De acontecimiento histórico ha sido considerado el traslado de los restos mortales del general Francisco Franco Bahamonde desde la que fue su sepultura durante cuarenta y cuatro años en el Valle de los Caídos hasta el cementerio de Mingorrubio, cercano al Palacio de El Pardo donde rigió los destinos de España hasta su muerte el 20 de diciembre de 1975. A la ceremonia acudieron todos sus nietos y algunos biznietos. El clan de los Franco ha sido señalado desde el fallecimiento del dictador como heredero de una cuantiosa fortuna, que en gran parte administraba hasta su muerte acaecida el 29 de diciembre de 2017 la única hija que tuvo el anterior Jefe del Estado de su matrimonio con Carmen Polo, llamada como ésta y familiarmente Nenuca. Tras el óbito de la marquesa de Villaverde títulos nobiliarios y negocios pasaron a manos de sus siete hijos.
Desde que en el Congreso se aprobara merced a la muy discutida ley de Memoria Histórica el desenterramiento de los restos de Franco, sitos bajo una losa de mil quinientos kilos de peso, varias versiones circularon acerca de si el general había elegido la Basílica del Valle de los Caídos como su última morada. Recurro al propio testimonio de Carmen Franco Polo: "El arquitecto Diego Mëndez fue el que dijo que cuando mi padre había visto aquello había dicho que él quería enterrarse allí. Nosotros no lo sabíamos. Mi madre está enterrada en El Pardo, así lo quería "porque a tu padre Dios sabe dónde lo van a enterrar". Yo no fui al entierro porque mi madre enferma entonces se encontraba muy mal y me quedé en El Pardo con ella. Fueron mis hijos, los mayores; los pequeños, no. Y no lo viví. Lo vi en la televisión". Este testimonio lo ha corroborado ahora su hijo Francis, el nieto mayor de Franco, asegurando que la familia ignoraba que su abuelo hubiera expresado el deseo de ser enterrado en el Valle de los Caídos. No existe documento alguno que lo pruebe. Él cree que esa decisión fue tomada tras la muerte por don Juan Carlos de Borbón y el entonces presidente de Gobierno, Carlos Arias Navarro. Dicho lo cuál, cuanto siguió después en el clan franquista fue un tiempo de respeto hacia la viuda, madre y abuela, Carmen Polo de Franco, durante el que hijos y nietos procuraron ser discretos. En todo caso, el único que quizás rompió ese comportamiento fue el marqués de Villaverde. Es, en resumen, la historia de una familia que desde el poder que emanaba del dictador, no parecía asumir a la muerte de éste, que en el futuro ya no todo seguiría igual. No obstante, sus herederos, alejados de enfrentamientos políticos o dinásticos, procuraron poco a poco sacar provecho de cuanto se decía habían acumulado los Franco, proceso que iniciaron tras fallecer la abuela y después la madre de todos ellos. Patrimonio elevadísimo, imposible de cuantificar, que les ha permitido "vivir a lo grande". Si en vida del abuelo gozaron de toda clase de privilegios, después han sido conscientes de que ya tienen la luz pagada para los restos, dejando a sus descendientes cuentas bancarias abultadas y un sin fín de empresas, asunto que abordaremos en nuestro segundo capítulo.
Hay que remontarse a ese árbol familiar cuando Carmen Franco Polo y Cristóbal Martínez-Bordiú contrajeron matrimonio y como fruto tuvieron esa larga descendencia. Nenuca vivió una adolescencia más bien triste cuando desde los trece años entró por vez primera en la que iba a ser residencia oficial de su padre, el Generalísimo y su madre. Apenas tenía amigas y se le conocían pocos chicos con los que saliera de paseo, ya estrenando su primera juventud. Tres años le llevaba un ambicioso estudiante de Medicina llamado Cristóbal, que tenía fama de seductor antes de conocer a la que sería su esposa. De hecho se le conoció una novia, que era nieta del conde de Romanones, de apellido Arcentales. Pero quería "picar más alto". Presumía lo suyo, al volante de un "Rolls-Royce" que le prestaban unos vecinos, cuando el primer vehículo que pudo comprarse fue una moto DKW. Luego tuvo una "Gucci". Y con ella empezó a cortejar a Nenuca, a la hija de Franco, a pesar de que se decía que uno de los hermanos de Cristóbal, puede que Gotor, ya la había pretendido, expresión muy del uso en la época. A Carmencita la vigilaban y si salía del Palacio de El Pardo era obligado que la acompañara una monja teresiana.
Los Martínez-Bordiú eran unos terratenientes de Jaén. La madre de Cristóbal era quien ostentaba un rancio título nobiliario. Eran los condes de Argillo. Pero cuando aquél se propuso conquistar a Carmen Franco Polo supo, con argucia, "caerle" bien primero a la mamá. Y la esposa del general pensó que sería un perfecto yerno, guapo y distinguido, aunque no aportara al casamiento fortuna alguna. Y consumó el braguetazo, expresión que alguno de sus hijos dijo alguna vez en público. Su padre era monárquico pero arrimó el ascua a la sardina que le convenía y la boda produjo en los Argillo amén de un reconocimiento social importante la ocasión de emprender pingües negocios. Por cierto: el novio decidió por su cuenta y riesgo alterar sus apellidos, que eran Martínez por parte de padre y Bordiú, de madre, uniéndolos con un guión, dándole así un aparente toque aristocrático. Ser sólo llamado "señor Martínez" no era del agrado del que luego en la calle sería tildado como "el yernísimo". Muy vulgar, a su modo de ver. ¡Con los Martínez que hay en el país…!
