudarse ante las cámaras, aquellas que no encontraban otros medios para sobrevivir. Uno de esos casos fue el de la ilicitana Silvia Aguilar, que ya de adolescente mostró un gran interés en funciones infantiles de teatro. Había nacido en 1959 y con dieciseis años La Voz de Alicante, emisora de gran difusión en el área levantina, la eligió "Chica 74", concurso para promover jóvenes valores, lo que le posibilitó intervenir en un programa radiofónico.
Puesto que ambicionaba llegar más lejos decidió marcharse a Barcelona, con gran disgusto de sus padres. Se matriculó en una academia de maniquíes, trabajó de modelo y participó en un "spot" junto a Antonio Ferrandis, lo que a la neófita produjo gran ilusión. Se trataba de anunciar una importante entidad. Como quiera que aquello tuvo difusión nacional, a Silvia Aguilar comenzaron a identificarla como "la chica Bankinter". Quien dirigió el anuncio fue nada menos que Jaime de Armiñán. Ya se sabe que importantes realizadores cinematográficos, en épocas en las que no dirigen películas, se ganan muy bien la vida en cometidos publicitarios. Jaime proporcionaría más adelante la oportunidad de aparecer en uno de sus filmes. Aquel "spot" bancario llamó la atención de Chicho Ibáñez Serrador, quien necesitaba urgentemente cubrir la ausencia de Victoria Abril, azafata de Un, dos, tres..., repentinamente contratada para una película.
Y Silvia Aguilar fue su sustituta, aunque únicamente para tres programas, cada uno de los cuáles le fueron satisfechos con siete mil pesetas. Y, como en el mismo caso de Victoria, a la alicantina le propusieron debutar en la pantalla, a través del agente artístico que había elegido para representarla. Y éste, tras obtener el preceptivo documento del permiso paterno, puesto que la joven aspirante al cine era aún menor de edad, y con el sólo fin de ganarse su acordado veinte por ciento, le consiguió un papelito en cierta película para olvidar donde tuvo que salir en bolas. Ingenua, Silvia apenas se percató del guión que le entregaron. Lo pasó muy mal cuando tuvo que desnudarse. Ya no se podía echar atrás: estaba su firma estampada en el contrato con su agente. Quien, ya dado aquel primer paso, convirtió a Silvia Aguilar en una habitual del despelote en el cine entonces en boga durante la década de los 70. He aquí unos cuantos títulos, entre los cerca de treinta que rodó en su faceta cinematográfica: Trampa sexual, Alicia en el país de las maravillas, Las chicas del bingo, Niñas, al salón, Historia de S, Bellas, rubias y bronceadas, Queremos un hijo tuyo (donde se encamó con Fernando Esteso, que se disfrazaba de fraile), La sombra de un recuerdo... En bastantes de esas cintas, los personajes de Silvia Aguilar eran inconsistentes, frívolos, de "starlettes", con la obligación de quitarse la ropa viniese o no a cuento, porque "las exigencias del guión" de tales engendros eran de ese tipo.
Inútil que Silvia lamentara que de nada le servían algunas lecciones de arte dramático que le habían impartido profesores de la talla de William Leyton y Dina Roth (madre de la excelente actriz Cecilia Roth). Se reconcilió un poco consigo misma y la profesión elegida cuando le ofrecieron papeles en unas cuantas películas de terror y suspense, una de ellas, El retorno del hombre lobo que, dirigida por Paul Naschy está considerada, como creo haber apuntado alguna otra vez, "de culto", por cinéfilos incluso del extranjero, aficionados al cine gore. Paul, seudónimo del asimismo actor Jacinto Molina, que dejó el negocio familiar de unas conocidas peleterías madrileñas, la tuvo a sus órdenes en otros filmes de parecido corte.
Silvia Aguilar ya estaba más contenta, aunque sus papeles fuesen los de vampira, que precisaban de largas sesiones de maquillaje y caracterización, con afilados dientes postizos. Entre medias de los referidos trabajos cinematográficos, cuando se iniciaba en ellos, también prosiguió su faceta televisiva, como azafata de Sumarísimo, aquel programa de Televisión Española cuyo realizador era el rumano Valerio Lazarov, "míster Zoom". Esas apariciones contribuyeron a que el nombre de Silvia Aguilar se fuera haciendo conocido, junto a sus portadas en Interviú, Party, Garbo y Fotogramas, donde ya tenía asumidas las características de las fotografías, mostrando sus encantos íntimos, más o menos explícitos. Ya acostumbrada en el cine a aparecer frontalmente sin nada encima. La última de esas publicaciones citadas llegó a compararla físicamente con la ya muy reconocida estrella Ángela Molina, lo que en Silvia, cada vez que se repetía el aserto, iba produciéndole un regusto especial por un lado, y por otro, la sensación de que aún no había triunfado por méritos propios. Ese complejo de sentirse algo disminuida como actriz le acompañó hasta casi su retirada. Lo había intentado, incluso con rodajes en Francia, Italia y México. Tuvo oportunidad de hacer una gira con la compañía Tirso de Molina, que dirigía el manchego de Campo de Criptana Manuel Manzaneque (desde hace cuarenta años retirado de la escena, cosechero de vino de una acreditada marca), representando el drama de Buero Vallejo El tragaluz. Más tarde se fue a vivir a Ginebra, donde intervino en algunas coproducciones cinematográficas suizo-francesas. Luego montó una compañía amateur de teatro, que dirigió, poniendo en escena obras de García Lorca y de autores contemporáneos. Recibía una subvención de un organismo oficial español. En esa época se enrolló con un actor suizo. Hasta que optó por decir adiós a su carrera artística. Reemprendió los estudios de Ciencias Económicas que había abandonado en Elche, su ciudad natal, trabajó de secretaria en una entidad bancaria suiza unos años a partir de 1982. Regresó a España, volvió a su "terreta" con nostalgias mediterráneas y se casó en 1992 con Jacinto Rodríguez, director de una sala de arte. Tiempo más tarde eligió Barcelona para emprender un negocio inmobiliario.
Manifestaba ser así muy feliz, sin añoranzas de su pasado, aunque recordando que había tenido la suerte de trabajar con buenos directores y actores como José Luis López Vázquez, Alfredo Landa y actrices internacionales de la talla de Alida Valli o la "sexy" Capucine. Fue una actriz desaprovechada, sin duda alguna, para empeños más importantes, pese a que se desquitara en el último tramo de su profesión con las antes referidas representaciones escénicas. Su vida en adelante ha estado dedicada a sus tres hijos y a su nueva faceta empresarial.
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