Esta historia del hijo de Curro Romero, de la que ya ha aparecido en Chic un extracto del reportaje publicado en la revista Pronto en su último número, no exclusiva como asegura la publicación pues no es tal, aunque haya merecido la atención de diarios de información general y otros medios. Si se me permite que lo cuente en primera persona quedará probado que en el mes de junio de 1989 ya fue publicada en la revista Semana, por este menda, a cuya redacción yo pertenecía desde bastantes años atrás. Luego de exclusiva, nada de nada. Mas resultaría ridículo que a estas alturas quisiera colocarme una medalla por uno de tantos reportajes con mi firma.
Si ahora me ocupo del caso es para fijar algunos puntos que entonces salieron a la luz pública. El 9 de junio de 1989 Curro Romero fue gravemente herido en la plaza de toros de Aranjuez. Un muchacho moreno, alto, llamado José Antonio Arias García se paseaba nervioso por los pasillos de la madrileña Clínica Nuestra Señora de Loreto (donde nació nuestro Rey, Felipe VI). Aquel joven sólo pretendía interesarse por el estado del torero, que allí se fue reponiendo de la cornada. Y su visita era porque aseguraba ser el hijo del llamado "Faraón de Camas". Así me lo aseguró cuando, tres días después vino a verme a la redacción, situada entonces en el ya extinguido nombre de paseo de Onésimo Redondo, 22. De aquel encuentro condenso lo más importante de la conversación. Cuanto allí se publicó no fue objeto de réplica alguna de nadie. Por algo sería... Dos años duró la relación de la madre de José Antonio Arias con Curro Romero, siempre siguiendo cuanto me aseveró aquél.
Llamada María del Carmen Arias García, actuaba en la sala de fiestas Pasapoga, de la Gran Vía, residiendo en el número veintitantos de una pensión cercana, a apenas trescientos metros, en la calle de Hortaleza. Allí tuvieron lugar, según le contó su madre a José Antonio, los encuentros amorosos con Curro Romero. Ella era morena, de cabellos negros que le caían en cascada hasta la cintura. Corría el año 1958 y Curro ya había triunfado en la Monumental de Las Ventas. Con el rostro de piel algo aceitunado, por lo que algunos equivocadamente lo creían gitano, María del Carmen cayó rendida a sus pies, arrebatada porque era guapo, buena persona, creyéndolo serio y responsable. Aún no era la figura que mediados los 60 comenzó a ser. Despidióse de ella en aquella pensión porque se iba a "hacer las Américas", en su caso al Perú, a la muy importante feria de Quito, la del Cristo de los Milagros. A su vuelta, Curro pasó de nuevo a ver a la bailarina, quien me contaba José Antonio, se echó en los brazos del torero, con estas palabras: "¡Te quiero y deseo casarme contigo!". Estupefacto, sin saber qué decir, Curro se excusó con una frase muy habitual en las gentes que se visten de luces: "No puede ser, Mari Carmen... Compréndelo. Yo estoy 'casado' con los toros...". Lo que aumentó el desconcierto del sevillano de Camas fue esto: "Es que Curro... es que... ¡estoy embarazada!". A partir de aquel último momento la conversación entre ambos quedó cortada. Él se despidió cariñosamente y salió de la pensión conturbado, probablemente con la idea, como así fue, de que aquella mujer con la que pasaba buenos ratos ya no le convenía. A un torero, que no quería casarse, que estaba pendiente de sus contratos en los ruedos, aquel compromiso, si era cierto lo del hijo, le podría traer infinidad de problemas. Cortó por lo sano, se olvidó y María del Carmen, mientras tanto, tuvo que dejar su trabajo en la sala de fiestas y esperar el parto.