El término "boda del año" continúa siendo titular sobadísimo en las revistas del corazón. Pero muy ajustado en aquel 10 de abril de 1950 cuando matrimoniaron Carmen Franco Polo y Cristóbal Martíne-Bordiú. Padrinos, el Jefe del Estado, Francisco Franco Bahamonde, que vestía uniforme de gala de capitán general, y María de la O Esperanza Bordiú y Bascarán, condesa de Argillo, padre y madre, respectivamente de la novia y el novio. Se casaron en la iglesia del Palacio de El Pardo, con ceremonia oficiada por el Nuncio de Su Santidad, el cardenal primado y los obispos de Madrid y Jaén. Ochocientos invitados, quienes tuvieron que atenerse a fortísimas medidas de seguridad. Ni qué decir que Nenuca lucía sus mejores galas con un modelo blanco de cuatro metros de cola, en tanto el marqués se pavoneaba con su uniforme de caballero de la Orden Militar del Santo Sepulcro. Por supuesto el "lunch" nupcial fue espléndido, y a los vecinos cercanos a El Pardo les regalaron alimentos, ropa y calzado, imaginamos que eligiendo a los más necesitados del lugar.
Carmen había vivido, como dijimos, desde los trece años en el Palacio de El Pardo con sus padres. Al casarse habitó con su marido un espléndido piso en el madrileño paseo de la Castellana, parece que regalo de los padres de ella. Aunque la mayor parte de los días, sobre todo los fines de semana, la pareja regresaba al Palacio. Con el paso de los años disfrutaron de una lujosa vivienda en la calle de hermanos Bécquer número ocho, cuyo edificio era propiedad de la Señora, como siempre fue conocida Carmen Polo. A Franco nunca le pareció bien la elección de su hija y durante toda su vida mantuvo una distancia con su yerno. Se ha llegado a asegurar que el general lo trataba de usted y el marqués de Villaverde de Excelencia, nada de familiridades en este caso durante las comidas en las que coincidían, que fueron incontables. Por cierto, con un menú no precisamente equiparable a los del programa MasterChef. "En el Pardo se come fatal", me dijo un día Pilar Franco, hermana del Caudillo.
Y a ese Palacio de El Pardo fueron llegando los hijos de Carmen y Cristóbal. Porque no nacieron en una clínica. Encantados estaban los abuelos de ir contemplando a sus bebés recién nacidos, sin moverse de sus dependencias. En 1951, la primogénita, Carmen; al año siguiente María de la O, familiarmente llamada Mariola; en 1954, Francisco, que en la intimidad lo conocieron siempre como Francis; dos años después vino al mundo María del Mar, "Merry" para los suyos; en 1958, Cristóbal, María Aránzazu (Arancha) en 1962 y, finalmente, el benjamín Jaime, que llegó al mundo en 1964. Sábados y domingos, ya en la etapa en la que fueron cronológicamente a los colegios, se trasladaban a El Pardo, donde tenían sus habitaciones propias. Todos ellos llevaban, como es natural, el apellido paterno, Martínez, con el agregado antes comentado del Bordiú con guión. Salvo Francis. Fue un capricho, se comentó en primera instancia, de Franco, alentado por sus más allegados. Aunque hemos investigado y resulta que quien primero sugirió la idea de alterarlos fue el marqués de Villaverde.
Según parece llegó un día Cristóbal muy contento y le dijo a su suegro que había pensado, de acuerdo asimismo con su padre, el conde de Argillo, que su primer hijo varón figurara como Francisco Franco Martínez-Bordiú, y así podría prolongarse ese primer apellido en sucesivas generaciones y teniendo primero en cuenta que eso significaba un homenaje al hombre providencial que había salvado a España de las hordas marxistas.
Franco, que se diga lo que se diga tenía una virtud, la de la prudencia, debió mirar de arriba a abajo a su sonriente yerno y antes de decir nada, consultó con su esposa, la que encontró feliz dicha idea. Hubo por supuesto que seguir los trámites precisos en el Ministerio de Justicia. Pero ¿iba el responsable de esa cartera a oponerse a una decisión que venía "de arriba"? Se votó la resolución en las Cortes y todos de acuerdo. Un primo de Franco, que en su diario, luego publicado a su muerte, tomaba nota de las conversaciones que sostenía con el Caudillo, anotó que ese niño, Francis, algún día podría arrepentirse de que lo conocieran como Francisco Franco en vez de Francisco Martínez.
El bautizo de Francis Franco fue por todo lo alto. En Palacio había muchos más invitados por parte de la familia de su padre que de su madre. Poco a poco, "los Martínez" se iban acercando no sólo al Jefe del Estado sino a quienes manejaban amén del poder, las grandes finanzas. Y así, Cristóbal, su padre, su tío Pepe y otros "adosados" fueron enriqueciéndose. Franco, que no tenía un pelo de tonto, se iba dando cuenta de aquellas maniobras. Pero callaba para que el matrimonio de su hija no se fuera al garete. Lo que un día, mucho más tarde, iba a suceder, por las continuas infidelidades del marqués. (Continuará