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El día en que Peter Cushing lloró en mi hombro la muerte de su mujer

El legendario Peter Cushing se abrió en canal durante una entrevista en Madrid.

El legendario Peter Cushing se abrió en canal durante una entrevista en Madrid.
Peter Cushing en El esqueleto prehistórico (1973) | Cordon Press

Goza el género del terror en el cine de un buen momento. Hace unas semanas tuvo lugar el ya veterano Festival de Sitges especializado en ese tipo de películas; las que a menudo se ven en los canales de televisión. Quienes son aficionados a ellas seguro que no olvidan a sus intérpretes más conocidos, desde aquel legendario Bela Lugosi hasta otros como Peter Cushing, del que se han cumplido este año los veinticinco de su muerte en la localidad inglesa de Canterbury, víctima de un cáncer. Tuve el placer de entrevistar a Cushing en 1972 cuando vino a Madrid a rodar una coproducción, Pánico en el Transiberiano, donde coincidió nuevamente con su compañero de fatigas, Christopher Lee. Ambos habían sido Drácula en varias ocasiones, y Peter repitió más el personaje de Frankenstein. La verdad es que a ambos los encasillaron en ese cine de terror y a cambio obtuvieron su reconocimiento artístico internacional y desde luego su buena contraprestación económica.

En el caso de Peter Cushing hay que señalar que en la primera época de su profesión hizo otro tipo de papeles y hasta trabajó junto a Lawrence Olivier en Hamlet y en la primera versión de Moulin Rouge. De sus años en Hollywood recordaba, incluso, su intervención en algunas cintas cómicas de Stan Lauren y Oliver Hardy ("El Gordo" y "El Flaco", se los llamaba aquí). Y ya mediados los años 50 y en adelante fue cuando fue requerido muy a menudo para filmes de terror, hasta protagonizar una veintena de títulos. No siempre ejercía de malvado, porque prefería representar "al hombre bueno que lucha contra las fuerzas del mal". Recuérdense también sus papeles en las series de Sherlock Holmes y el doctor Watson. Cushing interpretaba a este último.

De todas las maneras, al encontrarme con Peter Cushing cara a cara dí un respingo, como cuando lo contemplaba desde una butaca en el cine. El encuentro fue en unos estudios que existían – no sé si están todavía en pie, quizás no – en las inmediaciones de Alcalá de Henares, en plena zona campestre. Tenía el rostro muy pálido y la mirada, incierta, misteriosa. O eso me pareció, insisto, recordándolo en sus papeles de miedo y terror. Sin embargo, nuestra conversación, de la que ahora despojo todo lo relacionado con aquel rodaje que dirigía el español Eugenio Martín, se centró en un episodio dramático del actor y su vida sentimental. Hacía frío en aquella tarde madrileña invernal y aunque Peter se cubría con un abrigo nos introdujimos en un coche para iniciar la entrevista. Estábamos los dos, codo con codo, en los asientos traseros del vehículo y a poco de empezar la charla el actor, de cincuenta y nueve años pero algo envejecido , se inclinó sobre mi hombro derecho y empezó a llorar. Nunca me había ocurrido nada igual en semejantes situaciones periodísticas. Secándose las lágrimas y excusándose con educación y flema brtitánicas, me contó las razones de su llanto: "Mi esposa falleció el año pasado. Cada día que pasa su muerte me trae momentos amargos. Nos habíamos casado en 1942. Helen era para mí, todo. Mire usted: yo deseo reunirme pronto con ella".

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Cushing en La maldad de Frankenstein (1963) | Cordon Press

Como quiera que le dijera lo normal en estos casos, aquello de que la vida sigue, Peter Cushing prosiguió así: "No, no, entiéndame, no es que desde la muerte exactamente. Es mucho más sutil y filosófico cuanto voy a decirle". Lo escuché conmovido, pues nada me invitaba a interrumpirlo: "Yo soy cristiano, ante todo. Para mí, lo que le cuento significa únicamente la seguridad de que cuando el tiempo termine, estaré con ella. Es mi única ilusión". Hizo una breve pausa, mientras acariciaba su pañuelo sobre las mejillas aún con las lágrimas frescas resbalándole por todo el rostro: "Las últimas palabras que Helen tuvo para mí, fueron éstas, que no olvidaré nunca: Deja que el sol brille en mi corazón y no te lamentes por mí, mi querido Peter, porque no quiero causarte intranquilidad. Recuerda que nos encontraremos cuando el momento haya llegado. No tengas prisa en dejar este mundo, Peter, porque no lo abandonarás hasta que hayas vivido la vida que te han dado".

Como es natural, me emocioné al escuchar sus palabras. Peter estrechó mis manos, sujetándolas unos segundos. Y concluyó así nuestro encuentro: "Yo sigo viviendo pero no encuentro nada agradable, nada que me llene; no tengo tiempo libre como antes, cuando vivía ella. Si acaso, dedico unas horas a grabar en disco relatos para los ciegos, pues lo considero muy bonito, eso de enseñar a conocer cosas bellas a quienes no tienen la luz. Y así, tengo el tiempo ocupado y olvido un poco mi existencia". Aún intervino en una quincena más de películas, una de ellas La guerra de las galaxias, en 1977, incorporando el personaje del Gran Moffi Tarkin. Lo condecoraron en 1989 con la orden de oficial del Imperio Británico. Y en 1994 se reunió finalmente con su querida y añorada Helen.

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