Sucedió el 27 de octubre de 1959 en la clínica madrileña de Santa Cristina, calle de O'Donnell. A la hora de inscribirlo en el Registro Civil, al niño le fueron impuestos los nombres de José Antonio y los apellidos de la madre soltera. Creció el niño sin saber quién era su progenitor. A los diecisiete años se enteró cuando pasaba unos días de vacaciones en la Costa del Sol. Contemplaron los carteles de una corrida en La Malagueta: "Mañana iremos a los toros, hijo". Estaba anunciado Curro Romero. Nada más hacerse el paseíllo, María del Carmen señaló a uno de los matadores: "¡Aquél es tu padre, José Antonio!", dirigiendo la mirada a Curro Romero. Desde tal tarde el propósito del muchacho fue acercarse al hombre que su madre le aseguró ser el autor de sus días. "Me enteraba de donde estaba anunciado y cuando me era posible iba a verlo torear. Conseguí estar frente a él en la residencia de Alcalá, donde se hospedaba los días de corrida en Madrid. Pero creyó que yo era un aficionado y me fue dando largas cada vez que nos veíamos. Incluso fui a ver si podía verlo cuando lo cogió un toro en 1981 en El Puerto de Santa María. Hasta que pasado un tiempo, dos años después, encontrándome en Málaga hablé con él por teléfono y me citó en Marbella, en el hotel Los Monteros. Por fin a solas pudimos hablar, paseando por la playa: "No me ha sido fácil llegar hasta ti porque eres Curro Romero y es muy difícil verte". Me habló de la relación que tuvo con mi madre así: "Yo conocí a una mujer llamada María del Carmen. Tuve un hijo con ella, pero no sé si tú eres aquel niño". Le saqué unas fotos que yo llevaba de mi madre en la billetera, se quedó fijamente mirándolas, reconociéndola como la mujer con la que había tenido un hijo. Me preguntó si no me importaba hacerme unas pruebas para probar si era cierta la paternidad de la que hablábamos. Tomó mis datos, prometió llamarme pero cuando quise volver a verle puso un montón de inconvenientes. Y eso que lo seguí en algunas corridas, incluso nos cruzamos un día en el Puente de Sevilla, en Triana y me dijo que tenía mucha prisa y no podía detenerse. Hablé con él por última vez en 1986. En el restaurante Belarmino, de Madrid, lo recuerdo muy bien, junto al hotel Alcalá. Le anuncié que iba a demandarlo, a lo que él me contestó que lo único que yo ambicionaba era dinero, que a él le costaba sudor y sangre ganarlo. Mi réplica consistió en decirle que nunca le habíamos pedido nada, ni un céntimo, ni mi madre ni yo y que lo único que pretendía era que me reconociera como hijo suyo. No hubo manera".
Condensemos el relato. Una vez que ya no volvieron a encontrarse, José Antonio Arias García inició los trámites judiciales para la demanda de paternidad, en contra de la voluntad de su madre. José Antonio se sometió a las pruebas en el Instituto correspondiente, en Sevilla. Curro no hizo acto de presencia para aportar las suyas y determinar el ADN. Pero al final los requerimientos del juzgado da la impresión de que no fueron atendidos por el demandante que, recién casado, se había ido de viaje de novios y cuando regresó a casa se encontró con un montón de cartas donde se le advertía de su presencia ante el juez. Y el caso, por aquella demora, quedó listo para sentencia, una vez cerrado el plazo de la vista. Curro Romero se vio entonces libre de cualquier acusación. Mientras tanto, la madre de José Antonio murió. Hace once años. Y es ahora cuando José Antonio García ha vuelto a ponerse en manos de un bufete con la esperanza de que la Audiencia Provincial de Sevilla reabra el procedimiento, recurriendo para que se juzgue si procede o no y se resuelva si el demandante es o no hijo de Curro Romero.
Atrás, quedan esos muchos años de lucha por conseguirlo, cuando el protagonista de esta historia un tanto sórdida acaba de cumplir el mes pasado los sesenta. Del ayer, recuerda haber hablado por teléfono con la primera esposa del diestro, con su hija primogénita y con la menor, Coral, a cuyo entierro asistió conmovido, en la seguridad de que era su hermana. Curro Romero había contraído matrimonio en 1962 con Conchita Márquez Piquer, hija de la gran Conchita Piquer, reina de la copla, y del matador de toros madrileño Antonio Márquez. Hija única que se casó muy enamorada. La mayor de sus hijas, Conchitín, la hizo abuela. La benjamina, Coral, falleció trágicamente en un accidente de coche en los Estados Unidos en 1986. Curro y Conchita se divorciaron en 1982. Hacía tiempo que hacían vida de separados, cada uno en habitaciones distintas.
Ella me concedió la exclusiva de su definitiva ruptura, contándome con pelos y señales las veces que Curro la engañaba, amén de que a veces se tiraba tres días seguidos de juerga con sus amigos flamencos. En su libro biográfico Yo misma, de 2017, no vacilaba en afirmar que el torero le puso los cuernos muchas veces, lo que dada su profesión podría dar lugar a chistes de mal gusto. Conchín, admirable mujer amén de gran artista, se portó con enorme generosidad al firmar los documentos de separación: solamente se quedó para sí el piso que habitaba con Curro para seguir allí residiendo, en el paseo de la Castellana, renunciando a lo que por ley le correspondía de bienes gananciales. Curro Romero, durante el tiempo que estuvo casado, amén de administrar un buen dinero, poseía valiosas propiedades inmobiliarias. Luego, la cantante se casó con el actor Ramiro Oliveros con quien tuvo una hija.
La vida sentimental del Faraón de Camas fue la propia de un ídolo del toreo, al que muchas mujeres se entregaban, cegadas siempre por ese brillo del traje de luces. Lo traté en diversas ocasiones: siempre me pareció, al margen de su biografía sentimental y taurina, un ser afable, muy tímido, de buen corazón, educado, parco en palabras, que sólo sacaba su vena divertida, cantando, jugando a las cartas en interminables veladas, con un reducido grupo de amigos e incondicionales. Porque le fastidiaban las fiestas de sociedad, el tumulto. Razón asimismo por la que concedía escasas entrevistas. A mí me permitió dos o tres, lo que yo consideraba un triunfo dado como las espaciaba. Y se lo agradecí siempre, resaltando aquí de nuevo su bonhomía. Tras su ruptura matrimonial con Conchita Márquez Piquer, mantuvo un largo romance con Ana Rosa Pidal, que dejó a su marido, el encantador Tomás Terry, para irse con el torero. En su entorno daba la impresión de que ese amor iba a ser duradero. Lo que no ocurrió porque Curro se enamoró de verdad de una encantadora dama, a quien todos los periodistas que la han conocido respetan y admiran por su excelente trato, su sencillez y su señorío. Me estoy refiriendo a Carmen Tello, hija del fundador del Banco de Andalucía, dueño de una gran fortuna, que comenzó a convivir con el maestro del toreo a partir de 1996. En la confianza de poder casarse por la Iglesia esperaron unos años, aunque Conchita no quiso darle a Curro ese gusto; aparte estaba otro problema, y es que Carmen estaba resolviendo su divorcio de Miguel Ángel Solís y Martínez Campos, marqués de Valencina, con quien fue madre de cuatro hijos. Al final, la boda civil pudo celebrarse siete años más tarde, 2003, en Espartinas no sin pocos días antes protagonizar Curro una "espantada", como si estuviera en la plaza, sintiéndose perseguido por los periodistas y abrumado ante el paso que iba a dar.
Carmen, trece años más joven que Curro, forma con él un entrañable matrimonio, con grandes amistades entre la aristocracia andaluza, como la que mantenían con la Duquesa de Alba. Carmen era frecuentemente su acompañante en los últimos años de vida de Cayetana. Curro Romero, que se retiró inesperadamente del toreo tras lidiar un festival en 1999, cuarenta años después de tomar la alternativa y matar más de novecientos toros, está pasando unos días complicados ante el eco informativo que ha avivado la llama de un asunto que ya creía olvidado. Sabiendo cómo le afectan asuntos que rompen su intimidad, Curro seguro que se apoya en Carmen, su mujer, para "capear" el temporal, término que para un diestro avezado con el capote como él, le será familiar. Sabiendo que las cosas de la justicia van muy lentas – recuérdese el caso de Julio Iglesias- no parece que vaya a dilucidarse pronto su pesadilla de si es o no legalmente el padre de Juan Antonio García, que de estudiar de joven unos cursos de Ingeniería Técnica Industrial viene ganándose la vida últimamente como pintor, especializado en el retrato. Ni qué decir que en su casa tiene en lugar preferente un cuadro donde aparece el rostro de Curro Romero muy bien conseguido.